_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El pícnic se reivindica

Xavi Sancho

Hasta hace poco, hacer un pícnic era un acto casi accidental. Se apañaba el asunto con unas latas, unas patatas y, si había alguien previsor, algún sándwich empaquetado. A diferencia de otras capitales europeas, que con la llegada del buen tiempo llenaban sus zonas verdes de personas que desplegaban impolutos manteles, abrían cestas llenas de comida, cubertería no aceptable en la clase turista de algún vuelo intercontinental y hasta alguna que otra botella de vino que se servía en copa de cristal, aquí, nuestra pasión por afrontar los ágapes de manera casi sacra, siempre armando un ritual alrededor de una mesa, nos hacía concebir el pícnic como un acto en el que la comida y la comodidad eran algo casi descartado. Los parques eran solo para pasear, correr, o, con suerte, para amarse. Pero esto ha cambiado. Lugares como Magasand (Columela, 4), con fama de ofrecer algunos de los mejores sándwiches de la ciudad, alquilan cestas con productos de la casa para llevarse al Retiro, al Templo de Debod, a Madrid Río o al parque del Capricho. Por su parte, en Matadero se organizan el bicipícnic, que incluye el alquiler de una bicicleta tres horas y una bolsa con comida y bebida.

El auge del pícnic es un paso más en una tendencia hacia normalizar la gastronomía fuera del restaurante o el hogar y sin comprometer un ápice la calidad. Todo arrancó con la normalización de los servicios de take away —hasta hace poco, pedir un inocente café para llevar en un bar cualquiera significaba un problema gravísimo para sus responsables—, o con el auge de la gastroneta, ese vehículo que ofrece elaboradísima comida de calle y que ha seducido hasta a grandes chefs.

El pícnic lleva adherido un espíritu estético. Así, Hermès o Chanel fabrican evocadoras cestas para poder llevar a cabo esta actividad con fotogenia. Hoy, comer bien es tan importante como comer bonito.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Xavi Sancho
Forma parte del equipo de El País Semanal. Antes fue redactor jefe de Icon. Cursó Ciencias de la Información en la Universitat Autónoma de Barcelona.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_