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¡Hossana Xavier Albertí! ¡Hossana Narcís Comadira!

Director y actor firman un memorable espectáculo en la Sala Gran del TNC

¡Era esto! Casi dos décadas elucubrando sobre la utilidad del Teatre Nacional de Catalunya y una noche nos llega la epifanía desde el escenario de la sala principal con un escenario volcado sobre el público. Rota la distancia que parecía insalvable, sempiterna, condenatoria. L'hort de les oliveres no es el montaje más perfecto que ha pasado por el TNC. El espectador ha disfrutado de espectáculos con más relieve artístico en cualquiera de sus tres salas, unos cuantos también firmados por los pasados directores artísticos. Más deslumbrantes pero no más memorables. Funciones que repartían placer y gloria sin aportar casi nada a la identidad de la institución. Un éxito de hielo bajo el sol canicular.


L'HORT DE LES OLIVERES

De Narcís Comadira. Dirección: Xavier Albertí. Intérpretes: Mercè Arànega, Rubén de Eguia, Marta Ossó, Robert González, Mont Plans, Oriol Genís, Carles Canut, Aina Sánchez, Antoni Comas y Ricard Farré. TNC, Barcelona 15 de mayo.

La producción dirigida por Xavier Albertí y escrita por Narcís Comadira es imperfecta. El brillante texto a veces flaquea, con escenas que rozan la intrascendencia. Los que saben de este arte y oficio señalan además —con razón— los pasajes que se escudan en la eternidad de Shakespeare y Hamlet, su criatura; que apuntan que la afilada daga crítica del autor pincha, corta, pero no aprovecha la herida abierta para destripar el cuerpo y leer a fondo el destino de la patria en las podridas entrañas, como los arúspices romanos. Tampoco el reparto es equilibrado, con una clara división entre la madurez y la juventud. Ganan los primeros; pierden los segundos, con el agravante que la figura crucial del conflicto (el "hereu" interpretado por Rubén de Eguia) forma parte de esta última facción.

¿Entonces, por qué el aleluya? Por todo lo demás. Por contar con un autor nacional vivo sin pedirle que renuncie a su ética y su estética. Por un texto que desprecia con franca alegría las convenciones que separan lo sublime de lo vulgar, el verbo seco del desgarro poético. Un delicado híbrido dramático que sólo prospera en el invernadero de un teatro público.

Por la valentía del autoflagelo, por morder la mano que te da de comer. La trascendencia de la traición intencionada. Regodearse del dardo de la crítica como si Thomas Bernhard —sombra protectora de este montaje— hubiera tomado al asalto el TNC pensando, en el delirio de su misantropía patria, que es el Burgtheater de Viena. Por el talento de Albertí de integrar el universo del autor en el propio, por reivindicar su trayectoria más iconoclasta en el escenario principal del teatro de la Generalitat, y que le sigan firmes Carles Canut, Oriol Genís, Mercè Arànega y Mont Plans. Por la belleza de un telón pintado de rojo bermellón, la composición de una santa cena, un Agnus Dei de peluche o la bañera ensangrentada de un Jean-Louis David contemporáneo.

Por la imparable sensación la noche del estreno de que ahora sí; ahora el TNC había entrado en la edad adulta. ¡Hossana Albertí-Comadira!

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