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POP | MAROON 5
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Empacho de estribillos

Adam Levine tira de carisma para abrumar con su avalancha de éxitos, pero deja la sensación de una faena rutinaria

Adam Levine, cantante de Maroon 5, durante el concierto.
Adam Levine, cantante de Maroon 5, durante el concierto.Claudio Alvarez

“¡Madre mía, cómo le quiero!”, le confiaba este lunes una muchacha a su amiga a la salida del Palacio de los Deportes. Es probable que no fuese la única que formulase a esas alturas de la noche una declaración similar. Y es casi seguro que el destinatario de sus palabras no fuera ningún novio, sino el grácil, seductor y megatatuado Adam Levine, que durante los 85 expeditivos de su concierto no concedió tregua: estaba prohibido sentarse.

Podíamos sospechar que Maroon 5 gozaban de un público entusiasta por estos lares, pero nos quedábamos cortos. La joven hinchada española de los angelinos ya no es solo inmensa, sino entregada a la efervescencia. El pabellón registró un llenazo eufórico, con el papel agotado desde hace meses y sus compradores dispuestos a dejarse el alma, la garganta, las caderas. Y tanto fervor solo puede comprenderse desde el magnetismo de Levine, que ejerce de morenazo cautivador ante quienes le admiran: con sus vaqueros, camiseta sin mangas y aire resuelto, parece ese inquilino del quinto que le cae bien a todo el vecindario.

Claro que el carisma y la melomanía no tienen por qué ir siempre cogidos del brazo. El espectáculo es impoluto, la banda suena bien, no hay un solo detalle sujeto a las leyes del azar, pero decepciona la manifiesta ausencia de algún picante que aderece tanta carne en el asador. Necesitaríamos algo de salsa para aliñar tan agotador empacho de estribillos, pero solo encontramos profilaxis, corrección, la rutina del hoy-es-lunes-luego-esto-es-Madrid. Y es irritante esa fijación de encadenar las canciones durante todo el concierto. Para no dar tregua, se supone. O para tramitar con mayor celeridad un nuevo triunfo.

Hay temas enormemente contagiosos y divertidos de corear, pero solo se entrevé la chicha en She will be loved, en acústico pero con inesperado final colectivo, o en Sugar, una tímida aproximación al Prince de hace 30 años y, de lejos, lo mejor del grupo. Además del único momento en que Levine distingue con nitidez su timbre natural del falsete.

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