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Las seis cuerdas más mimadas

Un catedrático y musicólogo cuida en la Academia de San Fernando de una valiosa guitarra clásica que perteneció al mítico Andrés Segovia

La guitarra Hauser de Andrés Segovia expuesta en la Real Academia de San Fernando.
La guitarra Hauser de Andrés Segovia expuesta en la Real Academia de San Fernando.Claudio Álvarez

Nunca una guitarra fue objeto de tanto mimo como la que se exhibe ante el público en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. José Luis Rodrigo, académico, catedrático y musicólogo del Conservatorio Superior de Música, se encarga de velar estrictamente porque su estado sea siempre impecable: acaba de culminar una fase de limpieza que ha incluido además la implantación de nuevas cuerdas, en sustitución del avejentado cordaje anterior. Rodrigo la observa regularmente y, cada cierto tiempo, la examina con un detenimiento que tiene mucho de unción. Una vez asentado este conjunto de nuevas cuerdas, a partir del próximo otoño, la guitarra podrá ser de nuevo rasgueada en un concierto.

Desde luego, no se trata de una guitarra cualquiera: perteneció al músico y académico de Bellas Artes Andrés Segovia (1893-1987), el concertista de guitarra más renombrado de todos los tiempos. Con su arte, Segovia llevó la guitarra hasta el seno mismo de las grandes orquestas, de donde permanecía excluida hasta entonces, los años 20 del siglo pasado, en que el músico jienense la acreditó con su arte de modo definitivo.

El caso es que una de sus mejores guitarras de concierto, fabricada para él por el luthier alemán Herman Hauser II en 1962 y cedida en 1988 por la viuda de Segovia, la marquesa de Salobreña, a la Real Academia, donde se expone al público. El bruñido instrumento, de valor incalculable, fue construido con madera centenaria de luminosas vetas, tres pequeñas cenefas en torno a su roseta, o boca, y un espléndido clavijero: así posa para los visitantes desde el interior de una vitrina en la Sala de Música de la Academia, en la calle de Alcalá, 13, a un suspiro de la Puerta del Sol. Junto a la vitrina, un lienzo del pintor José María López Mezquita muestra al músico universal con una guitarra del mismo artesano alemán pero anterior a la que la vitrina exhibe, ya que el lienzo data de 1954.

Un año antes había fallecido Daniel Fortea, el guitarrista castellonense alumno de Francisco Tárrega del que López Nieto asegura que halló en París la partitura del luego celebérrimo “Romance anónimo”, universalizado por Narciso Yepes. Fortea fue el maestro del arquitecto y guitarrista Fernando Higueras, así como de Marcelino López Nieto, intérprete y luthier madrileño, quien construyera asimismo algunas guitarras para Andrés Segovia. López Nieto, junto con su hijo Rubén Moisés, quizás el último luthier en emplear el barniz francés en sus obras, puso en cuestión el origen árabe atribuido a la guitarra, que él asignó a la civilización romana tras descubrir en el Museo Romano de Mérida una estela funeraria del siglo II hecha en mármol de Estremoz, dedicada a Lutatia Lupata, de 16 años de edad, que aparece efigiada junto con un instrumento musical extraordinariamente semejante a las guitarras posteriores, con su bordón y cuatro cuerdas más. La sexta cuerda de las guitarras fue añadida en el siglo XVIII.

Andrés Segovia había nacido en la jienense Linares en 1893. Los padres de Andrés querían que interpretara violonchello o piano, a la sazón considerados más nobles que la guitarra ya que, hasta entonces, en Andalucía se vinculaba el instrumento de seis cuerdas al señoritismo y a la juega. Pero el joven jienense, con apenas 12 años, debutó en Granada con ella y se inclinó de modo definitivo por interpretar exclusivamente con la guitarra.

Andrés Segovia visitó Madrid por primera vez en 1913. Atildado como un burguesito, con botonadura de plata y zapatitos de charol, acudió a la guitarrería que en la calle de Arlabán poseía el luthier Manuel Ramírez y le pidió en alquiler una de sus renombradas guitarras. Ramírez, cuya casa, con el tiempo, llegaría a vender algunos de sus instrumentos de cuerda a los mismísimos The Beatles, optó por regalarle al joven Segovia una de sus mejores piezas, que llevaría luego consigo a París, en 1924, donde cosechó su consagración internacional como guitarrista. Por sus dedos se deslizarían partituras y arreglos de obras de Weiss, Albéniz, Chopin, Villalobos, que desde su genio cobrarían una prodigiosa estatura. A París le siguieron las principales ciudades del mundo durante la década de los años 30 del siglo XX, en los que la nombradía del guitarrista rebasó todas las fronteras.

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En boca del célebre crítico musical Enrique Franco, “Andrés Segovia nobilizó la guitarra”. Fue en 1937, durante la estadía de Segovia en Ginebra, cuando descubrió al guitarrero muniqués Herman Hauser, miembro de una saga de fabricantes de instrumentos que se remontaba a 1852. Adquirió una de ellas y posteriormente otras más, que le acompañaría durante varias décadas. Ahora, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, se espera a que las cuerdas recién impuestas se asienten de manera tal que para el otoño la guitarra pueda ser sacada de su vitrina e interpretar con ella un concierto en el cual se cuente su historia, evocando al mismo tiempo la inalcanzada, aún hoy, sutileza del gran maestro jienense.

Real Academia de San Fernando. Sala de Música. Alcalá, 13. Entrada 6 euros. Miércoles no festivos, entrada gratuita. Martes a domingos y festivos, de 10.00 a 15.00

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