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El rescate de la realidad social

El mundo de la cultura honra al dramaturgo Lauro Olmo en el María Guerrero

Isabel Valdés
Homenaje a Lauro Olmo en el teatro María Guerrero.
Homenaje a Lauro Olmo en el teatro María Guerrero.claudio álvarez

Lo sitió la vida, las circunstancias, los despojos ideológicos de una guerra y de una posguerra. Cercaron su pluma y su casa. Así fue su vida, y también la forma en la que el Centro Dramático Nacional comenzó el homenaje, ayer, a Lauro Olmo (Orense, 1921 – Madrid, 1994) en el Teatro María Guerrero dentro del ciclo Los lunes con voz. Unas imágenes de grano intenso que pasaron del blanco y negro al color; un resumen y una metáfora de quién fue y cómo fue el dramaturgo: el último en abandonar el madrileño barrio de Pozas, lugar que hoy ocupa el Corte Inglés de la calle de Princesa, cuando se produjo su desalojo en los años 70.

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Así lo conoció Jesús Campos, dramaturgo y presidente de la Asociación de Autores de Teatro, subido a un balcón. "Estaba peleando porque no le echaran de su casa. Él se mantuvo ahí, y fue el último en salir de un desahucio que afectó a 1.500 familias". Ese era Olmo, alguien de la calle, de los bares, de la vida. "Carnal, afectivo", matiza José Luis Alonso de Santos, dramaturgo y amigo. Alguien de fe en el propio ser humano: "Él tenía el sueño de que le dieran el Teatro Nacional Popular, cada año pedía a las autoridades que se lo diesen. Y cada año creía que se lo darían al siguiente. Nunca llegó; pero él quería llevar por España las formas populares que él había vivido, el lenguaje, las tradiciones".

Pero la venda de aquella España tapó tantos ojos que hubo nombres, como el de Olmo, que pasaron de refilón o que estuvieron a punto de no sobrevivir a las múltiples infamias que, inevitables, brotan del conflicto. Sea cual sea. Él fue opacado por sus coetáneos rivales, y también los amigos, los que no quisieron —o no se atrevieron— a decir sí a la realidad que subía al escenario o dibujaba en sus diferentes textos (28 obras de teatro, cinco de teatro infantil con su mujer, Pilar Enciso, y cinco textos novelísticos).

La claridad con la que Olmo plasmó al pueblo le valió el título inminente de autor del realismo social, en conflicto, siempre, con el oficialista; más intenso en aquellos años subyugados a una dictadura. Por su propia naturaleza, una voz más o menos directa contra el orden impuesto. "Molestaba con la realidad al poder", apuntó Jesús Campos, mientras leyó los títulos de las ocho obras que habían sido prohibidas o censuradas. La camisa, su primer gran éxito, o partes de La pechuga de la sardina, ahora recuperada por el CDN bajo la dirección de Manuel Canseco en el Teatro Valle-Inclán y uno de los espejos que reflejan la importancia arrolladora del papel de la mujer en la vida y la obra del escritor, como explicó Virtudes Serrano, profesora ya jubilada de Universidad de Murcia, especialista en teatro español: "Él fue más allá de reivindicar a la mujer, hizo un discurso de género. Tenía una especial predilección por su papel. Su madre y su mujer no lo dejaron indiferente frente a la condición femenina. Las mujeres en la creación de Olmo merece muchos capítulos aparte y su lucha sigue estando tremendamente vigente".

El escritor fue arrinconado por sus coetáneos, rivales y también amigos
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Contar lo que ocurre desde cien puntos de vista es, indefectiblemente, intentar acercarse a la realidad sin pretensiones ni artificios. Y es algo que vale para ayer y para mañana. Olmo estaba convencido de ello y cuando le preguntaban sobre cuáles eran las posibilidades del teatro realista siempre respondía, firme, que las de siempre, que era inaceptable, incluso, la pregunta. Hoy, la realidad, paradójicamente, vuelve a ser la que él escribió en un bucle que quizá él nunca hubiese imaginado. El catedrático Ángel Berenguer, presente a través de una carta, confirmó la sensación general en la sala de que los textos de Olmo cobran hoy más fuerza que nunca en las últimas décadas: "Detrás del escritor hay un ser humano excepcional, con la conciencia y la presencia de la honradez en los tiempos de la cólera, que reviven con fuerza. La camisa, la obra más potente sobre los derechos de los trabajadores y la emigración por las políticas del Estado de entonces, es hoy de nuevo presente".

Una de las escenas de 'La pechuga de la sardina', de Manuel Canseco.
Una de las escenas de 'La pechuga de la sardina', de Manuel Canseco.marcosGpunto

Antonio Fernández Insuela, catedrático de Literatura Española en la Universidad de Oviedo y uno de los grandes estudiosos del realismo social español recordó de forma nítida aquella realidad a la que Berenguer aludía por ser uno de los primeros recuerdos que conserva de Olmo en la planta decimotercera de un piso a las afueras de Madrid. "Mira por ahí, cuando estrené La camisa me dijeron que eran invenciones mías, lo de la falta de trabajo y la pobreza", fueron las palabras del dramaturgo al catedrático. "Y para mi sorpresa me encontré mirando por un balcón a apenas siete kilómetros de Madrid; y la vista eran varios campos de fútbol de chabolas, y ahí seguían diez años después. Esto fue en los 70".

El dramaturgo pintó la que veía, literalmente, la de cada día en el Madrid tan circunspecto como libertino de los años que arrastró consigo la Guerra Civil; la rutina del acento gatuno más ruin, de la gachí de farola, la de las entumecidas manos de las beatas de toquilla negra y rumor con inquina y la del pequeño o gran burgués. Y hoy, ese caleidoscopio, con el mismo fondo pero con distinto envoltorio, sigue de pie.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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