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Los ancestros de los vascos dormían en Madrid

La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando descubre en sus sótanos un ajuar funerario con 25 huesos del dolmen alavés de Aizkomendi

Rebeca Arranz, licenciada en prácticas en la Academia, con una mandíbula hallada en la caja.
Rebeca Arranz, licenciada en prácticas en la Academia, con una mandíbula hallada en la caja.samuel sánchez

Una caja negra con filetes dorados, sin identificar desde hace casi dos siglos, acaba de ser descubierta en los depósitos de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En su interior esconde una joya antropológica: se trata de 25 huesos humanos de distintos cuerpos de varones de diferentes edades. Los expertos creen que proceden de la etapa de transición del Neolítico tardío al Calcolítico, hace unos 5.000 años. Forman parte de un ajuar funerario hallado en 1831 en el interior del dolmen de Eguilaz, hoy Aizkomendi, situado en la provincia de Álava, junto a la carretera que une Vitoria y Pamplona.

Puede tratarse de los restos humanos de los pobladores más antiguos de los que se tiene noticia en Euskadi. Su datación, nunca realizada con el instrumental sofisticado hoy a mano, permitirá descifrar, gracias al colágeno que conservan, numerosos enigmas que aún subsisten respecto a los pobladores prehistóricos del territorio vasco.

Los forenses creen que los restos datan de hace 5.000 años

La sorpresa fue enorme cuando un grupo de jóvenes licenciados en Prehistoria y Arqueología, que realizan prácticas en la Real Academia de Bellas Artes bajo la supervisión de la coordinadora Carmen Alonso, de la Universidad Complutense, acometían el inventario de arqueología del archivo de la Academia. Un informe fechado en Vitoria en agosto de 1845 consignaba el envío a Madrid de un ajuar funerario hallado dentro del dolmen de Eguilaz, descubierto en 1831. Tras examinar el texto, los licenciados localizaron la caja negra y dorada abandonada y la abrieron: en su interior se encontraban fragmentos de cráneos, mandíbulas dentadas, molares, dientes, clavículas, húmeros, vértebras, escápulas, falanges… Todo un repertorio óseo razonablemente bien conservado.

Los había casi íntegros, mientras otros se mostraban fragmentados en grandes piezas. Se cree que pertenecieron a seres humanos que poblaron la llanada alavesa de pasto y cereal, regada por un afluente del arroyo Santa Lucía, hace cinco milenios.

El misterio de los dólmenes

R.F.

Aún hoy persisten las dudas sobre cómo los hombres y mujeres prehistóricos se las ingeniaron para construir los dólmenes, dado el tamaño y tonelaje de las piedras empleadas en su erección. El dolmen alavés de Eguilaz, hoy denominado de Aizkomendi, pertenece a un tipo de gran tamaño de esta construcción prehistórica megalítica. Los primeros pobladores del Planeta acostumbraban a evocar con los dólmenes la memoria de los difuntos. En su entorno se sepultaba generalmente a los varones y, entre estos, a los nobles y a los guerreros. La acción de sepultar se realizaba, a veces, tras su incineración. Las cenizas se dejaban en su interior o bien en su contorno. La evocación funeraria no obedecía únicamente al deseo de honrar a los difuntos, sino además, en ocasiones, perseguía defender a los vivos de su influencia, en el caso de que en vida los sepultados hubieran seguido conductas temibles. Así lo señaló en su día el pensador rumano Mircea Eliade, experto en historia de las religiones. Otro de los enigmas de la cultura dolménica es su enorme difusión: en la Península Ibérica existen dólmenes en el País Vasco y Galicia, en Andalucía y Portugal. Pero también fueron erigidos en lugares tan distantes como Kerala, en la India, y Japón.

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Hasta el primer tercio del siglo XIX, los huesos permanecieron dentro del dolmen de Eguilaz, amontonados hasta una altura de metro y medio, en el oscuro interior de la construcción megalítica funeraria, que permanecía enterrada. Fue precisamente entonces, 1831, cuando en un predio del propietario alavés Ángel López de Muniain, durante unas obras locales, bajo una colina de tierra de unos seis metros de altura, fue hallada una enorme piedra caliza dispuesta horizontalmente. Tras proseguir la excavación, bajo el túmulo de prieta y compacta arena surgió en el suelo un grupo de piedras hincadas verticalmente, de tres metros de altura por 70 centímetros de espesor, todas de pesada caliza, “salvo una de silicio”, según el informe de la época enviado junto con la muestra ósea a la Real Academia de Bellas Artes.

Entre todas las grandes piedras dispuestas de canto soportaban la losa horizontal de cuatro metros de longitud que servía de cubierta al receptáculo funerario, cuyo diámetro era de unos sesenta metros. Un corredor de hasta seis metros de largo, que partía del perímetro del túmulo, permitía acceder al interior del dolmen, que se encontraba lleno de huesos. En su contorno, entre los restos de fogatas y hogueras, fueron asimismo descubiertas lascas de piedra, lanzas, puntas de flechas y pétreos abalorios brillantes, perforados para ser encordados, uno de ellos de color verde muy vivo. Algunas lascas mostraban forma de dientes de sierra: con certeza, los difuntos habían sido guerreros. La caja negra no contenía ni la piedra verde ni las lanzas y lascas.

En 1845 se amplió la excavación al contorno. Ya en 1965, José Miguel Barandiarán, de la Academia de Euskadi, realizó nuevas investigaciones en la zona. El túmulo fue explanado y el dolmen comenzó a recibir visitas, dada la cercanía a la carretera que une Vitoria con Pamplona. Pero 25 de los huesos hallados dos siglos atrás permanecían varados y sin identificar en la sede académica madrileña desde tres lustros después del descubrimiento del dolmen en 1831. Nadie mostró interés desde entonces por los valiosos vestigios humanos prehistóricos de Aizkomendi/Eguilaz.

Comoquiera que en el primer tercio del siglo XIX no existía ninguna institución local o regional vasca para hacerse con el ajuar funerario, como tampoco funcionaban centros arqueológicos o paleontológicos de ningún tipo, las autoridades municipales de Eguilaz, denominado hoy Aizkomendi, informaron del hallazgo a un puñado de estudiosos vascos, entre ellos el arquitecto Miguel Madinabeitia, que alzó un plano del entorno del dolmen. Luego, entraron en contacto con académicos madrileños de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. A Madrid fueron enviadas, junto con el informe del hallazgo, muestras de los huesos, que se atribuyeron entonces a unos setenta varones adultos y jóvenes, presumiblemente guerreros, sin que se encontrara entre aquellos osamenta alguna de mujeres. Se cree que el último enterramiento dentro del dolmen de Aizkomendi —que al parecer fue utilizado posteriormente para sepultar un reducido número de difuntos fuera del camposanto cristiano local— tuvo lugar en 1813 y correspondió a un soldado en fuga de las tropas de Napoleón muerto en combate tras la batalla de Vitoria. Una parte muy importante de las osamentas originales desapareció y otra cuota, menor, fue la enviada a Madrid, donde ha permanecido indemne hasta estos días.

Para despejar las incógnitas sobre la edad real de los huesos hallados, desde la Real Academia de Bellas Artes se entró este jueves en contacto con el Museo Arqueológico Regional, que dirige Enrique Baquedano desde su sede de Alcalá de Henares. Tras las gestiones de Baquedano con Juan Luis Arsuaga, emblema científico del yacimiento de Atapuerca, que estos días se encuentra en Francia, el arqueo-paleontólogo designó a dos científicas de su equipo, Laura Rodríguez y Rebeca García, de la Universidad de Burgos, para que en la tarde del jueves examinaran los huesos.

El punto de vista de ambas especialistas, tras su examen de las 25 piezas óseas el pasado jueves en la Real Academia de Bellas Artes, es que “los huesos corresponden a varios homo sapiens” muy presumiblemente de la época señalada, entre el Neolítico y el Calcolítico, y que su estado de conservación es “verdaderamente bueno”. “Es preciosa la manera en que se han conservado”, dice con entusiasmo Laura Rodríguez, que no obstante precisa: “La datación exacta requerirá un análisis más detallado”. Del hallazgo fue informado también Francisco Etxeberria, que dirige el equipo forense que busca en Madrid los restos de Cervantes en la cripta del convento de las religiosas trinitarias.

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