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LA CRÓNICA

El encanto de los mercadillos

En Barcelona, se montan los fines de semana varios mercados de segunda mano y 'vintage'

Tomàs Delclós
Palo Alto Market.
Palo Alto Market.albert garcía

Los encantes en Barcelona tienen siete siglos de antigüedad. Parece que eran el mercado predilecto donde vender los bienes de un difunto para aliviar a la viuda y pagar posibles deudas. Ahora, los encantes se ubican bajo el paraguas catedralicio, y no sé si muy protector, levantado al lado del TNC. Luego está, entre los clásicos, el mercadillo dominical de Sant Antoni, básicamente de libros, cromos, videojuegos y películas. Pero en Barcelona, los fines de semana, se celebran un número creciente de mercadillos donde una parte de los vendedores no son profesionales de la segunda mano. No todos, sin embargo, son iguales. Los hay que cobran una módica entrada y otros de acceso libre. Los hay con libertad de precios y otros en que todo va a un euro. Los hay instalados en una plaza y otros cobijados en espacios cubiertos. Al último que fui, abrió en un espacio de coworking, CREC, a los pies de Montjuïc.

Josep Puig, coordinador de On the Garage, monta, entre otros, una vez al mes uno en L’Ovella del Poble Nou, un mercadillo donde todo cuesta un euro. También la entrada. Al principio, el acceso era gratis pero la necesidad de evitar aglomeraciones recomendó esta cautela. “Además, ayuda a cubrir gastos”, comenta. El mercadillo abre a las 11 de la mañana, pero a las nueve ya hay quien hace cola. Son los profesionales de la cosa, de tiendas de segunda mano, que saben que en un par de horas allí dentro apenas quedarán gangas, aunque el precio de un error es ridículo. A las once, un domingo, la cola para entrar era de más de 400 personas. Puig tuvo la idea de poner un precio único porque “el regateo aquí no se entiende”, no se sabe hacer. Obviamente, los vendedores que exponen mercancía no están a la espera de un gran negocio. “Hay quien viene para pasárselo bien. Estudiantes que hacen un poquito de caja para el viaje de fin de curso, profesionales que vacían pisos o particulares que aligeran sus armarios...”.

El regateo aquí no se entiende

Otro que cobra entrada (dos euros) es el Palo Alto Market, en la calle Dels Pellaires. Pero dentro hay una nota de sofisticación que no tienen otros. Los precios son libres y los productos no vienen, en su mayoría, de segunda mano. Un día que fui, dentro de la isla urbana donde hay el taller de Mariscal, cuyo hermano está detrás del invento, había un rincón para descansar del ajetreo y tomarse... unas ostras con cava. Definitivamente, otra clientela.

Pero la gran mayoría son de entrada libre. Los hay –en la estación de França y en la plaza del Mar de la Barceloneta- con un cierto predominio de lo que se denomina vintage, concepto que tiene contornos un tanto difuminados y a veces se confunde con lo retro o, simplemente, lo viejo.

De lo que hay más, en todos, son prendas femeninas. Pero el repertorio de pertrechos y enseres es difícil de catalogar. He visto: calculadoras, gafas, sifones, molinillos de café, mangos de ducha, estuches medio vacíos de Caran d’Ache, pipas, catálogos filatélicos de 1980, relojes de pared, aspiradoras, pelucas, flautas, barbies un tanto maltratadas (se vendían a cuatro euros) o minipimers (10 euros).

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Un joven que desmontaba la parada (ropa de cuando hacía el bachillerato) se había sacado unos cien euros

La asociación cultural Freedonia monta el Fleadonia en la plaza Salvador Seguí, delante de la Filmoteca. Antes lo hacían en la calle Lleialtat, “una zona deprimida en lo comercial”, explica Coke (“escribelo con k o con q, como quieras”), el presidente de Freedonia. Como no era zona de paso ponían música, pero una vecina se quejó y el mercadillo tuvo que ser mudo. Al final emigraron a una zona más concurrida. Ahora colaboran con la gente del Flea Market, que se celebra en la plaza Blanquerna, a las espaldas del Museu Marítim, para la gestión conjunta del alquiler de espacios y trámites burocráticos. Jubilados, parados y ONG que quieran tener su paradita con ellos tienen descuento. Los organizadores, además, gestionan el alquiler de sillas y mesas y tramitan la licencia municipal que debe pagar el paradista. El día que visité el de la plaza Blanquerna, un joven que desmontaba la parada (ropa de cuando hacía el bachillerato) se había sacado unos cien euros. José Ramón Lasuén y Ezequiel Baró han escrito que las ciudades son aglomeraciones de personas con el propósito de vivir juntas para consumir mejor y con más seguridad. Por ello, el mercado es una pieza fundacional. Mientras cuento todo eso en la redacción, dos compañeros, jóvenes, me explican que todo lo que han comprado ellos de segunda mano lo han hecho en páginas web, desde Internet. Me hablan, por ejemplo, de Wallapop. Las hay, cuentan, especializadas en objetos de Ikea que, encima, tienen el mueble montado. Pero ese mundo es otra historia.

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