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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Todos contra Colau

Trias sólo puede ser alcalde en una alianza doblemente contra natura, tanto en el eje nacional como en el eje social

Lluís Bassets

Xavier Trias no se equivocó la noche de domingo cuando reconoció la victoria de Ada Colau y la felicitó en su condición de futura alcaldesa de Barcelona. Tampoco se equivocó con su frase, aparentemente deferente hacia Artur Mas, pero de hecho envenenada: “Me sabe mal por ti, presidente”. Xavier Trias no se equivocó en nada la noche electoral. El actual alcalde es un señor de Barcelona y reaccionó como un señor de Barcelona.

No se equivocó en la reacción, porque es parte de la cultura política y electoral de Convergència que la lista más votada sea la que forme gobierno. Esto viene de muy lejos, exactamente de la primera investidura de Jordi Pujol en 1980, cuando había una clara, pero sólo virtual, mayoría alternativa de izquierdas alrededor de Joan Reventós.

Se ha atribuido la decantación de 1980 al afán de poder de uno y de otro: Pujol no podía dormir en la víspera pensando que no sería presidente y Raventós tampoco podía dormir pensando que sería presidente, según ácida observación del presidente Tarradellas. No es una explicación suficiente: la acción de las fuerzas vivas catalanas, empezando por Foment del Treball Nacional, tuvo un papel fundamental en las campañas de CiU y de ERC para cerrar el paso a un gobierno de izquierdas presidido por Raventós. ¿A santo de qué habrían permitido que los 14 diputados de la Esquerra Republicana de Heribert Barrera, después de haberles financiado la campaña, votaran a Raventós en lugar de Pujol?

Trias ha seguido fielmente, y defendió incluso durante la campaña, una línea que convenía a CiU y que le fue útil incluso para enfrentarse al tripartito de Maragall y, sobre todo, al de Montilla, que fue presidente sin encabezar la lista más votada. En su caso, además, contaba con la carta que había jugado Artur Mas y que él había aceptado, de un cierto efecto plebiscitario a la hora de escoger el alcalde de la capital del futuro Estado independiente a obtener en 18 meses a partir del 27 de septiembre, cuando se hagan las elecciones teóricamente definitivas.

Aquí su acierto en el reconocimiento del éxito de Colau enlaza directamente con su acierto a la hora de valorar el significado político de las elecciones: el ensayo general de plebiscito se ha perdido; los barceloneses han preferido una persona más preocupada por los desahucios y los sin techo que por la emancipación nacional de la patria catalana oprimida. Ya nos hemos acostumbrado que todo el mundo diga una cosa y la contraria y a continuación se quede tan ancho, pero hay que recordar que el presidente Mas declaró imprescindible para el proceso la alcaldía barcelonesa el viernes antes de las elecciones, no tres meses antes, y se desdijo la mañana misma del domingo, ante la urna, cuando declaró que a final de cuentas sólo eran unas elecciones locales.

Todo esto Trias lo sabe y lo tiene en cuenta la noche electoral, cuando hace las declaraciones coherentes que después los más entusiastas del proceso le reprochan. Sabe que la bofetada para Mas es formidable: el independentismo se ha consolidado, incluso ha crecido; pero el proceso anda desnortado y su dirección es cada vez más increíble y desquiciada, hasta el punto de que la misma noche electoral ya se ponía en entredicho, desde las propias filas ‘procesistas’, que la fecha del 27-S fuera la más adecuada.

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Ahora mismo, a pesar de la insistencia de Artur Mas, todavía queda un margen para la incertidumbre y la desconfianza, sobre todo entre CiU y Esquerra. Si CiU perdiera la Diputación de Barcelona porque Esquerra no se comportara como es debido, la fecha sería sometida a revisión. Hay un argumento poderoso para hacerlo, sobre todo si se quiere obtener algún resultado positivo: a la vista de la crisis del PP, de su pérdida de poder en todo España, con el ascenso sobre todo de Podem y el impulso limitado de Ciudadanos, parece evidente que todo será más ordenado y fácil si se va a las elecciones catalanas con el mapa hispánico ya muy definido y estabilizado.

El segundo acierto de Trias fue, así, analizar en caliente el resultado de las elecciones y decirle al presidente Mas que había perdido, una manera elegante de devolverle el favor de haber convertido su campaña barcelonesa en el ensayo general del plebiscito: a Trias no le hubieran faltado 15.000 votos si su papeleta no se hubiera identificado con un voto en favor de Artur Mas y de su hoja de ruta por la independencia. Él solo habría ganado. Esto a Trias le tiene que hacer daño y mucho, porque los suyos no le han dado la oportunidad de convertirse con un mandato más en el gran alcalde que ya empezaba a apuntar.

Los errores, pues, o son de los otros o cuando son también suyos, de Trias y de sus amigos, han venido más tarde, cuando ha empezado la gresca, es decir, las maniobras y las fórmulas imaginativas, esto que algunos, Pilar Rahola por ejemplo, identifica nada más y nada menos que con la política. Son errores de peso, de los que se pagan, y caros. No hay peor consejero que la desesperación o el aturullamiento. Trias sólo puede ser alcalde en una alianza doblemente contra natura, tanto en el eje nacional como en el eje social: ¿A santo de qué el PP tendría que apoyar a un gobierno de centro izquierda con ERC y PSC, para apuntalar un alcalde independentista? Si la fórmula tuviera éxito, se habría servido en bandeja la siguiente campaña electoral de Podemos en Cataluña y en España, porque demostraría hasta dónde pueden llegar la casta y el establishment cuando se trata de cerrar el paso a la democracia.

Esto es como una carrera de sacos. Gana quien se da menos trompazos, no quien más corre. También Ada Colau ha hecho su contribución en la noche y la semana de los errores, pero en su caso parece un problema sobre todo de carácter. Hablar siempre ha sido más fácil que callar y quien tiene boca se equivoca, sobre todo si la abre siempre y demasiado. Todavía no tiene al oso ni por tanto la piel pero el alcaldable de ‘Barcelona en común’ ya ha desplegado su programa drástico, más que programa máximo, que ha puesto los pelos de punta a muchos barceloneses, como si quisiera dar la razón a los descerebrados que querrían presentarla cómo si fuera Esperanza Aguirre o García Albiol.

Si el destino es el carácter, como nos enseña la más antigua filosofía, ya podemos empezar a intuir el que nos espera con la señora Colau como alcalde. Las tareas que tiene ante sí son colosales, hasta el punto que la pondrán a prueba personalmente en todos los conceptos. La negociación y, por lo tanto, el diálogo y el pactismo le serán imprescindibles para hacer cualquier cosa, incluso dentro del conglomerado político e ideológico que será su grupo municipal. Cerrarle el paso como se está intentando hacer a la desesperada es la mejor manera de facilitarle los desvaríos, y ponerla ante sus responsabilidades y contradicciones, en cambio, el mejor servicio que se puede hacer a los ciudadanos y también al gobierno de la ciudad. Dejemos que Colau gobierne y felicitémonos de tener una democracia que funciona.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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