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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Metamorfosis

El PSC sigue siendo la segunda opción más votada, pero ya no es, como quince años atrás, el partido más parecido a la Cataluña real

El episodio es conocido, y seguro que permanece en la memoria de muchos lectores. La madrugada del 26 al 27 de enero de 2004, horas después de la revelación periodística del encuentro —celebrado unas semanas antes en el Rosellón— entre Josep-Lluís Carod-Rovira y la dirección de ETA, mientras la convulsión político-mediática crecía y el presidente Maragall se resistía a romper con los flamantes socios republicanos que le habían permitido llegar al gobierno, desde los despachos de la madrileña sede de Ferraz se produjo una llamada cuyo destinatario era un destacado alcalde metropolitano del PSC. “¿Tú estarías dispuesto a encabezar la reconstrucción de la Federación Catalana del PSOE, si en la calle de Nicaragua no ceden y llegamos a la fractura?”

La hipótesis —o la amenaza— no llegó a realizarse, y aquella crisis fue reconducida. Posteriormente, José Bono, Alfonso Guerra y algún otro barón más o menos jubilado del PSOE han coqueteado en público con la misma idea. Sin embargo, la gran paradoja del asunto es que una década larga después, sin ninguna ingerencia de Madrid, sin ningún estropicio, el Partit dels Socialistes de Catalunya posee cada vez más la fisonomía, el perfil de Federación Catalana del PSOE. Quizá no en el discurso oficial, ni en la actitud de una parte de sus dirigentes, pero sí en la sociología de los votantes que le quedan y en la geografía de sus reductos institucionales, que es lo que termina prevaleciendo.

Aquello que, durante una treintena de años, hizo del PSC un partido distinto del PSOE no eran tanto los textos estatutarios, ni el voto diferenciado de sus respectivos diputados en el Congreso —que no se produjo nunca—, ni el espíritu rebelde y respondón de sus líderes, sino la capacidad del PSC para conciliar en una síntesis bastante estable a dirigentes, cuadros, militantes y electores de culturas políticas distintas: la cultura clásica del PSOE jacobino que se embelesaba con Felipe y, en su momento, adoró a figuras como Pepe Borrell o Carmen Chacón; y la cultura profundamente catalanista de quienes, sobre todo en las demarcaciones de Girona y Lleida, añoraban a Josep Pallach, creían en un federalismo plurinacional y consideraban al PSC una apuesta pragmática gracias a la cual se podía gobernar no sólo en L’Hospitalet, Santa Coloma de Gramenet, Sant Adrià, Sabadell o Barcelona, sino también en Girona, Banyoles, Igualada, Manresa o la Seu d’Urgell.

Dicha síntesis, la que amalgamaba a Celestino Corbacho con Joaquim Nadal, a Manuela de Madre con Antoni Dalmau, a Jesús María Canga con Joan Solana, se ha deshilachado por completo, y los resultados del 24 de mayo lo certifican de modo implacable. En aquellos lugares donde domina la cultura PSOE (L’Hospitalet, Tarragona, Santa Coloma, Cornellà, Sant Boi, Viladecans, Rubí, Sant Adrià, etcétera) el PSC aguanta —generalmente a la baja— de modo parecido al conjunto del socialismo español.

Por el contrario, allí donde el PSC destacó —y a menudo poseyó la alcaldía— gracias a un perfil marcadamente catalanista, el hundimiento es espectacular. Si lo cuantificamos poniendo tras el nombre del municipio las cifras de concejales socialistas obtenidos en 2007, 2011 y 2015, los guarismos son los siguientes: Lleida, 15-15-8; Reus, 10-8-4; Girona, 10-7-4; Igualada, 10-5-3; Vic, 4-2-1; Berga, 6-4-1; Vilafranca del Penedès, 8-6-4; Sitges, 10-7-3; Vilanova i la Geltrú, 10-8-5; Manresa, 8-4-3; Olot, 9-6-3.

Aunque la casuística municipal es infinita, no parece muy aventurado relacionar este declive con la castración del Estatuto a manos del Constitucional ante la indiferencia o el desdén del PSOE, y luego con la táctica huidiza de la cúpula de Nicaragua ante el proceso soberanista. Las cifras anotadas más arriba y otras parecidas son el reflejo a escala local de los miles de militantes y cuadros que han abandonado el PSC para, a bordo del Moviment Catalunya, de Nova Esquerra Catalana, luego del Moviment d'Esquerres, de Avancem, etcétera, desplazarse hacia el independentismo.

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De manera que sí, con 530.909 votos (el 17,06 % de los emitidos) y 1.278 concejales, el Partit dels Socialistes sigue siendo la segunda opción más votada en Cataluña, y la tercera en número de ediles electos. Y, desde luego, el voto de un elector de Singuerlín, en Santa Coloma, tiene el mismo valor que el de uno del centro de Girona. Pero el PSC ya no es, como quince años atrás, el partido más parecido a la Cataluña real. Uno y otra han cambiado mucho.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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