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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¡Malditos aldeanos!

Los partidos y las nuevas alternativas políticas e ideológicas no deberían dejar que el patrimonio lingüístico se convirtiera y se instrumentalizara como arma arrojadiza

J. Ernesto Ayala-Dip

Hace una semana el director y uno de los fundadores del partido Ciudadanos en Cataluña, Albert Boadella, declaró que a Cataluña le iría mucho mejor si no se hablara el catalán. Lo dijo como si en lugar de él, fuera una copia suya en Polonia, que es donde una frase como esa nos haría reír sin ningún remordimiento. Ya conocemos de sobra su pensamiento sobre materias en la que suele opinar con desparpajo incomparable. Boadella suele opinar desde hace mucho tiempo no como el lúcido y valiente director de teatro que fue, sino como un miembro activísimo de un think tank de extrema derecha. A Boadella no hace falta que le repitan la misma mentira para que se la crea, el solo, como algún otro exiliado catalán en Madrid también, se cree sus propias mentiras a fuerza de repetírselas una y mil veces, y también delirios persecutorios dicho sea de paso.

El fin de semana pasado, la portavoz de Ciudadanos en las Cortes valencianas, Carolina Punset, insistió en esa archiconocida idea de que según qué lengua hables eres más o menos universal.

En el programa El convidat, dirigido por Albert Om, recuerdo que el periodista fue invitado por Punset a su casa. Ese día lo que más me extrañó del sabio televisivo fue que, siendo una persona que podía hablar perfectamente en catalán, se dedicó a conversar con su visitante-entrevistador como si calculara la cantidad exacta de palabras castellanas que mezclaba con el catalán. Tal vez creyendo que así practicaba un bilingüismo irreprochablemente simétrico. Con ese modelo lingüístico, no me extraña que su hija piense lo que piensa sobre el uso del valenciano, lengua que se trituró todo lo que se pudo por el gobierno del PP en la Comunidad valenciana, durante veinte inclementes años. Claro que si se hubiera tratado del catalán hablado en el principado, su opinión no hubiera sido menos temeraria.

Por su parte, las declaraciones de Boadella son bastantes claras al respecto. A lo mejor a los finlandeses les iría mucho mejor si en lugar de empecinarse en hablar el finés hablaran el ruso o el sueco. Incluso el castellano, que ya le gustaría al director teatral y, ya no digamos, a la señora Punset. Lo de Punset, aunque duela a los oídos y a la inteligencia, va bien que lo diga. Al final y al cabo es lo que piensa el partido de Albert Rivera en esta materia. Hay de que dejar de dar la tabarra de una maldita vez con el catalán de Cataluña, de Valencia, de la franja con Aragón (que ya es el colmo de furia imperialista de esta minúscula lengua). Y si pudiéramos, también no estaría mal empezar una similar labor de limpieza con el gallego y con el vasco. En una palabra, hay que dejar de una maldita vez de molestar con esos aldeanismos y decidirse de una vez para siempre ser absolutamente universales.

Lo del aldeanismo tiene su miga. No sé cómo se lo habrán tomado los habitantes de las aldeas que siembran España. La filóloga María Moliner nos recuerda en su Diccionario del uso del español que el término aldeano suele arrastrar también un significado despectivo. Con ese ánimo despectivo lo usó la hija de Eduardo Punset. (También pudiera ocurrir que no conociera su significado primero: habitante de una aldea). Parece mentira que todavía hoy se sigan utilizando clichés despectivos con respecto a las lenguas de España. Y lo más curioso e incomprensible es que estos clichés estén en boca muchas veces de los propios hablantes de esas lenguas.

Creo que los partidos políticos tienen en esta materia, mucho trabajo por hacer. No creo que el uso de nuestras lenguas y su innegociable respeto, sea incompatible con la defensa de otras reivindicaciones más urgentes. No sé cómo se podría medir una urgencia con otra. Pero las grandes formaciones, junto con las nuevas alternativas y confluencias políticas e ideológicas, no deberían dejar que el patrimonio lingüístico se convirtiera y se instrumentalizara como arma arrojadiza entre partidos. He viajado por Suiza, por Bélgica y nunca he leído ni he escuchado que un hablante de una de sus lenguas le hiriera sus sentimientos a otro hablante de una lengua distinta a la suya con ofensas del calibre de la Punset.

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Se debería ser en este asunto más mayorcitos, además de más educados y amables. ¡Ah, si el aldeano Pau Casals los escuchara!

J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario.

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