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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ovejas y tuits se pasean entre libros

En su visita a Barcelona constaté que Raymond Carr tenía un odio visceral y cerebral por la palabra ‘hispanista

Es larga la resaca del día de Sant Jordi y abril, como decía T. S. Eliot, es el mes más cruel. Como soy un editor de autores muertos, sobrellevo esa fiesta agazapado en los tendidos, con temor y temblor, como Miguel de Cervantes en su viaje de vuelta del Parnaso, como Juan Goytisolo frente a José Ignacio Wert. Es una celebración muy catalana y muy globalizada, ideal para ver y ser visto. Una jornada larga, proclive para ser inmortalizado en una imagen, solo o en compañía de algún escritor famoso o de algún famoso a secas.

Como soy un editor de autores muertos, evito las fotografías de escritores vivos y me refugio en las que han acompañado los obituarios del historiador Raymond Carr, muerto el 19 de abril. Ya que este no puede enviarme un mensaje reconfortante desde el más allá, me entrego al sorprendente fogonazo catalanufo de Mariano Rajoy en tuit: “Feliz día del libro y de la rosa. Os recomiendo el último que he leído: Mercado de invierno, de Philip Kerr".

Casi todas las fotos de Raymond Carr son de 2001, y las firma Ricardo Gutiérrez. Me he visto en ellas, como Alicia en el espejo, a través de su corbata estampada de borregos lanudos sobre un fondo verdeazul. ¿Quién entenderá hoy, me pregunto, la intención de esa corbata? En febrero de 2001, un fantasma recorría Europa, el fantasma de la fiebre aftosa. Miles de ovejas de la cabaña británica habían sido inmovilizadas y muchas sacrificadas de resultas del violento brote de encefalopatía espongiforme.

Entre tanto, un grupo de directivos de una editorial barcelonesa decidía su presupuesto anual en Cervelló, un pastoril pueblo del extrarradio de la ciudad condal. En febrero, un mes malo para lanzar novedades potentes, se habían juntado en el programa Carlos Barral (Memorias en un solo volumen), Francesc Escribano (Cuenta atrás), Eduardo Gil Bera (Baroja o el miedo), Ahmed Rashid (Los talibán), J. M. Castellet (Nueve novísimos en nueva edición) y Raymond Carr (Historia de España).

Todos requerían de promoción y recursos, y todos, a su modo, iban a tener su momento, por suerte para nosotros y para desgracia para el mundo (el 11-S iba a convertir Los talibán en un best seller). Sea como sea, la Historia de España, editada por Raymond Carr, con capítulos de los historiadores británicos más conspicuos, desde Richard Fletcher para la Edad Media hasta Sebastian Balfour para el siglo XX, era nuestra máxima apuesta.

Raymond Carr había aceptado nuestra invitación para participar en la promoción. Pocos días antes de venir, nos comunicó que anulaba su viaje, según decía, por mantenerse en guardia en su granja de Bath, junto a sus queridas ovejas, que el gobierno británico amenazaba con sacrificar. Al final, después de unos días de incertidumbre y tensión, confirmó su visita. Tuve la suerte de asumir parte de la promoción y convertirme, durante tres días agotadores, en su animal de compañía, de hacerme cargo de él desde su llegada al aeropuerto de El Prat y su hospedaje en el Colón, su hotel de siempre. Ahí comprobé que no dejaba de hablar, sobre todo de lo divino del pasado, simplemente porque no podía oír nada. En la presentación en la Biblioteca Nacional, constaté su odio visceral y cerebral por la palabra hispanista, tras ser presentado así por los editores.

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En este tiempo de libros como cartón piedra y como parques mediáticos, la historia ha dejado paso a la novela y la Pérfida Albión nos visita el 23 de abril con Ken Follett y Philip Kerr. Son los hispanistas del siglo XXI, prendados de nuestra tierra, de sus mujeres y sus días: sol, sal, sed y son de mar ceñidos a la esencia y el esencialismo de la lectura y el amor: página a página memorizó el libro, pétalo a pétalo memorizó la rosa. Y no deja de ser conmovedor que Mariano Rajoy haya elegido Mercado de invierno. ¿Será un fan del género negro, de las andanzas de Bernie Gunther o del glamour de Philip Kerr? ¿Lo habrá elegido por su pulsión futbolera? ¿O, ya en harina, por esos chutes de erotismo en que una felación es tan trascendente como “Jesucristo ascendiendo a los cielos”? ¿Será que solo compra y lee un libro al año? ¿Qué será, será…?

En todo caso, su tuit no deja de ser un monstruoso reclamo publicitario. Que se prepare nuestro prócer, porque vamos a inundar su casa de novedades. Entre la novela de Philip Kerr y la historia de Fernando García de Cortázar, ¿tendrá tiempo para otras lecturas? Ese 23 de abril Mariano Rajoy había escrito también que “los libros mejoran nuestras vidas y leer nos hace más libres”, un tuit firmado por “MR" y atribuible, por qué no, a Marco Aurelio, cuyas Meditaciones me atrevo a recomendarle. A Raymond Carr le encantaba. A Philip Kerr quién sabe. El libro es breve y su enseñanza larga. ¿Alguien podría dar más por menos?

Manel Martos es doctor en Humanidades y director de la editorial Gredos.

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