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ROCK | PAUL WELLER

Todo un jefazo en escena

De no ser por los surcos faciales y esa melenita grisácea, nadie le atribuiría 57 años a Paul Weller, que se presentó en La Rivera este miércoles

De no ser por los surcos faciales y esa melenita grisácea, nadie le atribuiría 57 años a Paul Weller, The Modfather. Y cuesta creer que, entre los discos en primera persona y sus dos bandas, sume un par de docenas de títulos, porque su actitud del miércoles en La Riviera —casi llena— era la de un chavalín recién fogueado en el Barfly, el Marquee o cualquier otro garito londinense con pedigrí noctívago.

El de Surrey asume sus responsabilidades sin delegación: él imprime el pulso nervioso, el arranque de los temas, el tempo acelerado, la permanente disposición a quemar las llantas sobre el asfalto. Cambia de guitarras con frenesí y se sienta a los teclados para los momentazos lentos (Going my way). Y es el primero a la hora de saltarse la Ley Antitabaco.

La paradoja con Weller radica en que graba buenos discos en solitario que, por algún motivo, no se prenden en la memoria. El reciente Saturns pattern no es una excepción. Pese a un espléndido tema central en el que melodía y psicodelia se hermanan como solo Traffic sabía hacerlo. Paul proviene de los venerados The Jam y los permanentemente redescubiertos The Style Council, pero sus concesiones a la historia son mínimas: el tema Start! y el fiestón final de A town called Malice. Con un argumentario tan sólido y audacias como la doble batería —que se ve poco y genera absoluta excitación—, el autor de That’s entertainment no hace honor a aquel título. Lo suyo no es alergia a la nostalgia, sino racaneo hacia las grandísimas páginas de la música popular británica.

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