_
_
_
_
_

Una amistad entre líneas

CentroCentro Cibeles ilustra la relación epistolar que mantuvieron durante 25 años Zuloaga y Falla

Manuel Morales
Retrato de Manuel de Falla, de Zuloaga.
Retrato de Manuel de Falla, de Zuloaga. museo ignacio zuloaga, vegap

Una vitrina con las gafas y la batuta de Manuel de Falla y otra con la paleta y los pinceles de Ignacio Zuloaga representan a dos artistas que en la España de las primeras décadas del siglo XX “lograron reconocimiento internacional y lucharon por modernizar la cultura popular para hacerla más presentable al mundo”, explica José Vallejo, comisario junto a Pablo Melendo de la exposición Zuloaga y Falla, historia de una amistad, que puede recorrerse hasta el 31 de enero en CentroCentro Cibeles, de forma gratuita.

La muestra detalla por primera vez la relación entre dos cosmopolitas que se intercambiaron 240 cartas entre 1913 y 1939. Para ilustrarlo se exhiben unas 150 piezas: fotos, carteles, partituras, manuscritos, recortes de prensa, dibujos y una treintena de óleos del pintor. Zuloaga (Éibar, 1870— Madrid, 1945) y Falla (Cádiz, 1876— Alta Gracia, Argentina, 1946) pertenecían a la corriente regeneracionista, huían del pesimismo del 98. Se conocieron en París en 1910 porque allí había llevado el músico su ópera La vida breve —de la que se expone el libreto— para que se representara. “Lo que no consiguió en Madrid, lo logró en la capital francesa”. En la primera misiva que se conserva de este epistolario, Falla le pide consejo y vestuario para los figurines. Zuloaga le envió pañuelos, trajes de gitanas...

La influencia de Goya en Zuloaga queda clara en uno de los espacios expositivos. El vasco y otros artistas adquirieron la casa natal del genio de Fuendetodos para evitar su derrumbe, y Zuloaga compró varias viviendas para levantar unas escuelas públicas. Falla fue a su inauguración, en 1917, tocó el armonio en la iglesia y la mezzosoprano Aga Lahowska, que le acompañaba, “acabó cantando jotas en el balcón del ayuntamiento”. Vallejo cuenta otra anécdota de aquel día: el gaditano escuchó varias jotas en directo “y empezó a hacer anotaciones; de aquello salió el último número de su ballet El sombrero de tres picos”. Poco después de este encuentro, Zuloaga presentó Falla a Picasso, que creó 32 bocetos para ese ballet que están en esta exposición organizada junto al Museo Ignacio Zuloaga y el Archivo Manuel de Falla y con la colaboración de Acción Cultural Española.

El recorrido se detiene en el trienio 1919-1921, cuando Zuloaga propuso a Falla montar una ópera a partir de la novela La gloria de don Ramiro (1908), de Enrique Larreta. Un proyecto que naufragó porque el autor de la obra no vio bien las modificaciones que le pidió Falla para el libreto.

En 1922, el músico busca al pintor para organizar un concurso de flamenco en la Alhambra. Zuloaga responde entusiasmado en un telegrama como aficionado “al cante y toque jondo” y se ofrece para pagar el premio “a la mejor siguiriya gitana que se cante”. La exposición recupera la grabación del ganador, el tocadiscos portátil de Falla y el borrador de su ensayo El cante jondo. Zuloaga expone ese año en Granada, evento rememorado con obras como El cardenal, “que levantó ampollas porque el rostro era de un pescador vasco, lo que restaba dignidad al personaje”.

El Retrato de Manuel de Falla en negro (del que luego elaboró la versión sin ese fondo oscuro y que también se expone) alumbra el espacio dedicado al proyecto que llevaron a buen puerto en 1928 en París: la obra musical El retablo de maese Pedro —inspirado en un episodio del Quijote—, con escenografía, cabezudos y marionetas de Zuloaga.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Como colofón, los últimos regalos que se cruzaron: el artista le envió a Granada un dibujo de una cabeza de Sancho Panza y Falla le correspondió con el manuscrito del Retablo. En la Guerra Civil mantuvieron la correspondencia, pero se decían poco “porque las cartas eran abiertas por la censura”. Falla se autoexilió en Argentina y propuso a su amigo que le siguiera, “pero Zuloaga ya tenía 70 años”. La última parada de este fraternal epistolario es una misiva del músico del 26 de septiembre de 1939. Sospecha que no volverán a encontrarse, por eso muestra su contrariedad porque la última vez “fuese tan breve el momento en que nos vimos”.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Manuel Morales
Periodista de la sección de Cultura, está especializado en información sobre fotografía, historia y lengua española. Antes trabajó en la cadena SER, Efe y el gabinete de prensa del CSIC. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y máster de Periodismo de EL PAÍS, en el que fue profesor entre 2007 y 2014.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_