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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

De la Diagonal a Nou Barris

La credibilidad de Ada Colau se juega en su capacidad para aplicar políticas que reduzcan la desigualdad entre los barrios

Enric Company

La abigarrada coalición que el domingo triunfó en la batalla por el Ayuntamiento de Barcelona es la de aquellos que nunca habían ganado unas elecciones. Algunos de quienes la votaron, quizá muchos, habrán apoyado en otras ocasiones a Iniciativa, al PSUC e incluso puede que entre ellos se cuenten electores de los que en 1999 votaron la coalición formada por Pasqual Maragall para su primer asalto a la presidencia de la Generalitat, la que agrupaba al PSC con Ciutadans pel Canvi e Iniciativa-Verds. Aquella que ganó en votos pero no en escaños, en una diáfana demostración de que la Cataluña pujoliana les consideraba, y sigue haciéndolo, ciudadanos de segunda clase. Pero nunca habían sido los protagonistas exclusivos de la victoria. Nunca en Barcelona había ganado las elecciones una coalición cuyo eje territorial y social fuera la avenida Meridiana. Esto es lo que terminó el domingo.

No solo es un cambio político. Es una rigurosa novedad histórica si se trata, como es el caso, de unas elecciones municipales para la capital de Cataluña. El eje del mando político local ha pasado de la Diagonal a la Meridiana. De Sarrià-Sant Gervasi a Nou Barris y Sant Andreu de Palomar. No es poco, si se consolida. En la sociedad capitalista el poder político de la derecha va acompañado por el poder económico y una potentísima capacidad de crear hegemonía social. No hay que ser adivino para advertir que por ahí le van a apretar los tornillos, como se los apretaron a partir de 2006 al gobierno de izquierdas encabezado por Maragall.

La victoria de esta inédita coalición de izquierdas forjada en torno a una mezcla de movimientos sociales como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, nuevos actores políticos como Podemos, y los herederos del PSUC, ha sido posible, entre otras cosas, porque contaba con un liderazgo inusualmente potente en la política catalana de las últimas décadas, comparable sólo a los demostrados en sus respectivos momentos decisivos por Maragall y Jordi Pujol. Por Maragall en 1999 y por Pujol en 1980. Es decir, un liderazgo con un extraordinario plus de credibilidad para los objetivos específicos que se propone. En el Pujol de 1980 era la reafirmación colectiva de Cataluña. En el Maragall de 1999 era la ambición de gobierno de la Cataluña progresista. El 2015 de Ada Colau es la promesa de reducir la desigualdad social escandalosamente agravada en la capital catalana como en el resto del país desde el estallido de la crisis económica de 2008 y la consiguiente imposición de las políticas de restauración financiera.

Ganar era lo más difícil, y la coalición Barcelona en Comú ya  lo ha conseguido, pero lo que viene no es fácil

Colau tiene ganada a pulso su credibilidad y con sus años de activismo social ha demostrado una capacidad de dirección más que suficiente para acceder a la alcaldía. Lo que ahora está por ver es si su bisoñez política y su inexperiencia como gobernante son, por ejemplo, como las de Toni Farrés en el Sabadell de 1979. Recuérdese, el Sabadell que había protagonizado poco antes una sonora huelga general política puso al frente de la ciudad a un novato que se convirtió en el mejor alcalde de su historia. O, puesto que se trata de la ciudad de Barcelona, está por ver si Colau será como el Narcís Serra de 1979 y el Pasqual Maragall de 1982, los dos alcaldes que supieron dirigir coaliciones municipales de izquierdas con habilidad suficiente como para llevar a cabo la reinvención de una Barcelona devastada por la crisis industrial de la década de 1970. Con la diferencia de que ahora quien dirige es quien entonces iba de socio.

Ganar era lo más difícil, y la coalición Barcelona en Comú ya lo ha conseguido, pero lo que viene no es fácil. Ni de lejos. El siguiente paso es forjar una mayoría de gobierno y, luego, un equipo capaz de dirigir la ciudad. Las dificultades serán inmensas en ambos frentes. ¿Cómo va a encajar el PSC su descenso a la casi irrelevancia en un Ayuntamiento que llegó a considerar como propio? ¿Puede ERC concebir que se hable de algo que no sea la independencia de Cataluña para mañana? ¿Puede aceptar la CUP que ahora le toca colaborar de buena fe con los colaboracionistas que participaron en los gobiernos municipales de anteayer?

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La habilidad para forjar una mayoría de gobierno con estos mimbres dará la medida de la capacidad de la agitadora Colau para la política de gobierno. La hora de gobernar Barcelona, de dirigir su Ayuntamiento, ha llegado para aquellos a quienes siempre les tocó ir, como máximo, de acompañantes. Muchos de ellos no se habían atrevido siquiera a soñar algo así. Los acostumbrados a mandar lo soñaban solo en forma de pesadilla.

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