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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Qué bruto, el aldeano

La diputada Punset es la expresión de amplios sectores de la sociedad española en cuyo imaginario el catalán, el vasco, el asturiano, el gallego o el aragonés son lenguas incompletas y defectuosas

El pasado mes de junio Carolina Punset, diputada de Ciudadanos, expresó de manera clara, rotunda e inequívoca su concepto de lo que significa hablar valenciano. Lo situaba, otra vez, en la aldea. Esta afirmación no debería alarmarnos, puesto que las gentes que viven en pueblos de menos de doscientos habitantes deberían tener para su señoría la misma dignidad que quienes viven en una gran ciudad. Pero no, no se trata de eso. Lo que trataba de hacer la diputada Punset era reforzar un escenario previo y no superado, intentaba recuperar un discurso que legitima a una lengua y desprecia la otra. La una es la lengua de los ciudadanos, la otra, de los aldeanos.

Sabemos que su señoría no tuvo un lapsus linguae de la misma manera que sabemos que quienes la votaron no son ni un lapsus social ni un laspus político. No, la diputada Punset, representa la expresión de amplios sectores de la sociedad española en cuyo imaginario el catalán, el vasco, el asturiano, el gallego o el aragonés son lenguas incompletas y defectuosas. Son las lenguas aldeanas que se enfrentan a la lengua de la polis. Son el patués o chapurreao, semilenguas, aldea-lenguas todas ellas que las instituciones españolas creen que no serán capaces de superar la modernidad ni de hacerse contemporáneas. No solo no lo creen, tratan de que así sea.

Los hombres y las mujeres que hablen dichas lenguas son hombres y mujeres incompletos y, por ende, así deberán ser sus derechos

Para empezar, nada mejor que cambiar los nombres. Si de palabras se trata, ¿qué mejor estrategia puede seguir una lengua con Estado, presupuesto y ejército? Así, la lengua que se cree superior puede deformar la denominación de las lenguas inferiores, de sus ciudades y de sus territorios. Empezará por esconderlos, y si de catalán, Maó o País Valencià se trata, les llamará lapao, exclusivamente Mahón o, ay, Comunitat Valenciana. Creará una ley para cada efecto que será respaldada por una gran mayoría de los poderes y la población del Estado. El catalán-aldea de Aragón, el Maó-aldea o el País Valencià-aldea pasarán a homologarse en cuanto acepten su rebaja, su pérdida o su incompletitud.

Los hombres y las mujeres que hablen dichas lenguas son, de hecho, hombres y mujeres incompletos y, por ende, así deberán ser sus derechos. No podrán dirigirse al poder real en su habla porque el poder le contestará diciéndole que no les entiende y la ley le ampara. Es una enmienda a la totalidad. Baste poner el ejemplo de la educación. El poder del Estado se opone de la misma manera a la miseria de horas de enseñanza en Aragón, a la medianía del País Valenciano o de Baleares y al sistema de inmersión en Cataluña. ¿Alguien cree que el castellano está amenazado en Aragón? No es una cuestión de horas, es una cuestión de diferencia.

A veces, el español me da pena. Y me da pena porque también es mío. La siento también lengua propia y, por eso, amiga, familiar, cercana. ¿Cómo voy a renunciar a él? Y, aunque fuese una lengua extraña, ¿podría tener hacia ella sentimientos como los que demuestran elecciones tras elecciones amplios sectores de la población española hacia todo lo que no sea dicho, escrito y pensado en sus propias palabras, en sus propios términos?

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Hablamos de sentimientos, sí, pero también de los que van de la incomodidad a la profunda animadversión. ¿Dónde situaría los de la diputada Punset? No lo sé, porque en definitiva, lo que está proponiendo su partido es una política contra el valenciano que se habla en Simat, Fraga, Figueres o Felanitx, aldeas todas. ¿Anecdótico? No, categoría y regla general expresada una y otra vez en decretos TIL, en falta de líneas en valenciano o en recursos contra la política lingüística. Algunos intelectuales cercanos a la diputada declaran que vivirían mejor sin el catalán a la par que dicen que temen por la desaparición de la lengua por la que tanto padecen.

Mienten. Si de verdad amasen el español no perderían ni un segundo utilizándolo contra otras lenguas que lo frecuentan y lo usan, que quisieran tener en él un aliado, un traductor, un espacio permeable y no una arma arrojadiza. Por lo demás, si lo que buscan es que muchos catalanes, vascos o gallegos sintamos malquerencia por el español, se equivocan. ¿Cómo podríamos despreciar el habla de aldeas como la Tábara de León Felipe? ¿Cómo reírnos de pueblos como Fuente Vaqueros o Moguer?

¿Besos sin lengua? La española, cuando besa, no besa de verdad.

Francesc Serés es escritor

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