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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El testamento de Margot

La novela que Rivière presentó antes de morir fue un encargo que la editorial no se atrevió a publicar hace veinte años por temor

Francesc de Carreras

No se decidió a morir hasta que su novela estuviera a la venta en las librerías”. Este era el comentario generalizado de los amigos de Margarita Rivière en su emotivo funeral. Margarita, Margot de nombre familiar, fue una clara representante de toda una generación de protagonistas del periodismo catalán durante la Transición que nutrió de sabia joven a algunos viejos y nuevos periódicos: al glorioso Tele-eXprés, al Diario de Barcelona y a Mundo Diario, en los años setenta; y ya en los ochenta, El Periódico, la redacción catalana de EL PAÍS y buena parte de La Vanguardia. La versátil Rivière fue una de las plumas más emblemáticas y conocidas de esta generación.

En cierto modo, fue un grupo privilegiado: había mucho por hacer. A fines de los sesenta, el periodismo barcelonés había envejecido, necesitaba renovación. Sólo los jóvenes, o principalmente los jóvenes, podían entender que el franquismo era sólo una máscara y había que ver la realidad que, con más lentitud que el césped de un jardín, estaba creciendo sin que apenas nadie se diera cuenta: cambios en el mundo universitario, nuevo movimiento obrero, partidos clandestinos, problemática de los barrios periféricos y del cinturón industrial de Barcelona, resurgir intelectual y cultural.

Las instituciones políticas seguían las pautas que la dictadura señalaba, pero la sociedad estaba cambiando. Eso es lo que aportaron los jóvenes periodistas de esta generación a ciertos viejos periodistas liberales, muchos de ellos directores de periódicos, que los acogieron con entusiasmo: el citado Ibáñez Escofet, Andreu Roselló, Néstor Luján, Horacio Sáenz Guerrero, Hernández Pardos, Tristán La Rosa, y también otros más jóvenes como Wifredo Espina, Peranau, Faulí, Cadena, Martín Ferrán…

Margarita procedía de una familia de gente bien barcelonesa y se le notaba. Me había hablado de ella muchos años antes de conocerla mi amigo Juan Ventosa, procedente del mismo medio social: “La única chica interesante de mi mundo es Margot Rivière”. Pero este inconfundible estilo contrastaba con unos intereses e ideas muy distintas a los de sus orígenes, con una capacidad de trabajo descomunal y una curiosidad sin límites. Se ha dicho estos días que para ella el periodismo consistía en formular preguntas y obtener respuestas. En efecto, siempre que charlabas con ella se pasaba el rato preguntando, no importaba el tema, la persona, el hecho pasado o presente. Animal periodístico puro, lo que le contabas era metabolizado y convertido en artículo, en información, en columna: su jornada de trabajo duraba 24 horas, siempre preparada y al acecho para captar noticias, ideas, reflexiones. Esta era Margarita.

Pero volvamos al principio. Margot ha dejado como testamento su novela, su primera novela, su única novela. Consciente desde hacía años de que su tiempo se estaba acabando, un periodo que ha sobrellevado con una elegancia moral insuperable, cuatro días antes de morir presentó Clave K (Icaria, Barcelona, 2015). ¿Una novela más en la actual sobreabundancia del género? No, una novela peculiar, con historia, una historia significativa y reveladora: fue escrita a mediados de los años novena, hace unos 20 años, y no ha podido ser publicada hasta ahora. ¿Por qué? ¿No encontraba editorial que la publicase? Al contrario, fue un encargo, pero la editorial se negó a publicarla. ¿Estaba mal escrita, no tenía interés o no se ajustaba al encargo? Tampoco. Está excelentemente bien escrita, tiene gran interés, entonces y ahora, se ajustaba al encargo. ¿Entonces?

Pues entonces, y ahí está lo revelador, e indignante, la novela no se publicó porque la editorial no se atrevió a publicarla. ¿Por qué razón? Por miedo, simplemente por miedo. ¿Miedo a qué? Miedo a que no complaciera a la Cataluña oficial, a los gobernantes del momento, a las represalias. La K del título es el nombre camuflado de Jordi Pujol, también el nombre de Cataluña y del catalán. Se trata de un roman a clef sin apenas disimulo, tan claras son las alusiones a personas y a hechos conocidos que no precisan explicación alguna. Con permiso de Valle-Inclán, la Corte de los Milagros catalana está ahí perfectamente retratada, justo después de las elecciones de 1984, tras la primera mayoría absoluta, en los comienzos de su esplendor.

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Margarita había comenzado un libro que se pretendía un ensayo. Vio que, por la naturaleza del asunto y dadas las circunstancias, podía expresarse mejor en el género novela, en un thriller: “La gracia de este texto —decía la autora en la presentación— es que sugiere muchas cosas y permite que el lector haga toda clase de cábalas, ahora tan en boga”.

Lean la novela, entenderán una época, entenderán la actualidad catalana. La descripción de un tiempo en que, por lo visto, las editoriales que habían encargado ciertos libros no se atrevían a publicarlos por miedo a que se enfadara Yo, El Supremo. Margot se nos ha ido, esta ha sido su última contribución a disipar la niebla, a clarificar las cosas, a decir lo que era indecible. ¿Ha desaparecido nuestro sigiloso maccartysmo? El miedo se está superando, gracias, entre otros muchos, a Margarita Rivière.

Francesc de Carreras es profesor de Derecho Constitucional.

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