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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Revoltosos de ritmo lento

Conviene tasar el momento feliz de dos alcaldesas, Carmena y Colau, que hablan con la franqueza de las convicciones interiorizadas, sienten lo que dicen y dicen lo que sienten

Jordi Gracia

En democracia las mejores fiestas son las que no se notan porque llegan como la lluvia tonta o la primavera loca, de improviso y cambiante, caprichosa y a veces felizmente justa. Las elecciones del 24 de mayo han puesto en órbita la vieja fe en la justicia poética, cuando la victoria o la derrota, el bien o el mal venían dictados por los dioses y cuando la voluntad divina se expresaba por la mano de los hombres, por su espada y su cota y su celada.

En estas elecciones el poder ha perdido el control a manos de incontrolados cuyo desorden organizado ha logrado vencer sin victoria alguna y sin derrotados derribados por los suelos. Han bastado pequeñísimos porcentajes de votos, cálculos infinitesimales, mínimas distancias entre los candidatos para que la lógica de la democracia haya inclinado hoy el viento hacia la justicia poética y ética, como si de veras el castillo de la impunidad pudiera ser derribado con el soplo levísimo de unos pocos miles de votos.

Porque nadie ha arrasado en sitio alguno pero la izquierda ha dejado al gato al borde del agua y muy seguramente escarmentado para una temporada. Las siete vidas de la prepotente y enquistada Esperanza Aguirre han empezado a correr vertigionosamente hacia atrás ante la integridad profesional y la transparencia ética de la magistrada Carmena, ennoblecida por el esfuerzo y la voluntad de ser justa. Con la dentadura desmontada, las gafas torcidas, la melena descompuesta y el cuerpo desmadejado ha enseñado inteligencia y dignidad en las pantallas contra la sevici<mc>a electoralista de una candidata dispuesta a todo, porque para eso ha estado siempre Esperanza Aguirre, para demostrar que los límites políticos no existen y la desvergüenza es sólo un encanto más del privilegio de sangre y apellido. Y Carmena le ha explicado con sonrisa nerviosa y un aplomo secreto su verdadera convicción democrática: aún aspira a reinsertarla.

Rn esas dos mujeres se resume el arco simbólico de lo que ha cambiado sentimental y emocionalmente en la sociedad española y catalana

La primera batería de declaraciones de algunos de los nuevos alcaldes han limpiado de golpe el panorama de códigos cifrados, palabras ciclostiladas en argumentarios de tosquedad mental insondable, mentiras descarnadas vestidas de temple comunicativo. Todo eso acaba de morirse de un día para otro, y aunque haya de resucitar pronto (porque todo resucita en la historia y casi nada se extingue), conviene tasar y vivir de veras el momento feliz de dos alcaldesas de Madrid y Barcelona, Carmena y Ada Colau, que hablan con la franqueza de las convicciones interiorizadas, que sienten lo que dicen y piensan lo que sienten, que despejan el mapa de prescripciones nacidas en despachos de imagen y comunicación y postulan una confianza en la palabra directa y explícita, a veces cruel y a menudo justa.

Se han piropeado y han piropeado a sus ciudades respectivas con la voluntad de conciliarlas porque les parece mejor que enfrentarlas. Han dicho cosas humildes con palabras humildes y ha bastado eso para que la ranciedumbre se disipe de golpe.

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En el relevo de las dos capitales se resume la bicapitalidad real del país y la lección es más honda que los porcentajes concretos por los que han ganado: ni Carmena va a ser libre ni, desde luego, va a serlo Ada Colau para hacer ni la mitad de lo que desea, o incluso menos. Pero sabemos de golpe que la rutina de una práctica tóxica va a tenerlo más difícil desde ahora aunque sepamos también que acecha el miedo a gobernar enfadando a quien no debes enfadar, como sabemos que las posibilidades reales de cambiar las cosas tienen márgenes ínfimos de actuación.

Sin resignación no hay política pero sin insumisión tampoco: en esas dos mujeres se resume el arco simbólico de lo que ha cambiado sentimental y emocionalmente en la sociedad española y catalana. Los 17.000 votos de distancia entre Trias y Colau son una falsa distancia corta, y quien mejor lo entendió fue Trias la noche electoral. Quien no lo entendió, o fingió no entenderlo, fue el president Mas. Esta vez, todavía más, la máscara de la comedia agriaba el gesto festivo y delataba la decrepitud de un político una y otra vez derrotado pese al flequillo alegre y los grandes planes de futuro. La tortilla ha dado la vuelta, aunque sea sólo en él ánimo de quienes creen que la democracia se baila revoltosamente con ritmos de fondo lento.

Jordi Gracia es profesor y ensayista

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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