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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El liderazgo de Mas

Es más cómodo decir que Artur Mas ha embaucado a los catalanes que saber por qué muchos catalanes quieren irse. Pero con Mas o sin él, hay larga vida para el independentismo

Josep Ramoneda

Es Artur Mas el líder del proceso soberanista catalán? Hay un sector del independentismo, en el entorno de la vieja CDC, un partido en tránsito hacia otra vida, que así lo cree y le considera irreemplazable. El Gobierno español, los partidos contrarios a la independencia y los medios de comunicación críticos con el soberanismo lo han asumido y han centrado reiteradamente sus ataques en la figura del presidente catalán. El desafío de Mas, el plan de Mas, la deriva de Mas, los engaños de Mas, son expresiones habituales. Obviamente, Artur Mas es el presidente de la Generalitat y, por tanto, quien tiene firma para tomar decisiones como convocar una consulta o unas elecciones. Hay además una regla de la comunicación política —y especialmente en escenarios electorales— que es la polarización: buscar la cohesión de la parroquia propia con la construcción de un enemigo. Y el enemigo para ser identificable necesita un rostro. Artur Mas era la máscara óptima para el espectáculo, por el cargo y por la tradición.

Desde finales de los setenta la dialéctica España/Cataluña ha pasado por Convergència, interlocutor habitual de los Gobiernos de turno. Durante el pujolismo funcionaron las reglas no escritas de un juego de complicidades, un tira y afloja permanente, que resultó rentable a las dos partes. Cuando, a partir de 2010, el eje del catalanismo se desplazó del nacionalismo conservador al independentismo, en los centros de poder político, mediático y económico de Madrid, pero también en buena parte de los de Barcelona, no cundió la alarma porque se siguió razonando en los términos tradicionales. Se daba por hecho que Artur Mas subía la tensión para acabar como siempre negociando algún nuevo paquete de transferencias y dineros. Después de las elecciones de 2012 era un lugar común que, cuando el suflé de la calle bajara, Mas moderaría las exigencias y acabaría aceptando un acuerdo como siempre.

Pero el proceso creció, Mas no frenó y poco a poco se fueron encendiendo las alarmas. Esta vez era distinto. Probablemente la mayor aportación de Mas al proceso es no haber dado marcha atrás, contra todo pronóstico. Y la perplejidad se adueñó de poderosos sectores económicos que lo consideraban “uno de los nuestros”. Mas se convirtió en el punto de mira. El PP creyó que cargarse a Mas sería liquidar el proceso. Y desde entonces va a por él. Sorprende ver cómo los partidos y los medios contrarios a la independencia eluden la pregunta sobre las causas: ¿por qué se ha llegado hasta aquí? ¿Pereza intelectual o miedo a la realidad?

 Mas es una pieza destacada de un proceso del que nunca ha sido el líder indiscutible, por mucho que lo haya intentado

Es más cómodo decir que Artur Mas ha embaucado a los catalanes que saber por qué muchos catalanes quieren irse. Si Mas les tiene engañados, quitándole de en medio se acabaría el problema y los catalanes despertarían de su inocencia y volverían el redil. Pura ilusión.

Artur Mas es una pieza destacada de un proceso del que nunca ha sido el líder indiscutible, por mucho que lo haya intentado. Algo falla cuando un líder tiene que ocupar el cuarto lugar en su lista electoral. En la euforia de la Diada de 2012, y reforzado por el rechazo frontal de Rajoy al pacto fiscal, Artur Mas quiso hacerse con el timón del independentismo. Convocó elecciones y recibió un serio castigo. En medio de la gran fractura social de la crisis, el partido genuino de las clases medias catalanas, por mucho que se envolviera en la utopía disponible de la independencia, no podía salir indemne de unas elecciones, y menos habiendo sido fiel ejecutor en Cataluña de las políticas de austeridad del PP.

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Desde entonces su autoridad sobre el soberanismo ha estado siempre muy condicionada. Quiso convocar elecciones cuando el gobierno prohibió el 9-N y no le dejaron; quería que las autonómicas fueran después de las elecciones generales y sus socios le obligaron a convocarlas antes. Y para imponer su obsesión por la lista unitaria, tuvo que aceptar que el primero de la cordada fuera otro. ¿Se imaginan al general De Gaulle o Angela Merkel en una lista no encabezada por ellos? Artur Mas superará o no la prueba del 27-S. Pero con él o sin él hay larga vida para el independentismo.

 

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