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La más bella historia de amor

El Ensemble La Fenice confirma su nivel con el ‘Orfeo’ de Monteverdi

El mito de Orfeo, la más bella historia de amor, la de aquel que descendió al hades para rescatar a su amada Euridice del reino de los muertos, es el argumento fundacional del arte de la ópera. Traviata, Isolda, Melisande, Carmen, son todas, de algún modo, hijas de Euridice.

La bella, vieja y aún emocionante historia puesta en música por Monteverdi hace más de cuatrocientos años, regresó en versión de concierto al Festival de Torroella de Montgrí de la mano del Ensemble La Fenice y del grupo vocal vinculado, Les Favoriti de la Fenice, dirigidos todos por su fundador, el corneta, flautista y director Jean Tubéry.

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Más allá de las individualidades, el mayor mérito de ese Orfeo estuvo en el conjunto, en el grupo, en la sensación, confortabilísima, tranquilizadora, de que estábamos ante un grupo integrado por individualidades competentes totalmente comprometidas en un proyecto común con directrices muy claras y definidas desde la dirección.

La música en primer lugar, pero también el gesto, la actitud, la exactitud de los constantes desplazamientos por el escenario y la suavidad de los enlaces entre escenas confirmaban el alto nivel de puesta a punto de esta producción de Orfeo que el Ensemble La Fenice tiene en gira europea en el año en que conmemora sus veinticinco años de existencia y que presentará en otoño en la Salle Gaveau de París.

Otro punto de brillo de esta propuesta fue la versatilidad y polivalencia que exhibió el grupo, transformando coristas en solistas e instrumentistas en cantantes, como en el caso de Saskia Salembier, que cantó el personaje de La Música aún con el violín en mano o el de Nicolas Achten, que a modo de aedo cantó acompañándose a la tiorba y con gran competencia, los papeles de pastor y de Apollo.

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Las voces de la noche, sin embargo, fueron las de Jan van Elsacker en un Orfeo de expresividad más mesuradamente humana que estridentemente divina y, sobretodo, la de Luciana Mancini en los graves personajes de Messaggiera y Speranza, en los que lució una potente voz de mezzo con seguridad y estilo.

La levedad de los tempi, la flexibilidad del fraseo instrumental y vocal, el tino y sentido dramático en los énfasis dinámicos dibujados por Tubéry y seguidos casi siempre al milímetro por los interpretes lograron que esa vieja música estéticamente tan lejana, tan anterior al clasicismo, al romanticismo y a todos los códigos que configuran el gusto de la “música clásica”, fluyera fácil, hermosamente próxima, dulcemente cercana y vivificara, una vez más, aún una vez más, la más bella historia de amor.

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