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El plano cómico de la política vasca

‘Ocho apellidos vascos’ y ‘Negociador’ desdramatizan en la gran patalla un tema tabú como la violencia de ETA

Ramón Barea, en un fotograma de la película 'Negociador', de Borja Cobeaga.
Ramón Barea, en un fotograma de la película 'Negociador', de Borja Cobeaga.

El ruido de las armas generó un silencio total. Tema tabú en la sociedad, tampoco se atrevió el cine a ser un altavoz para el conflicto vasco. Apenas el director Imanol Uribe, además de un puñado de documentales y algún filme de finales de los 70 exclusivamente dedicados al asesinato de Carrero Blanco, habían abordado la violencia de ETA. Hasta el año pasado, tres después del cese de la actividad terrorista y 53 desde su primer atentado. En Ocho apellidos vascos el estruendo de las bombas da paso, con la película de Emilio Martínez Lázaro, a una comedia que ha reventado, tópico tras tópico, las taquillas de los cines de toda España con más de 55 millones de euros recaudados.

En el género está la novedad. Nunca antes se había visto en la gran pantalla el conflicto vasco o aspectos concretos del mismo con un toque humorístico. Lo exitoso suele marcar tendencia y, además de la segunda parte de Ocho apellidos vascos (en pleno rodaje), llega ahora Negociador, de Borja Cobeaga. El director, también coguionista del filme de Martínez-Lázaro, sin querer hacer humor, ha conseguido una tragicomedia a partir de la narración de un hecho real, como fue la negociación que mantuvo el socialista vasco Jesús Eguiguren con la banda terrorista ETA durante 2005 y 2006, y el absurdo en el que se convierten algunas situaciones complicadas de la vida, a su modo de ver. Según Cobeaga, no son películas parecidas, pero ambas van dirigidas a una nueva generación que ve el conflicto vasco de otra manera.

El cine de Uribe fue el primero en explorar el ‘thriller’ terrorista

A finales de la década de los 70, en los años más duros y más activos de la banda terrorista ETA, los atentados empezaron a escribir guiones. Hechos muy mediáticos y puntuales, como lo fueron el asesinato de Carrero Blanco y el Proceso de Burgos, dieron vida a un subgénero del drama, que críticos del séptimo arte denominaron thriller terrorista y en el que Imanol Uribe encontró su hábitat natural como director. Precisamente el Proceso de Burgos (1979), con carácter documental, encabezó una lista en la que aparecieron después otras películas suyas como La fuga de Segovia (1981) o La muerte de Mikel (1984), que recaudó más de 120.000 euros y atrajo a las salas de cine a 1,2 millones de espectadores.

Javier Rebollo, productor vasco de Lan Zinema, situó en su día a La muerte de Mikel como base y origen de la época dorada del cine vasco, la cual “va desde 1985 a 1995”. Una época que para Rebollo, “buscó una identidad propia como hecho diferencial”. Una identidad marcada por la violencia, que directamente se encasilló en el drama y que unos pocos plasmaron con la filmación de hechos reales.

‘Vaya semanita’ puso las notas de humor a la política vasca en televisión
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Uribe volvió al conflicto vasco en el final de esa época dorada, a mediados de los 90, con Días Contados (1994) y lo hizo cosechando una gran crítica. Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián y ocho premios Goya obtuvo aquella cinta en la que el etarra protagonista ve el mundo como muerte y destrucción. Cinco años más tarde, otro de los acontecimientos más mediáticos, como fue el asesinato de Yoyes, llegó a la gran pantalla de la mano de Helena Taberna y el género despertó desde entonces.

El viaje de Arian (2000), tocando el tema de ETA como algo dudoso para uno de sus miembros o El Lobo (2004, de Miguel Courtois), que narra la mayor operación policial de la historia contra la banda terrorista, cogieron el testigo del subgénero drama-ETA. Manuel Gutiérrez Aragón, en 2008, con Todos estamos invitados, según la crítica, se situó en el punto más ácido al tratar el conflicto vasco y el terrorismo. A la vez, otros filmes como Tiro en la cabeza (2008), El precio de la libertad (miniserie de 2011) o El cazador de dragones (2011), que fue la película en euskera más cara de la historia, con tres millones de presupuesto, también aprovecharon una coyuntura social más apacible que la de antaño y optaron por esta temática cinematográfica. Lasa y Zabala (2014), del director Pablo Malo, es una de las últimas películas que ha puesto, con mucho ruido en los medios, el objetivo en el asesinato de dos etarras por parte de miembros de los GAL.

Pero realmente no fue Ocho apellidos vascos la que rompió con esta línea y con la visión trágica del problema. En 2003 surgió, en la pequeña pantalla, Vaya Semanita, programa que casualmente también dirigió Cobeaga, y que desde la comedia trató todas las aristas del conflicto vasco. Aupa Josu (2014), otra miniserie del director donostiarra, sigue la misma línea de reírse de una triste realidad.

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