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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El desafío a la hegemonía

Fue una fantasía la que creó el espejismo del fin de las ideologías, en realidad, la sumisión a una sola ideología. Y es el hundimiento de esta ilusión la que ahora nos devuelve la confrontación ideológica

Josep Ramoneda

En un editorial reciente, ABC advertía a Rajoy que “al PP sólo le queda la opción de acudir puntualmente a la batalla ideológica que han planteado las izquierdas”. Con razón el editorialista pone sobre aviso al presidente: el debate ideológico está de vuelta. Después de muchos años de oír que la oposición derecha/izquierda ya no tenía sentido, acabamos de asistir a unas elecciones autonómicas y municipales que han resuelto el reparto del poder por la vía de alianzas construidas sobre las afinidades de derechas y de izquierdas. Con una sola excepción de relieve, el voto a favor de la investidura de Susana Díaz, Ciudadanos se ha inclinado por el PP siempre que ha estado en sus manos decidir quién gobernaba y el PSOE ha pactado con las izquierdas alternativas en los lugares en que era posible desplazar al PP. A la hora de la verdad: la derecha con la derecha y la izquierda con la izquierda.

¿Vuelve la ideología? No, la ideología no se ha ido nunca, lo que vuelve es la confrontación ideológica o, si se quiere decir de otro modo, la lucha por la hegemonía. La ideología como relato de la sociedad que determina el lenguaje y el discurso, configura la sumisión y establece pautas de conducta, no ha estado nunca ausente. Sencillamente durante unos años el debate declinó por victoria abrumadora de una parte, que supo anticipar el cambio y lanzó una devastadora batalla ideológica a partir de finales de los 70.

Esta hegemonía se consolidó con el hundimiento de los sistemas de tipo soviético, que dio lugar al efímero discurso del fin de la historia y del triunfo definitivo del modelo liberal democrático. La historia reapareció con estrépito, en la antigua Yugoeslavia, en las Torres gemelas, en Irak, en medio mundo. Pero en Europa, la claudicación de la socialdemocracia, convertida de la mano de Tony Blair, en thatcherismo de rostro humano, mantuvo la ilusión de la superación de las ideologías y en las dos décadas previas a la crisis la economía se convirtió en principio absoluto de legitimación política y social, completando el experimento iniciado en la Alemania de posguerra. Cuando el economicismo se impone la sociedad acaba crujiendo. Entre el marxismo y el neoliberalismo hay un elemento común: la atribución de un carácter determinante al factor económico que olvida la conciencia trágica de la humanidad y convierte al sujeto en un ser unidimensional y aislado.

Aznar anticipó el regresó de la batalla ideológica para dotar a la derecha española de un proyecto homologable con la derecha republicana americana

“Nosotros ahora todos somos clase media, podemos entendernos”, decía Tony Blair. Fue esta fantasía la que creó el espejismo del fin de las ideologías —en realidad, la sumisión a una sola ideología— y es el hundimiento de esta ilusión la que ahora nos devuelve la confrontación ideológica, en un marco caracterizado por las diversas decantaciones del capitalismo, que es más un principio que un sistema. En España, fue Aznar quien anticipó el regresó de la batalla ideológica, para dotar a la derecha española de un proyecto homologable con la derecha republicana americana. Mariano Rajoy, siguiendo su ejemplo, llegó al poder con un proyecto de restauración conservadora destinado a combatir la ofensiva ideológica de Zapatero en el terreno de los derechos civiles. El fracaso de la reforma de la ley del aborto enfrió los ánimos, pero el sello reaccionario ha quedado depositado en la ley Wert de Educación y en la ley mordaza.

Rajoy habla siempre en nombre de lo natural y del sentido común. Pero, como escribe Chantal Mouffe, “lo que en un momento dado es considerado como orden natural, junto con el sentido común que le acompaña, es el resultado de prácticas hegemónicas asentadas, de una objetividad más profunda”. Lo que es sentido común para Rajoy ya no lo es forzosamente para todos. Pero sin la hegemonía ideológica el éxito político es precario. De ahí que Podemos ponga la lucha por la hegemonía en primer plano. Hoy está todavía muy decantada del lado conservador. Pero la desazón de ciertos sectores de poder ante los últimos cambios viene porque daban por descontado que la hegemonía encarnada por el régimen bipartidista estaba perfectamente asentada. De pronto la han visto cuestionada y por caminos cruzados: el social (el pueblo) y el identitario (la nación).

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