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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ciudadanos: la otra Operación Reformista

La formación ha sido escogida para tratar de apuntalar el régimen en la medida en que el PP se resiste a renovarse

Josep Ramoneda

Uno de los tópicos del nacionalismo catalán es su reiterado y frustrado empeño de modernizar y reformar España. El catalanismo moderado, representante de una burguesía más avanzada, más europeísta y más pragmática frente a unas élites españoles marcadas por una cultura de capitalismo burocratizado, protegido y acostumbrado al ordeno y mando, habría buscado siempre alianzas y pactos para contribuir al progreso de España a cambio del reconocimiento y protección de sus intereses. Este empeño se habría demostrado a lo largo del siglo pasado y de lo que llevamos de este perfectamente inútil. Este fracaso se utiliza para explicar el desplazamiento del nacionalismo moderado hacia el independentismo. Con España no hay remedio, no hay otra opción que montarse la vida por libre.

Uno de los intentos de reformar España desde Cataluña fue la llamada Operación Reformista que lideró Miquel Roca. Y que acabó con un gran éxito en Cataluña y un enorme fracaso en el resto de España. En 1986, en plena hegemonía del felipismo, con la derecha encallada en su travesía del desierto bajo el añejo liderazgo de Fraga, Miguel Roca cerró una alianza con el Partido Reformista Democrático de Garrigues Walker para modernizar el espacio del centro derecha español.

El propósito de Roca era obvio: dotar al nacionalismo convergente de un instrumento en Madrid que le permitiera tener mayor presencia y capacidad de influencia y sacar ventaja de ella. Encontró el terreno abonado porque Alianza Popular, antecedente del Partido Popular, había quedado en un papel de comparsa, a gran distancia electoral del PSOE, y era necesario mover la mesa para que la derecha emprendiera un nuevo rumbo. Hubo dinero y apoyos para el invento. El Partido Reformista fracasó, pero Fraga cayó poco después y empezó el proceso que permitiría a Aznar llevar a la derecha a la tierra prometida.

Roca obtuvo, en las elecciones del 86, un resultado extraordinario en Cataluña (más de un millón de votos y 18 diputados), pero el Partido Reformista hizo el ridículo con 194.000 votos y cero escaños. Una vez más se demostraba que al nacionalismo moderado catalán le atraía la idea de tener más poder en Madrid, pero que en España nadie deseaba que el reformismo llevara marca catalana.

Entre la austeridad y el autoritarismo gélido de Rajoy, el PP se ha quedado sin alma

Ahora, con el réquiem por el bipartidismo como música ambiente, un partido nacido en Cataluña, Ciutadans/Ciudadanos, ha decidido dar el salto a España. Como entonces ha encontrado el terreno abonado. Hay inquietud por la crisis del bipartidismo y por el ascenso de Podemos, y preocupa la vulnerabilidad de un Partido Popular acorralado por los escándalos de corrupción que, de la mano de Rajoy, ha perdido relato (carece de un discurso que genere empatía con su electorado) y vitalidad.

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Entre la austeridad y el autoritarismo gélido de Rajoy, el PP se ha quedado sin alma. En este contexto se ha impuesto en las élites económicas la convicción de que era necesario apuntalar a la derecha, con una opción alternativa para los electores en fuga que además pueda robar votos a la izquierda. Y ha resultado que Ciudadanos estaba en el lugar oportuno, —buscando dar el salto a la política española, en el momento oportuno—, cuando se le necesitaba.

Es una operación distinta, casi opuesta, a la operación reformista. Un partido catalán que ha crecido en el espacio del españolismo, aprovechando el declive del PP y de un PSC muy desubicado, quiere contribuir a la regeneración del sistema político español, para afirmarse como fuerza política en todo el Estado y, en consecuencia, liderar la defensa del sistema constitucional en Cataluña frente al independentismo. El PP se siente acosado y ordena que se cite a Ciudadanos por su nombre en catalán. La derecha da por supuesto que un proyecto originado en Cataluña es susceptible de toda sospecha, aunque lo haga con la bandera de la unidad de la patria común. Lo cual refuerza la idea de los catalanes que sostienen que no hay nada que hacer en España.

Como ha escrito Juan José Toharia en estas mismas páginas: PP y PSOE “se han convertido, de pronto, en lo viejo, con organizaciones crecientemente esclerotizadas y ajenas a la realidad circundante”. Pero tampoco hay claridad sobre las alternativas, simplemente se impone la necesidad de abrir las costuras de un régimen demasiado cerrado antes de que la democracia muera de asfixia. Los partidos tradicionales no han leído los cambios en la estructura social y cultural del país, y se sienten superados.

Ciudadanos ha sido escogido como instrumento de cambio para apuntalar el régimen, en la medida en que el PP se resiste a renovarse, parapetado detrás de la efigie de Rajoy, enmarcada por negros nubarrones de corrupción. Curiosa la situación del PP en que sólo Esperanza Aguirre osa plantar cara al jefe y le gana. Y, sin embargo, nadie más en el partido osa imitarla. ¿Los electores refrendarán el intento de Ciudadanos o simplemente, la segunda operación reformista, como la primera, sólo servirá para reforzar a Ciutadans en Cataluña y confirmar la caída del líder de una derecha española anquilosada?

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