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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Modernidad y protagonismo ciudadano

Deberemos hablar de objetivos sociales y culturales cuando nos planteemos como gestionar la ciudad común

Joan Subirats

Las elecciones del 24 de mayo pueden servirnos para discutir cosas relevantes o pueden servir solo para seleccionar nuevas (o viejas) caras para viejas instituciones. Hay fuerzas políticas que piensan que nada sustantivo va a cambiar en los próximos cuatro años, y van desgranando sus programas electorales, limitándose a seguir la senda modernizadora en general. Hablan así de desarrollo económico, de crecimiento, de recuperar tejido industrial, de mejorar la capacidad de investigación y de conocimiento científico. Si se refieren a la esfera de lo político, se aplican en recomendar buen gobierno, evitar la burocracia, hacer cumplir la ley, mejorar el apoyo de los gobernados, etcétera. O si mencionan el ámbito cultural o educativo, pues se trata de incrementar el número y la calidad de la oferta educativa, reforzar las infraestructuras culturales, facilitar la creatividad.

Frente a esa modernidad de carril principal, pensada y gestionada por los que saben y por las instituciones designadas para ello, tendríamos la premodernidad de los que directamente se ocupan de subsistir, organizarse para vivir juntos, o facilitar el aprendizaje colectivo aprovechando la mezcla y la proximidad. En la sociedad tradicional y en la que persiste en los entresijos urbanos, las normas que marcan las relaciones entre las personas se construyen cara a cara, en el día a día, acumulando aciertos y errores. En la sociedad moderna, las normas que rigen nuestra vida han ido siendo decididas por instituciones expertas, que saben lo que nos conviene. A medida que el lugar cuenta menos, las normas viajan más fácilmente. Los lugares son inespecíficos mientras las normas si lo son. El énfasis en la internacionalización de ciudades, lugares y personas, busca reducir el localismo, la fuerza del lugar, para facilitar así que en todas partes pueda pasar más o menos lo mismo. Lo que distingue un sitio de otro es apenas lo vernacular, lo peculiar. Algo que sazona de manera específica lo que ocurre en cualquier lugar.

Pero, a pesar de todo, el lugar continua siendo obstinadamente importante y cada vez lo será más. Lo que está en juego es la capacidad de las comunidades para generar discursos propios a partir de la hibridación entre sus realidades territoriales específicas y las lógicas globales a las que no pueden sustraerse. Lo que está en juego en Barcelona o en cualquier otra ciudad, es como podemos utilizar una específica localización de lo global que sirva a los fines colectivos. ¿Vemos algo así en los argumentarios de las fuerzas que compiten en nuestras ciudades? ¿Aparece un discurso propio, hecho colectivamente, desde abajo? Busquémoslo. No basta con hablar de Cataluña, España o Europa. ¿Qué Barcelona, que Vilafranca o que Tortosa está en juego? No defendemos recuperar la ciudad para mantener una tradición como algo estático. La tradición nos sirve para reactivar nuestros lugares como expresión de diferencia y como pegamento de lo que nos une, frente al ataque abrasivo del turismo y del negocio de lo global como algo inespecífico expresado en las franquicias que lo ocupan todo. Dice el antropólogo Arturo Escobar que lo que nos conviene no es “pensar globalmente y actuar localmente”, sino “pensar localmente, actuar localmente y articularnos globalmente”. Esa es la gran oportunidad de los que están en los lugares, que saben lo que ocurre en ellos, y que pueden pasar de ser “objetos de desarrollo” en manos de los que piensan en ellos pero sin ellos, a ser sujetos de su propio desarrollo. De ahí la importancia de construir nueva política local desde los ciudadanos, desde los barrios, desde los expertos y saberes ciudadanos, desde los políticos ciudadanos, desde los que saben porqué han padecido y luchado contra los efectos de las decisiones que han ido tomando los que aseguraban que sabían lo que hacían y que lo hacían por nuestro bien.

Los debates sobre la gestión de los recursos, la gestión de los servicios, el gobierno y la gestión de las instituciones, toman otro sentido si se parte de estas premisas. Cuando se profesionaliza la gestión de los asuntos comunes se gana teóricamente en calidad de análisis y en capacidad de acción, pero se pierde en implicación y en sentido de pertenencia de los que resultan afectados por las decisiones que se toman. No se trata de que algunos participen en determinados órganos de gestión como cuñas ciudadanas en espacios de profesionalización técnica. De lo que hablamos es de mantener la conexión asuntos públicos-ciudadanía de manera que haya corresponsabilidad en momentos en que no es esperable que volvamos a un incrementalismo presupuestario que lo permitía todo. No basta solo la eficiencia económica. Deberemos hablar de objetivos sociales y culturales cuando nos planteemos como gestionar la ciudad común, las cosas de todos. La ciudad.

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