_
_
_
_
_
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El instrumento no es el objetivo

A veces se toman las herramientas como un fin. Algo de eso hay en el debate sobre las ‘smart city’ o sobre la independencia

Me causa preocupación ver cómo a menudo, en política, se confunden las palabras. Se formulan y se proclaman, concediéndoles la categoría de “objetivos”, aspiraciones de mucho valor pero que deberían ser presentadas sólo como “instrumentos” para la consecución de un objetivo final, y por tanto su valor se debe juzgar por cómo contribuyen a esta consecución. Estoy de acuerdo en considerarlos objetivos instrumentales o intermedios, pero sin confundirlos con los verdaderos objetivos finales. Si fuéramos más claros, seguramente ayudaríamos a disminuir la confusión y a avanzar más deprisa. Pongo tres ejemplos de plena actualidad, en relación con las tres palabras del título.

 1.Objetivos finales. Creo que el deseo último de toda persona es vivir una vida digna y feliz, y al mismo tiempo contribuir, o por lo menos no impedir, que las otras personas también lo consigan. Por ello el objetivo de la política es organizar la sociedad, en su aspecto económico y social, de tal forma que el máximo número de personas del planeta realicen este deseo. En este camino hay extraordinarias contradicciones y por ello la política tiene el papel de organizar la convivencia, de evitar o encauzar los conflictos, pero sin olvidar nunca el objetivo final...

 2.Nuevas tecnologías. La tecnología es uno de los valores fundamentales de la especie. El hombre no es ni más alto, ni más fuerte, ni más veloz que otras especies para defenderse del entorno, pero es el único que en lugar de verse obligado a adaptarse al entorno, puede cambiarlo. El oso, para no sucumbir al frío se protege con pelo; nosotros encendemos la calefacción… La tecnología, es decir, la aplicación útil de los conocimientos, es un elemento capital de nuestra especie, y por ello podemos y debemos usarla profusamente para vivir mejor. Pero no puede ser un fin en sí misma, ya que sólo es buena en tanto se use para un fin bueno. Puede curar o puede matar; puede mejorar la comunicación o puede destruir la privacidad. Como toda herramienta, su uso debe estar sometido a una regulación que debe obedecer a principios éticos y sociales...

 3.‘Smart Cities’. De la misma forma que no creo en los smartphones, no creo en las ciudades inteligentes, como a veces son entendidas. Creo en las personas inteligentes y en las sociedades inteligentes. Me resulta en parte ambigua la “inteligencia artificial”, ya que resulta de una visión incompleta de la inteligencia humana o social. La inteligencia es una valiosísima herramienta al servicio de los objetivos humanos, pero no está por encima de estos objetivos. La mayoría de personas muy inteligentes han permitido grandes avances a la humanidad, pero también hay muchos explotadores, estafadores o criminales con una gran inteligencia.

La ciudad inteligente es aquella que determina colectivamente sus objetivos y que pone a disposición de sus ciudadanos unas herramientas (tecnológicas, pero también sociales) para aumentar el bienestar y el capital humano disponible, mejorar el acceso a la información necesaria, generar más y distribuir mejor la riqueza, y garantizar la sostenibilidad del modelo. Sé que estas reflexiones están en muchas de las iniciativas políticas, pero la percepción que a veces se ha creado es la de ciudades trufadas de sensores y de cables, sin aclarar suficientemente para qué…

 4.Soberanía / Independencia. Ser soberano supone no depender de nadie; es decir, poder decidir de forma autónoma, y por tanto ser autosuficiente. A todos nos gustaría ser autosuficientes, y ello nos permitiría intentar ser independientes. A nivel de personas este escenario nunca ha sido real (somos seres sociales); y a nivel de naciones no se corresponde con la existencia de grandes bloques económicos y del mercado financiero globalizado del siglo XXI. Creo que, aunque sean emocionalmente atractivas, son dos palabras mal aplicadas al problema catalán. Lo mismo se puede decir de los que quieren defender la indisoluble unidad de España, sin decir para qué… Hay que matizar las palabras hablando de soberanías compartidas y de interdependencia. Si no se hace, se tiende a verlas más como valores finales que como herramientas.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

La sociedad catalana necesita y aspira a un grado de soberanía mayor que el actual, a una mayor capacidad para tomar decisiones en temas de identidad, y a una mayor libertad para decidir la utilización de nuestros recursos. Frente a esta necesidad, la racionalidad de la política consistiría en expresar más claramente los objetivos finales de nuestro país (libertad, bienestar, justicia social) y explorar luego las distintas posibilidades de reparto de soberanías entre la UE, el Estado central y Cataluña. Yo aceptaría con gusto la independencia si es la mejor herramienta posible para conseguir estos objetivos.

Rechazo la actitud del Gobierno español, y dudo de la estrategia del catalán. Elevando herramientas a valor supremo, y creando una bipolarización unidad / independencia, se corre el peligro de obligar a escoger entre una herramienta conocida e insatisfactoria, y otra desconocida y llena de dudas. No sé qué ocurrirá. Tal vez no sea el mejor camino para conseguir tener un país mejor, con paz y bienestar…

Joan Majó es ingeniero y exministro

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_