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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Aylan y Europa

De pronto, convergen en una imagen una serie de factores que la vinculan con la emotividad y se provoca un estrépito

Josep Ramoneda

El exceso de información puede acabar siendo un problema tan grande como la falta de información. La acumulación informativa tiende a la banalidad, la proliferación de imágenes de violencia y muerte en la pantalla acaba normalizando la brutalidad, educándonos en la indiferencia. La monotonía de la avalancha de información sólo se rompe con el estruendo que acompaña a los relámpagos. De pronto, convergen en una imagen una serie de factores que la vinculan con la emotividad y se provoca un estrépito.

El impacto de las fotos del niño sirio Aylan, muerto en una playa de Turquía en el intento alcanzar las costas europeas es un ejemplo de ello. Esta sociedad necesita iconos con los que identificarse y la imagen de Aylan provocó tal adhesión que se propagó a gran velocidad, hasta convertirse en la noticia de un estremecimiento general. Toda foto es lo que es y lo que esconde. Y la de Aylan, aparte de dejar en la invisibilidad a su hermano y su madre también muertos, ha emergido sobre otras fotos que debían ser tan impactantes como aquella. Pero Aylan, era un niño blanco, vestido como uno de los nuestros, recostado muerto en la abrumadora soledad de la arena.

Hay que afrontar la acogida de los refugiados como un asunto de todos, como un momento único para que Europa se salve del naufragio moral y social de los últimos años

Este agosto, sin ir más lejos, muchas personas han perdido la vida en su fuga de la guerra y de la persecución y Europa ha visto caravanas humanas que no se recordaban desde los éxodos de la Guerra Española y de la II Guerra Mundial, trenes que no llevan a ninguna parte. La lista de acontecimientos trágicos en el Mediterráneo, como frontera del primer mundo, hace muchos años que es inacabable. Niños como Aylan desgraciadamente han muerto muchos. Y, sin embargo, ha sido esta imagen la que ha desencadenado la indignación. Los otros no habían tenido el privilegio de la visibilidad. No es lo mismo saber que han muerto que ver que han muerto. Aylan además huía de la guerra, no de la miseria y esto parece ablandar a los europeos, tan reactivos ante la inmigración económica. Y el relámpago estalló y se produjo el impacto emocional: la indignación.

Hace tiempo que la ciudadanía europea funciona políticamente a golpes de indignación.

Niños como Aylan desgraciadamente han muerto muchos
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Reacciones más morales que políticas que, generalmente, se apagan a la misma velocidad con que irrumpen y se propagan. Tiene que ver con la cultura de la indiferencia de una sociedad todavía con estándares de bienestar comparativamente altos, pero gastada, miedosa e insegura, en que se desconfía de la política, que da demasiadas muestras de impotencia y que aparece como secuestrada por las élites. Ante ello, de pronto, se dan brotes de irritación moral, que si no se traducen en algo concreto —es decir, si no encuentra canalización política práctica— quedan finalmente en un acto de autocompasión y autocomplacencia: ya somos solidarios.

Europa lleva años construyéndose como fortaleza, escupiendo a los desesperados que llaman a sus puertas

Y, sin embargo, Europa lleva años construyéndose como fortaleza, escupiendo a los desesperados que llaman a sus puertas, e imponiéndoles terribles peajes sin que nadie se haya estremecido. En mayo, hubo otra foto que se hizo icono universal. El niño Adou, de 8 años, nacido en Costa de Marfil, en posición fetal dentro de una maleta escaneada en la frontera de Ceuta.

Volver a nacer o morir, como metáforas del trato de Europa a los parias que llaman a su puerta.

La indignación no hace política pero puede ser paso previo a la política. Y esto es lo que ahora hay que reafirmar. Europa “no puede acoger a todo el mundo” repite el mantra conservador, Rajoy, por ejemplo. Una exageración deliberada para dar a entender que no hay solución posible, es decir, para justificar la impotencia. Hay que salir de esta parálisis. Europa tiene una oportunidad única para reencontrarse a sí misma. Para recuperar los valores que debían identificar al modelo europeo. Los dirigentes políticos europeos deberían tener el coraje de convocar a una movilización general y las organizaciones ciudadanas comprometerse con ella. Hay que afrontar la acogida de los refugiados como un asunto de todos, como un momento único para que Europa se salve del naufragio moral y social de los últimos años. Convertir políticamente este momento emocional es la ocasión de que la ciudadanía europea abandone la indiferencia y se reencuentre a sí misma.

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