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Pensar aquí, crear fuera

Mutilada por la burbuja inmobiliaria, la arquitectura madrileña vive una edad dorada en el extranjero Pequeños estudios consiguen proyectos para construir en América o Asia

Núcleo cultural en La Ye (Petare, Venezuela), diseñado por el colectivo madrileño Todo por la praxis.
Núcleo cultural en La Ye (Petare, Venezuela), diseñado por el colectivo madrileño Todo por la praxis.

Una plaza en Senyang, China. Unas viviendas en Aarau, Suiza. La sede de una gran empresa en Casablanca, Marruecos. Una residencia de estudiantes en Trondheim, Noruega. Así, hasta 200 proyectos de 90 estudios abarrotan las paredes del Museo ICO, exhibiendo la tesis de la exposición Export. Arquitectura española en el extranjero:los constructores patrios ya no trabajan en casa, el ladrillo se empaqueta para llevar. Y Madrid, el mayor centro de producción del sector, se va quedando vacío. Los que no han emigrado, han hecho emigrar sus ideas allí donde había dinero para materializarlas.

Para analizar la compleja situación del sector no bastaba con catalogar los proyectos desarrollados fuera y señalar los mejores. “La ecología estudia los organismos, las relaciones entre ellos y el contexto. Aquí hemos hecho lo mismo”, explica Edgar González (México, 1972), comisario de la muestra abierta hasta el 17 de mayo. Entre infografías, fotos y entrevistas, se divide a los actores de la industria en seis tipos: Producers (los grandes estudios), Scholars (docentes), Insiders (profesionales trabajando para terceros), Young achievers (emergentes gracias a concursos internacionales), Healers (interesados en proyectos de cooperación) y Outsiders (con formación de arquitectos, pero dedicados a otros oficios). La mayor parte de la profesión vive fuera de las grandes autopistas del negocio, por eso la muestra apenas se ocupa de estas.

“En toda la exposición no se menciona la palabra maldita, y no lo voy a hacer”. González no quiere ser el aguafiestas de la Marca España, contenta de exhibir la inventiva ibérica más allá de sus fronteras. Pero los protagonistas del estudio, jóvenes arquitectos que han cambiado el castellano por el inglés en su día a día, la dicen una y otra vez. “Crisis”. Es lo que hay justo en medio del período de tiempo analizado, entre la terminal marítima de Yokohama de Alejandro Zaera (2002) y el nuevo Rijksmuseum de Ámsterdam de Cruz y Ortiz (2013). 2008 . La crisis ha hecho que Made-in Architects trabaje cerca de Atocha, pero para el gobierno taiwanés. Que el estudio Beauty & The Bit realice desde Madrid más imágenes para grandes empresas extranjeras que para estudios nacionales. Que el colectivo Todo por la praxis puede desarrollar sus proyectos de desarrollo, en Usera y eb Venezuela. O que a Inés Aguilar le vaya mejor como diseñadora de ropa de lo que le iría como constructora.

¿Cooperación, o negocio?

Entre los trabajos de fin de carrera de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid proliferan cada vez más los centrados en la cooperación. ¿La evidencia de un cambio en el sistema de valores? González cree que solo en parte: “Son listos, saben que aquí no van a construir en su vida porque está todo hecho, así que miran a donde sí tienen posibilidades”.

A India, Marruecos, El Salvador, Perú. Diego Peris discrepa: “Hay mucha gente que está fuera, y desde antes de la crisis, para desarrollar intereses comunes, no para buscar recursos”.

Su proyecto en la barriada de La Ye, en Petare (Gran Caracas, Venezuela), buscaba transformar un antiguo punto de venta de armas en un espacio cultural y deportivo, gracias a un plan de financiación del gobierno. El mismo tipo de proyecto que realizan en España, basados en la recuperación de espacios públicos para la ciudadanía. Como el Campo de la Cebada, en Madrid, que transformó un descampado en un lugar de encuentro cultural y político. “Entre los colectivos similares al nuestro, nadie piensa en marcharse”, asegura Peris, “No nos interesa lo meramente asistencial, ni seguir alimentando la inercia del modelo”.

“Se habla mucho de fuga de erebros, pero yo no lo veo así. Esto ha servido para obligar a cambiar a una profesión muy anquilosada. Los que se han ido, volverán”, dice González. Él prefiere hablar del boom. El que permitió, explica, que las constructoras españolas “consiguieran desarrollar un músculo que ahora las hace potentes”. Sacyr, Ferrovial, FCC, y sus pares, facturan el 80% de sus ingresos en el extranjero. Pero Diego Peris (Madrid, 1977), de Todo por la praxis, es crítico con esta idea: “Hay una generación muy potente que ha crecido al calor de las posibilidades, sí. Pero me da mucha pena que tratemos de minimizar los males de la burbuja diciendo que eso nos permite seguir haciendo el mismo mal fuera”.

Manuel Álvarez-Monteserín (Madrid, 1977) intenta, por todos los medios, que no sea así. En 2011, el colectivo al que pertenece, Made-in Architects, ganó un concurso para construir la Ciudad del Pop en Kaohsiung, la segunda ciudad de Taiwán. El proyecto, un sistema de auditorios dedicado al entretenimiento y un presupuesto de 100 millones de euros, recuerda a la fiebre española por los centros de arte, recintos feriales y teatros. “Nosotros ganamos el concurso porque pensamos alternativas para cuando no hubiera música, como mercados y espacios públicos. Pero fue lo primero que el gobierno eliminó”, se lamenta Álvarez-Monteserín.

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En su caso, fueron las obligadas transformaciones tras el estallido de la burbuja lo que les dio ventaja. Al terminar la carrera en 2006, el madrileño se sumó al colectivo León 11, una especie de comunidad de 20 arquitectos que se echaban un cable para diseños puntuales. “Cuando salió el concurso, muchos estudios estaban echando a gente y quedándose sin personal. Nosotros teníamos muchas manos”, explica. El único beneficio de la crisis, para él, ha sido el abandono (obligado) de la arquitectura de autor. Su relevancia en la Ciudad del Pop no se basa en nombres, sino en las horas que echaron trabajando: “Los equipos al final son más útiles y sensatos que las estrellas”.

Imagen digital de la Ciudad del Pop, en Kaohsiung (Taiwán), desarrollada por el estudio Made-in Architects.
Imagen digital de la Ciudad del Pop, en Kaohsiung (Taiwán), desarrollada por el estudio Made-in Architects.

La solución para Víctor Bonafonte (Madrid, 1975) fue también pasar al anonimato. “Llevaba 10 años ejerciendo. De la noche a la mañana no tenía trabajo, iba a nacer mi niño...”, cuenta. Su solución fue dejar de pensar en edificios propios y pensar en ajenos. Su empresa Beauty & The Bit realiza las imágenes virtuales (o render, palabra que odia) de las creaciones de grandes estudios, como BIG, AZPML o Schmidt Hammer Lassen. “En esto vi una salida profesional, y también creativa. La visualización es un sector que existe desde hace mucho, pero al que no se le daba importancia, quizás porque no tiene tanto prestigio”, reflexiona. En dos años, multiplicado por diez sus colaboraciones con el extranjero.

Pero el éxito tiene sombras. González apunta por qué las empresas españolas de este tipo se venden bien fuera: “Tienen mucha calidad, gracias a una de las mejores formaciones del continente, pero precios bajos”. Bonafonte admite que esa es una de sus principales bazas: “En Europa se manejan precios muy altos en comparación con los nuestros. Me daba miedo la competencia de China o India, pero los estudios nos dicen que buscan el gusto occidental”. Por eso, parte de su estrategia pasa por mantener su oficina en Madrid, lo que le permite minimizar costes, sobre todo laborales. “Si nos fuéramos a Londres, que es donde está el mercado, tendríamos que pagar alquiler y sueldos más altos... Tendríamos que subir los precios y no seríamos tan competitivos”.

Inés Aguilar (Madrid, 1975) está catalogada dentro de los Outsiders, y ha visto todo el proceso desde fuera. Se licenció en 2001, cuando abandonar la arquitectura por el diseño de moda era una completa locura. “No se me miraba muy bien”, recuerda, pese a que su marca, La Casita de Wendy empezara con buen pie. Mientras, a su alrededor se pasaba del champán (o no tanto: “Había mucha gente trabajando para grandes empresas por muy poco”) al desconcierto. Tirar la toalla, para muchos en su entorno, fue más que una opción. “¿Qué iban a hacer, esperar?¿A qué? Ahora se dedican a otra cosa”. Una fuga de cerebros, pero esta, definitiva.

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