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El Sónar enseña musculatura

El festival esperaba cerrar con 119.000 visitas y celebra su notable expansión internacional

El público del Sónar en el concierto de Skrillex.
El público del Sónar en el concierto de Skrillex.MASSIMILIANO MINOCRI

Con el festival apurando las últimas horas de la jornada diurna y preparándose para la última entrega nocturna, la organización del Sónar ha comparecido para hacer el balance oficial de la edición que se cierra esta madrugada. Según sus datos, el festival ha recibido cerca de 119.000 visitas, lo que condujo a Ricard Robles a manifestar que “esta ha sido una de las mejores ediciones del Sónar”. La intención de configurar un festival que fuese más allá de los conciertos ofreciendo una experiencia más global que incluya intercambios de ideas y desarrollo de proyectos creativos y empresariales, se ha verificado exitosamente, según la dirección del Sónar, que manifestó que “el nuevo relato del Sónar se está convirtiendo en una satisfactoria realidad”, indicó Robles, lo que llevó a los directores a manifestarse “emocionados” por la marcha de la edición que se clausurará en unas horas.

Entrando en el análisis de los datos, en las 119.000 visitas –se habla de visitas porque un espectador es contabilizado de forma individual cada vez que ingresa en los recintos, por lo que el número de asistentes es forzosamente menor-, se ha mantenido una distribución que marca un 44% de público nacional y un 56% de internacional. A esta cantidad de asistentes hay que sumar las cerca de 200.000 personas que ha seguido el festival a través del streaming. En cuanto a la diferenciación entre día y noche, la organización señaló que la asistencia diurna se ha mantenido en similares términos a la edición de 2014, sumando en total 49.000 visitas, por 70.000 recibidas por los actos nocturnos, que han visto subir ligeramente la asistencia de público en relación con el año pasado. Más tarde el Sónar mostró músculo ofreciendo la palabra a los socios del festival que en pocas semanas comenzará a realizarse en jornadas de entre uno y tres días en lugares como Brasil, Argentina, Colombia, Chile, Islandia, Suecia y Dinamarca.

Antes de la rueda de prensa, el Sonar ofreció una de las actuaciones más impactantes de la presente edición, y probablemente la actuación nacional más sugestiva del festival. La protagonizó El Niño de Elche con Los Voluble, presentando un espectáculo abiertamente político de fusión entre la electrónica ravera y los verdiales, uno de los cantos festivos del flamenco. Por lo tanto los espectadores asistieron a un espectáculo de flamenco fusión, pero no entendida ésta como lo hacían Triana y, menos aún, como la amable aproximación electrónica que Gotan Project hace al tango. Era algo más rasposo y popular, despeinado e imperfecto, una suerte de reivindicación sonora del desasosiego social y del poder de la música popular.

La formación, cinco personas en escena, incluido un guitarra flamenco, tejió un tapiz de gruesa electrónica a bastantes bpm (beats por minuto), acelerada, en el cual El Niño de Elche iba soltando píldoras de gran calado político en las que aparecía como personaje rescatado Guillermo Zapata, reivindicado en su sentido del humor, “esto va por Guillermo Zapata, porque su humor es mejor que el nuestro”, se pudo leer en pantalla. Pero además de tender puentes entre el flamenco y la electrónica, entre lo popular y lo festivo, entre la celebración y la toma de postura ideológica, el espectáculo ofrecía una realización de vídeo en la que convivían la Virgen del Carmen, loada por un cura en un fragmento de vídeo, Dolores Ibárruri y Ada Colau, frases dirigidas a la clase política en el poder como “no os juguéis nuestro futuro, devolvednos nuestro presente”, más imágenes, esta vez del Dodge Dart de Carrero Blanco, de Arias Navarro anunciando la muerte de Franco, coreografías con botafumeiros ondeados por aprendices y un sinfín de imágenes deliberadamente poco estilizadas, como la misma música y al mismo tiempo, por ello, muy intencionadas.

El culmen lo puso el propio Niño de Elche, que se grabó con una cámara realizando la gesticulación de una persona que se ha excedido en el consumo de pastillas o de cocaína, apretando los dientes, abriendo los ojos desmesuradamente e imitando los rictus labiales de quien quiere comerse el mundo porque antes se ha comido algo. Fue, sin duda, un espectáculo para el recuerdo, una muestra de mala baba bien orquestada y a la vez un masaje de ruidos y ritmo que hizo las delicias de las personas, mayoritariamente locales, que llenaron el SonarComplex

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