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PATÉ DE CAMPAÑA
Columna
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El cambio parece algo normal

Cristian Segura

La izquierda de verdad, la que asusta a mi abuela de Las Tres Torres, irrumpe en la realidad política y la reacción en la sede electoral de Barcelona en Comú parece la del Barça cuando gana la Copa Catalunya. Gala Pin dice desde el escenario que han hecho historia y la gente sonríe, bebe cerveza, aplaude, pero con mucha calma. Sobre todo miran la pantalla gigante con una concentración que recuerda a un experimento de Pavlov. “Es que no se lo acaban de creer. Ganar impone mucho”, opina Gemma Galdon. Es el cambio tranquilo, como aquel lema del PSC, aunque solo sea por una noche.

El cambio se nota en multitud de detalles. Por las bebidas te piden la voluntad, lo que te dé la gana, si quieres puedes decidirlo en asamblea con tus amigos. La sede, en Fabra i Coats, está abierta a quien le apetezca acercarse. Hay muchas madres llevando el niño a rastras, jugando con el patinete, o con el bebé colgando del pecho, estilo indígena bolivariana. También hay quien ha venido con el perro. Es el mundo opuesto a las noches electorales de CiU en el Majestic.

La pantalla gigante emite el recuento de TV-3 y funciona a trancas y barrancas porque la conexión es de internet. Diana, una chica de Soria que lleva cinco años en Barcelona, me pregunta si los candidatos saldrán a hablar. Dice estar muy ilusionada pero no lo exterioriza. “Es verdad, la gente está muy tranquila”. Diana ha votado por Barcelona en Comú porque priorizan lo social por delante de la independencia. No es la única: el “Sí se puede” que gritan los presentes y el interés minuto a minuto por los resultados en Madrid demuestra que a muchos el procés no les quita el sueño.

La organización ha dejado en un rincón unos palos con unos carteles con la cara de Colau. A las diez de la noche los palos se distribuyen entre afines que llevan las camisetas oficiales de la plataforma. La Fabra i Coats parece un desfile de moda reivindicativa. Camisetas de Podemos, de la PAH, contra CiU y alguna musical –mi favorita una de Autobahn, de Kraftwerk. En la plaza de Can Fabra suena música, el Aleluya de Haendel que acompaña los juegos acuáticos de la fuente pública. En la cervecería la Terraza, regentada por un matrimonio chino, tienen sintonizada la jornada de Segunda División.

La vida en el exterior transcurre como si nada cuando se hace público el escrutinio final: “Hemos ganado” y el previsible “esa, esa, esa Ada Alcaldesa” son los cánticos improvisados por los asistentes. La alegría tranquila despierta cuando Ada Colau aparece ante los fieles invocando a David contra Goliat. En el centro del antiguo emporio industrial de los Fabra, lejos de la fiesta, hay un solitario trozo del muro de Berlín dibujado por Ignasi Blanch. La historia no se escribe así como así e incluso cuando sucede algo de verdad importante, su testimonio puede acabar en un patio perdido del barrio de Sant Andreu.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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