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Paté de campaña
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Más moral que el Alcoyano

En un mitin en el Centre Moral de Gràcia, Trias no dijo ni una palabra sobre la prohibición de las 'estelades' en los edificios públicos

Al fondo del escenario, el decorado pintado con los simbólicos fálicos de la ciudad: Colón, la Sagrada Familia, el Hotel Vela, la torre Mapfre y su vecina, las cuatro columnas de Montjuïc..., todo lo que se empina en Barcelona. No están, no son de Barcelona, las tres chimeneas de la Fecsa. Eso es a las afueras, eso es el trabajo y no la ciudad convergente que dibujan los carteles electorales. Además, cualquier día de estos las van a tirar y si te vi, icono obrero, no me acuerdo. En letras grandes, el lema: Trias, el alcalde de todos. (Durante la campaña de 2011, que le llevó a la alcaldía, el eslogan era: Trias. El alcalde de las personas. Cualquier frase sensiblera, menos el alcalde de Barcelona).

Esta tarde de jueves, el día que libraban las criadas (las empleadas del hogar, ya ni eso), ha dado Xavier Trias un mitin en el Centro Moral de Gràcia y así se ha erigido el alcalde en el centro moral de Barcelona. ¿Y cuál es el icono de esta moralidad convergente que representa el alcalde? Unas gafas. Es cierto que las gafas están llenas de contenido ético y moral. En Papillon las llevaba Dustin Hoffman, un falsificador, sí, pero, sobre todo, un hombre frágil y con talento.

En La gran evasión, sale otro falsificador miope, otro hombre frágil, que necesita protección en el mundo (y porque no las tiene se queda ciego al final). Falsificar es crear realidades alternativas, algo parecido a prometerlas. Las gafas de Trias, no las que usa, sino las que se han convertido en el símbolo de su campaña, son una montura sin cristales, es decir, como una ciudad a la que le han roto los escaparates. Hay dos formas de llevar gafas en la vida, a lo Woody Allen y a lo Elton John. Trias ha elegido la primera, quizá porque Barcelona ya tiene película de Woody Allen y de tal modo es un poco Manhattan, entre el Hudson del Besòs y el East River del Llobregat. Las gafas son el símbolo de una ética que cuesta la vida y por eso están las gafas rotas de Allende en escultura frente a la Moneda de Santiago de Chile, las gafas gigantes de Mandela en un paseo de Ciudad del Cabo, y las gafas del dibujante, las gafas troceadas de Charlie Hebdo, que recorrieron la marcha republicana por las calles de París.

Andaba la media de edad cerca de la Edad Media, limítrofe de la Moderna y con indicios de Contemporánea

Esta tarde de jueves, en el Centro Moral e Instructivo de Gràcia, la gente de Trias llevaba en la solapa el pin de sus gafas y hacía pensar que Barcelona es eso, una ciudad que sueña con parecerse a Mandela, que ha encontrado su destino trágico en otro 11 de septiembre y que nunca se ha atrevido a tener un bulevar Voltaire. Pero las gafas de Trias, ahí, en pleno y gentrificado barrio de Gràcia, lo que han recordado en el fondo es que somos una ciudad de gafapastas.

Habló Trias una hora. La primera media hora lo hizo sentado con varios representantes vecinales. Como unos sillones eran blancos campaña y otros naranja campaña, parecía que se los hubieran pedido prestados a unos vecinos del PP y de C's, respectivamente. El acto lo presentaba la regidora del distrito, Maite Fandos, que explicó que, antes de ganar la alcaldía su partido, en Gràcia había dos guarderías que se llamaban Jaén y Neptuno, pero que ahora ya se llamaban Caspolino y Enxaneta. En la segunda media hora, Xavier Trias se dirigió al público desde su atril de conferenciante. La sala, que era la del teatro del Centro Moral, estaba repleta. Andaba la media de edad cerca de la Edad Media, limítrofe de la Moderna y con indicios de Contemporánea. Lo más parecido a un mitin convergente es un congreso de cardiólogos. Hay mucho corazón, pero cada uno en su silla.

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El alcalde llegó sin corbata, con un traje azul Convergència, la chaqueta desabrochada y camisa blanca y habló con un pie subido en el poyete del atril. Lo primero que les dijo a los asistentes fue que cada año venía aquí para los Pastorets, a continuación le sugirió que dimitiese al ministro Wert (pero nada de nada soltó sobre la orden de la Junta Electoral de retirar las esteladas de los edificios públicos, que acababa de conocerse en la misma tarde), y más adelante aseguró que Barcelona, como capital de Cataluña, estaba muy comprometida con el proceso nacional: “No sé qué hubiera pasado si el alcalde no hubiera sido de Convergència i Unió”. Celebró la gran implantación que está teniendo en Cataluña la industria del motor (aunque bien visto, quizá en esto estemos más cerca de las ITV que de Detroit). Y acabó vendiendo país, bienestar y tecnología de vanguardia, en un país de humillados y ofendidos, donde los enfermos llevan prótesis caducadas, la gente se muere en la UCI tras 22 meses en lista de espera y sigue la huelga de los subcontratados de Movistar/Telefónica.

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