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El electricista ocultó durante 40 años su enfermedad mental

Según un informe psicológico, la esposa no detectó su síndrome acumulador

La abogada defensora, acompañada de Castiñeiras (a la derecha) y su esposa (izquierda), atiende a reporteros uno de los días de juicio.
La abogada defensora, acompañada de Castiñeiras (a la derecha) y su esposa (izquierda), atiende a reporteros uno de los días de juicio.ÓSCAR CORRAL

Remedios cosía y cosía sin pausa en su máquina mientras Manolo contaba y contaba en silencio tras el cortinón que ella había hecho para dividir en dos la habitación más productiva de su casa. Era un telón tupido, de color ocre dorado, que jamás se descorría y tras el que el exelectricista de la catedral iba escondiendo su tesoro en forma de billetes y cantidad de cartas y documentación ajena. En la parte delantera de ese cuarto, en el modesto 1ºE que el matrimonio compró con hipoteca a finales de los 70 (el primer edificio alto que tuvo Milladoiro), la modista recibía a sus clientas, ajenas a la fortuna acumulada en la trastienda. Cada cónyuge tenía su propia televisión, él con vídeo y un montón de películas que no dejaba tocar a nadie. Aquel rincón tras la cortina, describió ayer el psicólogo privado que diagnosticó a Manuel Fernández Castiñeiras después de salir de prisión, era su “sancta sanctorum” y lo custodiaba con “celo”.

Según este mismo especialista, el único que lo estudió (porque el electricista se negó al examen del Imelga, pese a que se habría podido tener en cuenta a su favor en el juicio), a su familia le “tenía vetado el acceso”. A través de casi 15 sesiones con entrevistas y pruebas en su gabinete de Vilagarcía, Castiñeiras, que acudió a consulta “obligado” por su esposa, fue desvelando episodios de una supuesta enfermedad mental que se manifestó en la adolescencia, se sumió en un periodo de latencia durante la mili, y volvió a aflorar ya para siempre al cumplir los 24. Desde entonces y hasta los 63, cuando fue detenido, ingresó en la cárcel de Teixeiro y la policía sacó a la luz los miles de papeles, divisas y millones de euros que atesoraba, presuntamente nadie presintió su dolencia.

Robado el 4 de julio, al filo de las ocho de la mañana

S. R. P.

La cámara de seguridad del claustro que según creen los investigadores captó el momento en que José Manuel Fernández Castiñeiras robó el Códice Calixtino marca una fecha, el 4 de julio de 2011, y una hora, las ocho menos diez. El electricista aparece en el plano de la imagen, el lateral del claustro donde, en último término, se sitúa la puerta del Archivo; recorre el pasillo arrimado a la pared; entra un par de minutos en un cuarto, probablemente el aseo; y sigue recto hasta el fondo. Aún no han dado las ocho cuando desaparece por la puerta cerrada con llave que conduce a la cámara del Códice y vuelve a aparecer transcurrido algo más de un minuto. Después abandona el claustro por el lado opuesto al que ha elegido para entrar y desaparece. En el archivo, además de la puerta principal, ha tenido que superar otra que también suele estar cerrada con llave, y alcanzar ya sin problema la cámara, un pequeño espacio blindado que, paradójicamente, según relataron ya varios testigos en el juicio, siempre tenía las llaves puestas. El electricista viste su habitual cazadora, una prenda suficientemente holgada en la que otra cámara, la del despacho del administrador, ya lo ha inmortalizado muchos días atrás encartando dossieres y libros contables que se lleva a hurtadillas.

En la antepenúltima sesión del juicio, y pese a la resistencia constante de la abogada defensora (que opina que pudieron ser manipuladas) se vieron todas estas grabaciones; la del claustro y las de administración. Cuando Castiñeiras coge fajos de billetes de la caja fuerte, lo hace despacio, en apariencia con una calma extrema y de forma selectiva. No se intuye en los vídeos la ansiedad o la compulsión diagnosticadas por el psicólogo. Entre 2000 y 2012, según un informe del actual administrador de la basílica, faltaron 2.129.000 euros.

El perito, que acudió a testificar a petición de la defensa, dijo que el acusado del robo del Códice y de algo más de dos millones de euros de la catedral de Santiago sufre un “síndrome de acumulación compulsiva”, una “obsesión que no puede controlar”. Está dominado por una “ansiedad” que se dispara cuando ve el objeto que desea y solo “baja a niveles normales” cuando lo tiene en su poder, explicó, “hasta que vuelve a subir”. Su trastorno “acaparador”, su “coleccionismo patológico”, es de tipo “documentalista”, siguió defendiendo el psicólogo. Castiñeiras acumulaba papel, y por supuesto también billetes si eran “fácilmente asequibles” y se le presentaban “sin control”. “Si estuvieran bajo llave tendríamos que hablar de una cleptomanía”, dijo, pero rechazó esa posibilidad en el caso del procesado por robo porque “habría tenido problemas legales mucho antes”.

Hay dos circunstancias que, sin embargo, no tuvo este diagnóstico: la primera, que entre las 105 llaves incautadas por la policía, Castiñeiras tenía copia de la de la caja fuerte del templo y de las del Archivo, donde se guardaba el Códice. Y la segunda, que hacía una década que el administrador del cabildo había detectado que faltaba dinero una y otra vez (hasta superar el millón de euros de descuadre entre 2005 y 2007), pero este religioso se lo callaba.

Según el psicólogo, y aunque estos “acumuladores” son “más organizados” que los enfermos de Diógenes, lo normal sería que el material hubiese desbordado el cortinón “campando a sus anchas por la casa”, “invadiendo el espacio vital” y alertando a una familia que, en este caso, tal y como pretende demostrar la defensa para librar a esposa e hijo de un delito de blanqueo, no se habría enterado. Pero Castiñeiras, con el tiempo, repartió su fortuna por todos los inmuebles que compró, también el piso del chico. Y a nadie le llamaba la atención. Después, ya preso y vigilado, siguió con su compulsión: juntó todos los tiques de cafetería de la cárcel, y al quedar en libertad provisional se los llevó a casa.

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