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Un observador sin arrogancia

Eduardo Aznar expone 40 años de fotos sobre la biodiversidad amenazada

Desierto del Sahara en Zagora (Marruecos).
Desierto del Sahara en Zagora (Marruecos).eduardo aznar

Quienquiera que desee deleitarse con un gozo difícilmente olvidable tiene a mano la ocasión de vivirlo, intensamente, y hasta el 7 de junio en la sede madrileña de la Fundación Telefónica. A los pies del señero rascacielos de la Gran Vía acaba de inaugurase un acontecimiento estético-medioambiental sin parangón cercano. Se trata de un recorrido gráfico a lo largo del Planeta, más precisamente, a través de sus ecosistemas más majestuosos, donde la Naturaleza exhibe su máxima potencia generatriz de belleza y de vida.

Eduardo Aznar Sainz (Madrid, 1943), hombre de empresa y viajero incesante, patrón de la Fundación Santa María la Real y creador de FEPMA, Fundación para la Ecología y Protección del Medio Ambiente, ha capturado con su cámara el fulgor de los grandes espacios, del Nilo Azul al Himalaya, de los montes rojizos de Australia hasta las arcaicas urbes del Yemen, así como el latido y los semblantes de las plantas y los animales más sorprendentes, para dejar constancia de que esa prodigiosa beldad variada que conservan todavía tantos enclaves del mundo, se encuentra en situación de alto riesgo y, en demasiadas ocasiones, se abisma hacia su desaparición. La acción irresponsable de algunos –contaminación, emisión de gases de efecto invernadero, expolio de recursos, deforestación salvaje, transgénicos- ha puesto en peligro el futuro de todos.

Una enorme inercia nos conduce al abismo Eduardo Aznar Sainz

En un Planeta donde la población frisa ya los 7.4000 millones de habitantes, aunque existan recursos suficientes para alimentarnos a todos, avanza imparable la amenaza y la tribulación surgidas de la desigualdad en la distribución de recursos; lo peor del actuar humano la ha emprendido irresponsablemente contra lo más delicado de cuanto la Tierra alberga: la biodiversidad. Pocas gentes saben que la construcción de un mero kilómetro de autopista puede acabar con especies enteras de mariposas de alas color esmeralda, que jamás volverán a revolotear en las mañanas frescas de primavera, para extinguirse sin remisión y para siempre la especie entera, mucho antes de que circule el primer automóvil. Nadie recogerá el polen que ellas recogían, las abejas huirán, el granjero emigrará y solo la noche tomará posesión perpetua del horizonte.

La trama mágica que dibuja la frágil textura de todo lo existente y singulariza lo inexplicable y lo titánico que reside en la entraña de la Naturaleza comparece a los ojos de Eduardo Aznar, que se aproxima con unción hacia ello, lo retrata y lo expone en cien fotografías monumentales con actitud resuelta semejante a la de un científico comprometido con la búsqueda, a vida o muerte, de un fármaco que acabe con esta inquietante deriva destructora, letal para el género humano en su conjunto, según explica el autor. En distintos paneles, a cada cual más fascinador y comprometido, el autor describe no su visión del mundo, sino más bien la visión que el mundo quisiera mostrarnos de sí mismo para que no culminemos tan irresponsablemente su asesinato con los puñales de la contaminación, la deforestación de selvas y bosques, el agotamiento de los manantiales nutricios de la vida, la liquidación infame de la vida animal. Eduardo Aznar ha asumido esta defensa de la diversidad con una actitud semejante a la que adopta el dueño de una mascota que sabe que no puede expresarse y en su mirada se espeja angustiosa la demanda de ayuda que aquel satisface.

Acompaña el autor cada una de sus cien placas con reflexiones sustantivas y estrictas donde él y el comisario de la muestra, el científico Esteban Manrique, invitan delicadamente al visitante a recapacitar sobre la responsabilidad de lo que acontece ahora mismo por doquier en las cuatro esquinas de nuestro dolorido y bellísimo Planeta: un proceso de destrucción medioambiental aparentemente imparable, que ha cruzado ya algunos umbrales hacia el horror irreversible. “Una enorme inercia se ha adueñado de un futuro que conduce al abismo”, explica Aznar, que no obstante se muestra optimista. “Aún estamos a tiempo de detener esta deriva”, sentencia.

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Hay un respeto máximo del autor hacia lo que observa. No dialoga con las grandes montañas, ni con los ríos impetuosos, las cordilleras henchidas de nieve o los mares de solitarios picachos y azules ensoñados. Simplemente, les deja tomar posesión de su objetivo e inundarlo por dentro, de modo que el fotógrafo como mediador entre el objeto fotografiado y el espectador conscientemente desaparece. No hay vocación de rubricar lo que la Naturaleza ha dibujado, no hay arrogancia alguna. Tan solo prima el anhelo rotundo del autor de facilitar el encuentro de Una y otros. Quien asiste a esta operación visual bañada por la realidad en su dimensión más apabullante, entra en comunicación con ese fogonazo del Cosmos más nuestro, que la cámara de Eduardo Aznar ha retenido.

Es entonces cuando lo telúrico hace su aparición en las retinas, mientras lo delicado de los detalles más entrañados, también registrado por la mirada del autor y su cámara, acaricia el sentimiento de quienes en ellos se recrean y la grandiosidad del Universo, también su talón de Aquiles, los ecosistemas en peligro, paisaje, flora, fauna, se muestran al visitante con la monumentalidad que rezuma de todo lo que nos es dado admirar. Hay en lo mostrado un acto supremo de compasión hacia la Naturaleza repleto de benevolencia y de afección por cuyos vericuetos solo los poetas, también los que se proveen de cámaras fotográficas, saben transitar con la humildad que otorga la sabiduría.

La Diversidad amenazada. Naturaleza, Hombre, Cultura. Fundación Telefónica. Martes a domingo de 11.00 a 20.00. Acceso libre. Edificio Gran Vía, acceso Fuencarral, 3. Hasta el 7 de junio.

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