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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La estela de Mas

El Artur Mas de después del 27-S ha decidido guardar en el armario el conjunto ideológico ‘business-friendly' para exhibirse con un renovado look ‘casual-leftist’

Francesc Valls

"En 2011 veíamos un repunte de la economía; por eso eliminamos el impuesto de sucesiones”. El presidente Artur Mas respondía categórico en una amplia entrevista tras las elecciones del 27-S a Catalunya Ràdio. Por lo visto ni los grandes dirigentes son inmunes al ejercicio de autodefensa que es la memoria selectiva. Aunque, claro, la ósmosis voluntaria con Esquerra y forzada con la CUP ha hecho un buen trabajo. Y el nuevo Mas ha podido guardar en el armario el conjunto business-friendly para exhibirse con el nuevo look casual-leftist.

Todo el mundo tiene derecho a rehacer su vida y se aprende de los errores. Esos son tópicos que ayudan al consuelo. Pero inevitablemente atrás queda la estela de una trayectoria. En junio de 2011 en Sitges, ante el auditorio convocado por el Círculo de Economía, el presidente catalán apostó por la “fórmula arriesgada de no subir impuestos y forzar la reducción del gasto”. Mas defendía entonces lo que un mes antes en la fundación CatDem —tan de moda ahora por los registros por el 3%— había denominado “valores fuertes”, contrapuestos “al exceso, la algarabía y la demagogia” de la izquierda. No faltó en ese contexto una referencia —hoy tristemente old fashion— a quienes se manifestaban contra los recortes: “Minorías muy ruidosas que tratan de impresionar e introducir dudas a las mayorías silenciosas”.

El Mas que llevaba corbata tenía como paradigma a las derechas europeas, las que ahora le llaman al orden cuando se presenta como paladín del independentismo y rebelde incumplidor del déficit. Por eso en julio de 2012 no dudó en poner como ejemplo al Portugal rescatado de Passos Coelho por tener “un Gobierno fiable que hace los deberes”[RECORTES]. Y sentenció: “No pedimos más tiempo para relajar las medidas de austeridad sino para cumplir mejor”.

A ese mes de julio de 2012, Mas había llegado con impulso. En mayo de aquel año, el Gobierno de CiU no dudó en marcar perfil como alumno aventajado del recorte: no solo consagró en una ley el déficit cero para la Administración sino que adelantó en dos años el objetivo impuesto por la mismísima ley de Estabilidad Presupuestaria del PP. La aportación catalana a la austeridad —digna de figurar en el código de Licurgo— fija que a partir de 2018 el Gobierno deberá cerrar cada ejercicio con un déficit máximo de 0,14% del PIB. La ley tiene una excepción en caso de catástrofes naturales. En 2014 el déficit era del 2,58%, pero seguro que los catalanes, calvinismo en vena, podrán demostrar al mundo que no son una nación “toros y fiesta”, tal como Mas se refirió a España en 2012. Lo dijo con motivo de una visita a Massachusetts donde, por cierto, aplican el derecho a decidir para saber si los ciudadanos quieren o no un casino en su término municipal.

Nuestra tradicional sensibilidad y amistad con los norteamericanos —grandes bebedores de Coca-Cola— hizo que la Generalitat retirara en 2013 un impuesto sobre los refrescos con alto contenido en azúcar. Pero no nos alejemos y volvamos al inicio del artículo. Además del presidente de la Generalitat, ¿quién más veía un repunte de la economía en 2011? Pues, por lo que parece, ni su propio consejero de Economía, Andreu Mas-Colell, compartía diagnóstico, pues ese mismo año pedía a gritos recortes generalizados en el modelo sanitario español ante la dificultad de que “vuelva el crecimiento económico”. Pero como los principios son los principios, Mas eliminó de un plumazo el impuesto de sucesiones. Poco importó que gravara únicamente a grandes fortunas. Lo hizo de forma solemne para conmemorar sus primeros 100 días de mandato: “Es el final de la discriminación en Cataluña”, afirmó en emotivo discurso igualitarista, recordando que otras autonomías hermanas ya lo habían eliminado.

Ese año 2011, CiU, con la ayuda del PP, consagró su puesta de largo con los tijeretazos: un ajuste de 2.860 millones de euros, que retrotraía el gasto a los niveles de 2007. Luego en 2012 llegó el apoyo a la amnistía fiscal del PP.

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Ahora, los convergentes, desde Junts pel Sí, están dispuestos a asumir incluso el “keynesiasmo en un solo país” que tanto había denostado el consejero Mas-Colell. El fin justifica los medios, en nuevo lenguaje convergente. Se trata de que Artur Mas, el gran activo del soberanismo, vuelva a ser presidente de la Generalitat. Por tanto ahora toca, si el guión lo exige, debatir incluso sobre si la revolución pendiente en Cataluña es de carácter democrático o socialista.

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