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Tú a Palestina y yo a Chechenia

Rosa Maria Sardà y Míriam Iscla emocionan en dos grandes monólogos de teatro político dirigidas por Lluís Pasqual

Jacinto Antón
Rosa Maria Sardà en 'CrecEnUnSolDéu'
Rosa Maria Sardà en 'CrecEnUnSolDéu'ROS RIBAS

Cuatro mujeres, dos enormes actrices y sendos monólogos impactantes, con toda la verdad, el dolor, la humanidad y el terror del mundo. Rosa Maria Sardà y Míriam Iscla se han encerrado en el Teatre Lliure de Gràcia a torear dos verdaderos miuras escénicos que es lo que son CrecEnUnSolDéu y Dona no reeducable,dos piezas de teatro político de la mejor especie del autor italiano Stefano Massini que ha elegido Lluís Pasqual para abrir la nueva temporada y dirige él mismo. Sardà (la primera obra, que se estrena hoy) e Iscla (la segunda, mañana) logran el milagro de conmover —¡y cómo!— con un material del que, destaca Pasqual, creíamos haber aprendido a protegernos, y al que incluso pensábamos habernos vuelto indiferentes por su omnipresencia en los medios: las tragedias del conflicto palestino y de la guerra en Chechenia. “Aquí suena todo nuevo, te limpia los oídos, ves lo que ya no veías”

En CrecEnUnSolDéu (2011), la Sardà —¡olé tú valor, Rosa!— encarna a la vez, pasando de una a otra con un simple juego de luces, a tres mujeres abismadas en la espiral de sucesos tras la segunda intifada: una israelí profesora de historia hebrea, una joven estudiante palestina candidata a terrorista suicida y una militar estadounidense de las fuerzas de interposición (entre el dios de los unos y el de los otros, como dice ella). Por su parte, en Dona no reeducable (2007), Iscla se acerca de manera fascinante, genial, a través de sus artículos y diarios, a la figura de la periodista Anna Politkóvskaya —asesinada en 2006—, para contarnos de primera mano su bajada al infierno checheno.

Pese a ser una especie de "programa doble" por su temática y autoría, las dos obras se representan como espectáculos autónomos en días separados, con algunas funciones alternas. Verlas seguidas, como tuve la ocasión de hacerlo durante unos ensayos, es una experiencia que te deja la piel hecha tiras por lo que se cuenta pero a la vez gratificado enormemente por la inmensa lección de talento, sensibilidad y coraje que muestran todos, autor, director y sobre todo actrices.

“Aquí suena todo nuevo, te limpia los oídos, ves lo que ya no veías”, dice Lluís Pasqual

La Sardà entra y sale de sus tres mujeres en una función que tiene el formato de lectura (aunque no lo es) con tanta habilidad que ves casi su alma saltar de la una a la otra y a la otra (de manera cada vez más acelerada en la pieza) como un brillante salmón bajo las luces cambiantes de los focos. Un transformismo espiritual asombroso, extraordinario, que pone de manifiesto el inmenso talento de la actriz y ya vale por todo el espectáculo. Qué tremendos los momentos en que la aspirante a mártir se enfrenta a sus reclutadores y sobre todo cuando acciona los dispositivos explosivos de sus amigos. El destino (y la dramaturgia) lleva a las tres mujeres, en un crescendo emocionantísimo, a coincidir en una terraza de un bar de Tel Aviv en un final de thriller.

La Sardà consigue que visualicemos hasta el mínimo detalle de esa y otras escenas —algunos momentos ya no sé si se los he visto a ella o son de Homeland— como si estuvieramos contemplando una película en pantalla panorámica. Un auténtico tour de force. Cuando acaba casi esperas que salgan tres a saludar.

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“Quita, quita”, dice la actriz tomando luego una coca-cola en el bar del Lliure. “Esto habría que hacerlo en cine con muchos extras, pero aquí ¿qué véis?: una pobre mujer vestida de calle  que trata de apañárselas. Es muy difícil y se me hace eterno, yo nunca disfruto en un escenario, es imposible, me pesa mucho la responsabilidad". La Sardà, que anda fastidiada de salud, aunque nadie lo diría al verla en el escenario, sonríe al decirle que en su alucinante registro ha llegado incluso a levantar risas con la militar estadounidense. “Es una zoquete, pero la más empática de las tres, y está allí como un pulpo en un garaje”. Ella en cambio se siente en el Lliure “como en casa”, y con Pasqual... “Imagínate, si me dice que salte de un tercer piso, salto. Hemos hechos cosas magníficas juntos aquí”. Espera que “le sirva de algo a la gente” su trabajo y de la actualidad afirma que "supera con creces a la ficción". Señala que a veces ha de apagar la televisión por el "vergonzoso" drama de los refugiados, “para no llorar”.

Míriam Iscla en el papel de Anna Politkóvskaya en 'Dona no  reeducable'
Míriam Iscla en el papel de Anna Politkóvskaya en 'Dona no reeducable'ROS RIBAS

Lo de Iscla con la Politkóvskaya es también sobrecogedor. Desde el principio —por si no lo supieras— queda claro que es una piedra en el zapato del aparato de Estado ruso y que está metida en algo muy peligroso. Yo no podía dejar de mirar la agenda de la periodista sobre la mesa en el escenario: ¡la agenda de la Politkóvskaya!

La actriz, que entra y sale sutilmente del personaje, aunque hay momentos en que la fuerza de la palabra te hace creer que estás ante la propia Politkóvskaya, nos adentra en el corazón de las tinieblas checheno: la cabeza de un hombre clavada en un gancho de carnicero, goteando sangre; la conversación con un joven integrante de las temibles unidades rusas que explica (voz en off) cómo ataban a gente en paquetes de diez con una granada en medio que hacían estallar, o la entrevista con el coronel que reclama que le suban el sueldo "si quieren que siga con esta mierda"...

A destacar el espléndido uso de las proyecciones, la iluminación y el sonido para apoyar el trabajo de la actriz. Hay momentos absolutamente estremecedores: el violento interrogatorio al que someten a la periodista, su valiente (hasta la inconsciencia) cruce de cartas abiertas con los militares, o la descripción del atentado en el que alcanza el límite su capacidad para el horror (“sangre en la nieve”). Las dudas, el agotamiento, la sensación de culpabilidad, el miedo cuando matan a una mujer parecida a ella a la entrada de su casa... todo adquiere una dimensión de verdad como pocas veces ha visto uno sobre un escenario.

“Hay una deliberada ambiguedad entre la periodista y la actriz”, me dice en los camerinos Míriam Iscla, que ha cambiado sorprendentemente de aspecto al despojarse de la Politkóvskaya. “En realidad lo que hacemos no es una imitación, es el retrato de una indignación humana más que de ella”. La periodista aparece en toda su complejidad. “Lluís dice que era una mujer de armas tomar, y a lo largo de la función ves que se la van a cargar: sus denuncias de la KGB, la mafia y sus conexiones con la política, el ataque a Putin y a los mandos militares. En realidad es una víctima más de la guerra".

El montaje es muy periodístico. “Así lo hemos pretendido. Hay que estar muy fina para dar este texto. Todo el rato te enfrentas a una lucha entre el teatro y la verdad”.. Pasqual dice que hay que saber mucho teatro para que no se note en una obra como esta. “Así es. Su dirección ha sido fantástica. No hay trampa, ni concesión, y duele”. ¿Cuál ha sido la técnica? “Hay un gran trabajo de eliminación de tics, los que prcisamente usas para salvarte el culo; 'no hagas cosas de actriz', me decía Lluís. Servimos a Politkóvskaya tal cual es, cruda”.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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