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Ritmo fumado y palabra acerada

A$ap Rocky abrió el Sónar Noche con un concierto atronador

El rapero A$AP Rocky, en su actuación en el Sónar.
El rapero A$AP Rocky, en su actuación en el Sónar.Robert Marquardt (Redferns via Getty Images)

Hay que imaginar la situación y el contexto: un hangar enorme y oscuro con unos miles de personas expectantes. Ante ellas se ilumina un enorme escenario y de su parte trasera brotan cuatro recitadores que saltarines y eufóricos comienzas a recitar como si en ello les fuese la vida. El griterío que les saludó fue automático, tan inevitable como que a una rime le sigue la siguiente. A$ap Rocky, la estrella del hip-hop norteamericana y estrella del hip-hop en este Sónar iniciaba así su concierto, el primero importante de la noche de ayer en el festival. Se iniciaba así la fiesta que esperaba su apogeo con Skrillex varias horas más tarde.

Pero volviendo al comienzo, el público del festival pudo ver una producción norteamericana ciertamente espectacular. Tres pantallas de vídeo en escena, a las que había que sumar las dos que la organización dispone en los laterales del escenario, iluminaban con destellos de blanco polar cegador a la concurrencia. Más tarde proyectarían imágenes urbanas de espacios degradados, una suerte de evocación del urbanismo que les ha tocado vivir a los negros en Estados Unidos. Sobre el escenario los citados recitadores saltarines, empujados por unos bajos impresionantes que se deslizaban sin prisa, pausados, una especie de bases fumadas que dejaban espacio a encajar las frases, de suerte que el resultado era un cruce entre pausa y griterío. Ese fue el tono de la actuación, a la que se puede recriminar un sonido general algo embarullado y una dinámica entrecortada que no jugó a favor.

Por la tarde también hubo hip-hop, aunque diferente: femenino e inglés. Lo encarnó Kate Tempest, una joven poetisa que ha encontrado en la palabra más o menos rimada, dicha en cualquier caso con intención rítmica, una plataforma de expresión complementaria con la escritura. En el Sónar Hall realizó una excitante actuación marcada por bases electrónicas muy graves y luciendo una rapidísima cadencia de palabra, incluso cuando el espectáculo, sin bases en algunos instantes, se acercaba a la spoken word, la palabra dicha, la declamación. Con su aspecto de público de a pié del Sónar, Kate se situó en las antípodas del glamur y del orgullo de macho propios del hip-hop más convencional.

Pero la tarde no fue sólo de ella, ya que el ruido tomó carta de naturaleza en un festival que funciona como un ágora de lo que se está cociendo en el mundo electrónico. Poor ejemplo da la sensación de que vuelve el anonimato de los artistas, alguno de los cuales hace ímprobos esfuerzos para no ser visto. Caso por ejemplo de Vessel es decir Seb Gainsborough. Hubo que codear hasta la primera fila para comprobar que iba sin camiseta, como un pastillero en la madrugada del sábado. Para hacerlo era preciso nadar contra corriente de unas olas de ruido extremo que llevaban en suspensión partículas de música industrial. El ruido vivió con Vessel uno de los momentos más brillantes de la tarde, ruido pautado, organizado y rítmico que se podía bailar sin precisar haber ingerido sustancias euforizantes, ruido excitante y vigorizador en sí mismo, ruido que hacía sentir vivo. Y en las pantallas, único elemento visible en el Hall, proyecciones desasosegantes.

Pero como el Sónar es un festival con decenas de caras, no sólo hubo ruido, también defendido en su actuación en el Complex por Rusell Haswell. Por ejemplo el lirismo bailable de Kiasmos triunfó en el Hall, sin duda el escenario estéticamente más atractivo del festival, con ese aire medieval gracias a sus cortinajes de terciopelo rojo que remiten a suntuosas recepciones cortesanas de una época sin duda oscura. Kiasmos son Ólafur Arnalds y Janus Rasmussen, y su truco es perfecto: frases de piano que podría firmar Ryuichi Sakamoto envueltas en ritmos techno y presentadas con la pareja dando botes tras sus aparatos. El contrapunto oscuro lo plantearon las imágenes proyectadas tras ellos, que no reclamaron oscuridad sino haces de luz disparados desde su espalda, lo que acentuaba su estampa de sumos sacerdotes. Por contra, esas imágenes que se veían encima de ellos mostraban un mar negro como contaminado por una marea de petróleo, de igual manera que el sol que se ponía tras la línea del horizonte era un sol enfermo, casi apagado. Era lo que más miedo daba de la actuación, por lo demás apta para arrullos bailables.

También resultó extremadamente lírico Owen Pallett, con su bonito violín, su bonita voz, sus bonitas canciones y su preciosismo, que por momentos pareció tan hueco como un huevo de pascua. Su actuación en el Village, bajo un sol que ya declinaba, fue de las más seguidas de la tarde, porque no cabe olvidar que el público del Sónar también tiene su corazoncito.

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