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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Monedero, Mas y Montoro

Montoro, inquisidor de un PP corrupto, lanza desde su púlpito invectivas contra el talón de Aquiles de Podemos y CDC

Francesc Valls

Franz-Peter Tebartz van Elst era hasta octubre de 2013 el obispo de la diócesis del lujo. El ya exprelado de Limburgo (650.000 católicos, entre los Lander de Hesse y Renania-Palatinado) sentía un apetito por lo ostentoso capaz del perjurio, según Der Spiegel. En una declaración jurada negó haber gastado miles de euros en viajar en primera clase hasta la India —iba a visitar barrios de chabolas—, pero un reportero grabó unas declaraciones en las que decía lo contrario. La gota que, sin embargo, colmó el vaso de la feligresía fue la construcción de su mansión que, como si de obra pública española se tratara, pasó de tres a cinco millones de euros. Más tarde a 10. Luego —los materiales se encarecen una barbaridad y ¡una bañera salía por 15.000 euros!— llegó a 31 millones y los eternos descontentos creen que podría superar los 40 millones. De hecho, la fiscalía —seguro en manos protestantes— está comprobando si el prelado malversó patrimonio secreto de la diócesis por 100 millones de euros.

A consecuencia de este singular estilo pastoral y de la sublevación de parte de la feligresía fue apartado del cargo. El papa Francisco trató de ejemplarizar. Pero el Vaticano —¡ay el peso del aparato y la sólida tradición!— lo nombró en diciembre delegado de catequesis en el consejo para la promoción de la nueva evangelización. Es un cargo creado exprofeso para él y que sin duda garantizará una evangelización de lujo.

¿Puede encargarse de catequizar un personaje como monseñor Tebartz van Elst? Con mimbres deformados es difícil construir cestas nuevas. Incluso bajo el voluntarioso pontificado de Francisco. Ser Savonarola y pontífice a la vez no es fácil en una institución sin opinión pública, que arrastra más de 2.000 años de necedades, errores y escasos aciertos. El felliniano brillo del púrpura cardenalicio arrincona a la austeridad. El papa Bergoglio vive en una habitación de la residencia Santa Marta de Roma de 70 metros cuadrados. Pero el astuto cardenal Tarcisio Bertone —secretario de Estado con Benedicto XVI— goza de un ático de 700 metros cuadrados en el Palazzo San Carlo, y el purpurado Antonio María Rouco Varela de un pisito de jubilado de 370 metros cuadrados en Madrid que tiene como única penitencia estar frente la Almudena. Por no entrar en la mansión del nuevo evangelizador Tebartz van Elst.

En Cataluña y España nos hallamos en un momento de catequesis rupturista, ya sea soberanista o de proceso constituyente. Frente a esa incipiente amenaza contra lo establecido, la maquinaria del Estado se ha puesto a trabajar con precisión de aparato vaticano para pretender convencernos de la maldad de lo nuevo y de la solidez de la tradición. Cristóbal Montoro, con un PP que encabeza las listas de la corrupción en España, se ha convertido en el nuevo Nicolau Aymerich. Y en su cruzada inquisitorial contra la oposición ha aflorado que el número tres de Podemos, Juan Carlos Monedero, tributaba por el impuesto de sociedades lo que debía haber hecho mediante IRPF. La denuncia es cierta y supone un mal comienzo para la tarea evangelizadora: los propagadores de una nueva fe deben ser ejemplares y no viajar en business cuando visitan chabolas, ni en la India ni en América Latina. Lo mismo es aplicable y con agravantes de carga histórica al presidente catalán, Artur Mas, a su padre político, Jordi Pujol, y a su partido, CDC.

Lo de Monedero, pagando 200.000 euros para evitar una sanción de la Agencia Tributaria, resulta poco edificante para un partido que se presenta como adalid de la “nueva política”. Seguramente tiene razón Podemos, como la tiene CiU, al acusar al PP de utilizar los ministerios como brazos políticos, pero la mancha, la duda y la irregularidad están ahí. El número tres del partido de Iglesias puede lavar su temprano pecado con dos padrenuestros y un avemaría y, sobre todo, no volviendo a recaer en el error. Sin embargo, es difícil saber si el Purgatorio tiene espacio para albergar al complejo familiar pujoliano y sus derivaciones en CDC.

La comparecencia de Artur Mas ante el Parlament el pasado lunes evidenció la habilidad escapista del president, su fuste de político y lo inocua que es la oposición. Quedaron muchas dudas en el aire. ¿Puede un consejero de Economía y Finanzas, como era Artur Mas, ignorar las consecuencias de que su padre tuviera una cuenta evasora en Liechtenstein? ¿Puede decir que sabía lo de la cuenta de su padre desde finales de los ochenta después de haber declarado en 2008, ante la Audiencia Nacional, que se acaba de enterar? ¿Puede hacerlo el mismo hombre que años antes, cuando fue nombrado consejero de Política Territorial, suspendió las obras de reforma de la cocina de su hogar para que no parecieran pago de comisionistas? Suena a sarcasmo que un partido con la sede embargada por los 6,6 millones de euros, presuntamente recibidos en comisiones del caso Palau, proponga una agencia tributaria “colaborativa y no coercitiva” en una Cataluña independiente. Ese es un catálogo de mimbres ya muy torcidos, que corre el riesgo de devenir grosero trampantojo.

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