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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Una película de gánsteres?

Se presenta de forma sistemática a los dirigentes de Convergència como un hatajo de evasores, corruptos y nepotistas compulsivos

El 17 de febrero de 1939, apenas completada la ocupación de Cataluña por parte de los ejércitos franquistas, un Carlos Sentís en trance de hacer méritos dio a la recién rebautizada La Vanguardia Española un artículo famoso. Quería ser una evocación sarcástica y despectiva del éxodo republicano a través de los Pirineos, pero el sentido del texto iba más allá, y quedaba bien sintetizado en el largo título: “¿Finis Cataloniae? El fin de una película de gangsters, simplemente”.

Durante los meses siguientes, la idea apuntada por Sentís tuvo perseverante desarrollo. No bastaba con haber arrojado al exilio, con encarcelar o fusilar a los enemigos ideológicos ahora vencidos. Además, era preciso destruirles moralmente, caracterizándolos como una pandilla de aventureros, crápulas y estafadores.

En esta tarea brilló el diario falangista Solidaridad Nacional con una sección fija titulada Fantasmones rojos. Bajo ese rótulo fueron injuriadas todas las figuras relevantes de la “gentuza de la Generalidad”: Macià era un “viejo truhán”; Companys, un “aspirante a dictador”; Joan Casanovas “tenía cierta vista para los negocios sucios”; Pau Casals, “masón y judío”, era “un genio sencillamente repugnante”; Pompeyo [SIC]Fabra, “un gran vividor del catalanismo”; Pere Corominas, “un sinvergüenza”; Rovira i Virgili, un “deformador de la Historia”; Pere Bosch i Gimpera, “un ladrón vulgar”; etcétera. El lector curioso que quiera conocer íntegramente tales textos los encontrará en el volumen preparado por Eulàlia Pérez Vallverdú, Fantasmones rojos. La venjança falangista contra Catalunya (1939-1940), aparecido en 2009 con el sello de A Contravent.

Me acordé de todo eso el pasado martes, mientras escuchaba las intervenciones de Alicia Sánchez-Camacho y de algunos otros portavoces durante la comparecencia del presidente Artur Mas ante la comisión parlamentaria sobre el fraude, la corrupción y no sé cuántas cosas más. Y me acordé porque desde que cristalizó el proceso soberanista catalán, hace dos o tres años, ha habido quienes creen —nihil novum sub sole— que la manera de desactivarlo y vencerlo es... presentar la historia del nacionalismo catalán durante las últimas cuatro décadas como una película de gánsteres.

Algunos lo creían desde la noche de los tiempos. Una antología de los textos por medio de los cuales las sucesivas expresiones del españolismo político e intelectual han descrito, desde hace más de un siglo, la reivindicación catalanista como un tinglado puramente mercantil, un escabel para enriquecimientos personales —la cucaña de reyezuelos cleptómanos, en suma—, esa antología llenaría varios volúmenes.

Ha habido quienes creen que la manera de vencer el proceso soberanista es presentar la historia del nacionalismo catalán como una película de gánsteres
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A partir del fiasco del Estatuto y de la subsiguiente radicalización nacionalista, algunos diarios madrileños —sobre todo, uno que Sánchez-Camacho exhibió el otro día como argumento de autoridad— han emulado a la Solidaridad Nacional antes citada en la presentación sistemática de los principales dirigentes de Convergència como un gang delictivo: un hatajo de evasores, defraudadores, traficantes de influencias, corruptos y nepotistas compulsivos. Sin pruebas, con indicios, merced a informes policiales apócrifos o —como en el caso del alcalde Xavier Trias— por la pura jeta.

Naturalmente, para esos sectores el pasado 25 de julio supuso una epifanía, un regalo colosal. A confesión de parte, relevación de prueba. La extraña y confusa autoinculpación del expresidente Jordi Pujol permitía envolver en un solo y gran paquete asuntos sobreseídos por la justicia (caso Banca Catalana, caso Casinos...) y otros aún en fase de instrucción (caso Millet-Palau, caso ITV, origen de la fortuna de los Pujol Ferrusola...), los testimonios remunerados de las Victorias Álvarez de turno y los rumores y charletas sobre si era el 3% ó el 5%... ¿La conclusión? Sí —han sentenciado los Catones—, como ya veníamos diciendo, todo cuanto CiU ha hecho al menos desde 1980 es obra de corruptos, evasores y siniestros comisionistas.

Este fue el mensaje que lanzaron el martes los portavoces del PP, Ciutadans y algún otro grupo. No se trataba de aclarar conductas concretas, de poner ante el compareciente documentos comprometedores. Se trataba de asociar a Artur Mas con Jordi Pujol, con Lluís Prenafeta, con Macià Alavedra, con Júnior —vamos, con Al Capone, con Lucky Luciano, con Frank Costello, con Meyer Lansky— para remachar la tesis de la película de gánsteres.

Es una estrategia legítima, pero equivocada, que no será más efectiva ahora de lo que fue en 1939, cuando gozaba del monopolio del discurso. Las responsabilidades penales de cada persona las establecerán en su día los tribunales. Pero, sean estas cuales sean, el soberanismo de centro que hoy representa CDC no desaparecerá hundido en el fango. Igual que el socialismo democrático no desapareció de España pese a los casos Filesa, y Juan Guerra, y Roldán, y GAL, y... Del mismo modo que la derecha conservadora española sobrevivirá a los casos Gürtel-Bárcenas o Palma Arena, y a la operación Púnica, y... O que el social-populismo andaluz no va a perecer víctima del escándalo de los ERE, o del fraude de los cursos de formación.

Por volver a referencias históricas, CDC no es ni el Partido Radical de Lerroux en 1935-36, ni la UCD de Calvo-Sotelo en 1982. A ver si se enteran.

Joan B. Culla i Clarà es historiador

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