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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Inmersión sin oxígeno

La ley no se cumple, a veces porque los profesores no quieren y a menudo porque no pueden

A raíz de la última ocurrencia del ministro Wert, la de obligar a unos cuantos colegios a ofrecer hasta un 25% de las clases en castellano, hemos vuelto a disfrutar en artículos de toda clase de medios, éste incluído, de dos de los tópicos más falaces de la Cataluña actual: que la inmersión ha alcanzado un éxito “incontestable e irreversible” y que la lengua catalana se ha quitado de encima la amenaza de extinción gracias a este milagro que es la escuela en catalán. La intención declarada de dichos escritos es apoyar el venticincoporcientismo, porque ya va siendo hora de que tan férrea aplicación de les principios de la inmersión se empiece a flexibilitzar.

Ante estos pareceres, no queda más que quitarse el sombrero y aplaudir la eficacia de la propaganda institucional. Porque si en algo han estado de acuerdo gobierno y oposición (hubiese quien hubiese a cada lado) a lo largo de los últimos treinta y cinco años es que la inmersión lingüística ha convertido las escuelas del país en una arcadia catalanófona. Unos para vanagloriarse y los otros para denunciarlo, el retrato que nos presentan año tras año es el de un paraíso donde los profesores aplican la Ley de Normalización Lingüística al pie de la letra, los alumnos aprenden y usan alegre e indistintamente ambos idiomas e incluso el personal subalterno hace lo que puede para no desentonar en esta harmonia helvética. La reiteración machacona del mensaje ha hecho buena la máxima atribuïda a Goebbels y hoy en día el pueblo indefenso está convencido de que las aulas del país son una especie de auca de Pilarín Bayés.

El acoso continuo del ministerio, las zancadillas de las asociaciones ultras y el buenismo desinformado alejan más la posibilidad de enderezar una situación lingüística muy compleja

Lástima que este paisaje no pase de ser un desiderátum. O, por decirlo al modo castizo, más falso que un duro sevillano. Si los innúmeros opinadores de ambos bandos que eternizan el tópico se tomasen la molèstia de echar un vistazo, por ejemplo, al blog de la Xarxa Cruscat o al de la SOCS (Societat Catalana de Sociolingüística), se darían cuenta de que el tema de la inmersión es uno de los que más literatura especialitzada ha generado y sigue generando: la red está literalmente inundada de estudios, encuestas, trabajos, tesis y debates sobre cómo se aplica esta estrategia y qué resultados arroja. Que no corroboran precisamente el mito arcádico. Directores de centro, profesores y especialistas han puesto por escrito, con profusión de datos y porcentajes, lo que en el gremio es público y notorio: que la ley no se cumple. A veces porque los profesores no quieren, a menudo porque no pueden; otras, incluso porque los alumnos mismos lo exigen. El propio Albert Sánchez-Piñol lo escribió en un artículo del 2008: “De la veintena larga de profesores que conocí, solamente una chica tenía moral para utilitzar el catalán. Los otros ni siquiera lo intentaban, ni en las aulas ni en los pasillos”.

La casualidad quiso que el mismo día que aparecían dos artículos favorables a la propuesta de Wert el readoctrinador se publicase en un medio digital, que muchos articulistas no deben leer, otro escrito en que una de las mayores especialistas mundiales en multilingüismo describía la situación con crudeza (Carme Junyent, El 25%, Vilaweb, 14/5/2015). La profesora listaba unos cuantos ejemplos de incumplimiento flagrante de esos principios tan férreos y concluía: “El 2002 se hizo pública una encuesta que mostraba que, preguntando a los profesores de instituto, el porcentaje de docencia en catalán era del 67%; si se pedía a los alumnos, en cambio, bajaba al 33%”. Me consta que la consellera Rigau está perfectamente al corriente de esta situación, pero el acoso continuo del ministerio, las zancadillas de las asociaciones ultras y el buenismo desinformado no hacen sino alejar aún más la posibilidad de enderezar una situación extraordinariamente compleja, que tiene que ver no solamente con las capacidades profesionales sino con un equilibrio social delicado y un lastre pesadísimo de vicios adquiridos.

Ignoro qué conocimientos sociolingüísticos innatos permiten al articulismo todoterreno afirmar que la amenaza de extinción para la lengua catalana ha desaparecido, pero de ser así merecería el premio Nobel. La inmensa mayoría de los lingüistas que estudian el asunto, empezado por la doctora Junyent, aseguran lo contrario. Lo que sí que parece que no va a extinguirse nunca es la pereza de documentarse antes de ponerse a escribir.

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Pau Vidal es filólogo y traductor.

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