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Casa de Campo, 1932

En el mayor pulmón de Madrid había cenadores, casas de labor, fuentes, puentes, una iglesia y hasta un cementerio. Una serie de fotografías inéditas permiten recuperar aquel escenario

Esther Sánchez
El embarcadero del lago de la Casa de Campo, con la bandera republicana
El embarcadero del lago de la Casa de Campo, con la bandera republicanaHemeroteca Municipal

El fotógrafo José Corral y Moreno inmortalizó uno a uno puentes, puertas, iglesias, casas de guardas y de labor, fuentes… y cualquier elemento arquitectónico que se encontrara en el recinto de la Casa de Campo. Corría el año 1932 y recibió por el trabajo, encargado por el Ayuntamiento, la suma de 2.000 pesetas. Corral, responsable del servicio fotográfico municipal, cumplió con su trabajo de forma rigurosa. Los negativos en cristal de las 122 instantáneas cayeron en el olvido y permanecieron, junto con otros de Madrid procedentes del mismo servicio (unos 1.700 en total), encerrados durante décadas en una caja en la Hemeroteca Municipal. El año pasado, estudiosos y amantes de la Casa de Campo descubrieron sorprendidos el magnífico legado tras visitar una exposición en el Centro Conde Duque, donde se mostraban algunas de las fotos, ya restauradas, que se guardan en la Hemeroteca y el Museo Municipal. El catálogo de la exposición se está elaborando ahora.

El desaparecido puente de los Neveros, obra del arquitecto Pedro de Ribera.
El desaparecido puente de los Neveros, obra del arquitecto Pedro de Ribera.

“Es como dar un paseo por la Casa de Campo en los tiempos de Fernando VI, porque no había evolucionado casi nada en siglos”, explica Rafael Pulido, investigador del espacio natural. Los fondos desvelan la existencia de construcciones ya desaparecidas y cómo eran lugares de los que solo se tenían referencias literarias. El recinto, antes patrimonio exclusivo de la Corona, acababa de abrir sus puertas a todos los madrileños el 1 de mayo de 1931. Hasta entonces, la Casa de Campo había sido lugar de asueto de diferentes monarcas, desde que Felipe II ordenó en 1556 adquirir terrenos para formar un bosque junto a la Villa. El palacete de los Vargas —que aún se conserva y se encuentra en restauración— fue la primera compra. En la actualidad, el bosque se extiende por 1.723 hectáreas (incluido el Club de Campo), declaradas Bien de Interés Cultural (BIC) en 2010.

Las imágenes revelan una Casa de Campo salpicada por casas humildes, en las que residían los empleados, y que conservaba aún huellas de su pasado como finca y explotación agropecuaria y de reserva de caza de los reyes. “Aunque en ese momento ya no se plantaba cereal y quedaban pocos animales”, puntualiza Pulido. Llama la atención la instantánea que tomó Corral y Moreno de la Casa de Labor, mandada construir por orden de Isabel II en 1842 y que fue destruida en la Guerra Civil. Solo se mantiene la zona de la era delante del edificio, utilizada hasta el año pasado como campo de fútbol. Ahora se ha descubierto el empedrado y se han eliminado las porterías. También aparece la Casa de los Aragoneses, apodada así por albergar a los podadores de la finca que procedían de Aragón, oficio que pasaba de padres a hijos por privilegio real. La Casa de las Castañas es una de las pocas que se mantienen en pie y con uso: sirve de despacho al director de la Casa de Campo.

Casa de labor.
Casa de labor.

“En las instantáneas aparecen muchos niños, porque aquí se vivía en familia, se moría e incluso te enterraban”, observa Pulido. “Pero sin ataúd”, completa el especialista en la Casa de Campo Luis de Vicente. El único féretro que existía en el camposanto se utilizaba para todos los fallecidos, que eran enterrados envueltos en un sudario. Los investigadores conocían el emplazamiento del cementerio, del que queda algún vestigio ruinoso e irreconocible. Las fotos han revelado cómo era la entrada, obra del arquitecto italiano Francesco Sabatini, que trabajó a las órdenes de Carlos III. En la época de la República ya no era cementerio, se utilizaba como palomar y la capilla como almacén.

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De Vicente recuerda “el trallazo que le recorrió” al descubrir las imágenes del interior del palacete de los Vargas, del que no existía ninguna referencia, y de la iglesia de la Torrecilla, o de la parte exterior del conjunto, en la que se ve la Casa del Cura, que se utilizaba como escuela y en ocasiones como prisión para algún furtivo. Los cuadros que albergaba el templo, pintados por Salvador Maella, de la Inmaculada, San Antonio y San Francisco, junto con el resto de la ornamentación, se conservan en el Museo Municipal. Quizá, sugiere De Vicente, su sitio estaría en el palacete una vez que finalice su rehabilitación. La iglesia, que acabó de construir Sabatini en 1788 tras tres años de trabajo, sucumbió bajo las bombas en la Guerra Civil.

Cenador de la época de Alfonso XII.
Cenador de la época de Alfonso XII.

La plataforma Salvemos la Casa de Campo, de la que forman parte ambos expertos, ha pedido al Ayuntamiento de Madrid que se estudie si queda algún vestigio bajo el túmulo que se ha formado encima de los restos del edificio, situado a unos 50 metros del lago. “No pretendemos que se lleven a cabo grandes excavaciones, pero al menos se podría sacar la planta y poner algún panel informativo”, explica De Vicente.

También han desaparecido la mayor parte de las 17 puertas históricas de acceso al bosque real. “La del Ángel, la de Castilla o la de las Ventas, por eso es tan importante toda la información que nos aportan las instantáneas”, asevera Pulido. Otras han superado el paso del tiempo y han llegado a nuestros días, pero muy modificadas. “El único acceso que se conserva tal y como era es el portillo de los Pinos en Húmera, de menor envergadura tanto arquitectónica como de dimensiones que otras puertas”, describe Pulido.

Gracias al fondo fotográfico, los investigadores han constatado que la Puerta de Aravaca ha perdido su remate ornamental. Esta entrada, que todavía se mantiene pero en otro lugar, marcaba la salida de la primitiva carretera de Castilla de la Casa de Campo, que tenía su inicio en la Puerta de Castilla. Una entrada que, según cuenta el experto, construyó Sabatini de una forma “muy democrática”, reuniendo a todos los alcaldes para explicarles el nuevo trazado de la carretera. A la larga supuso un gran perjuicio para los habitantes de Aravaca: al no pasar el camino por allí, los negocios cayeron en picado. Pulido critica la transformación sufrida por la puerta del Rey o del Río, que tras las obras de acondicionamiento de Madrid Río “ni se parece a la original ni a la que surgió tras la modificación realizada por la República”. La mayor parte de los accesos estaban cuidados por un guarda de puerta, que vivía allí.

Fuente de Cobatillas.
Fuente de Cobatillas.

Para Pulido fue “una grata sorpresa” descubrir la Casa del Guarda de la Puerta del Ángel desde una nueva perspectiva en la que se divisa la taquilla donde se cobraba por entrar en el recinto a vehículos, ciclistas y caballistas (a pie era gratis). En la instantánea se asoman la iglesia de Santa Cristina, el tranvía 35 —que finalizaba allí— y una excursión de niñas, que dan idea de la cercanía de las viviendas en esa zona. Más allá se encontraba el puente de los Neveros, obra de Pedro Ribera, maestro mayor de obras y fuentes de Madrid, que se derribó en 1968.

“Las fotos muestran una Casa de Campo bastante seca”, comenta Pulido. La memoria del concejal de Obras de la República Manuel Muiño sobre los trabajos realizados por el Gobierno en el recinto describe un panorama lamentable, con millones de mosquitos, arroyos con cieno, miles de árboles secos y viviendas en muy malas condiciones. “Ya en la época de Amadeo de Saboya (1882), el administrador realiza un informe y asegura que el estado es ruinoso”, aclara Pulido. En su opinión, se debe a la falta de mantenimiento constante. Algo, advierte, que sigue ocurriendo hoy en día: “Se cuida mucho la parte forestal, pero se ha olvidado el legado arquitectónico”. Pone como ejemplo la rehabilitación del palacete de los Vargas cuando las instalaciones estaban en un estado ruinoso o las repoblaciones de árboles que se efectuaron sobre restos de edificios como en el conjunto de La Torrecilla o en la Casa de Vacas. En su opinión, lo que se ha mantenido en pie ha sido “por casualidad”.

Interior del palacete de los Vargas.
Interior del palacete de los Vargas.

Otro ejemplo de desidia se encuentra en la fuente de Cobatillas, una de las más antiguas del lugar, alimentada por un manantial. Entró a formar parte del conjunto con la adquisición de terrenos al marqués de Cobatillas, en 1735, y ahora se encuentra reducida a un montón de ladrillos que “podrían ser cualquier cosa”. Corral dejó constancia de la fuente del Ángel, reproducida en la memoria de Muiño sobre la Casa de Campo. En la foto aparece antes de ser desmontada, en su lugar original, con la fuente del Tritón que ahora está en el Retiro.

Las imágenes del embarcadero del Lago, que todavía se conserva, atestiguan la falta de agua, que se canalizaba desde el estanque de arriba, que se llenaba con agua del Canal de Isabel II. Era allí donde se ubicaba el cenador metálico de la época de Alfonso XII, desconocido hasta que las fotos salieron a la luz. “Existe una imagen colgada en uno de los chiringuitos del lago, donde se divisa algo de su estructura. Siempre nos habíamos preguntado que sería. Ahora lo sabemos”, dice Pulido. La zona ha perdido su valor paisajístico, ahora es un depósito hecho de hormigón y es “imposible imaginarlo como sale en las fotografías”.

Puerta del Ángel.
Puerta del Ángel.

“El lago está muy bajo, incluso en una de las fotos hay personas dentro, de pie”. En esa época se proyectó construir sobre el lago Chico, un estanque natural en el que patinaba la realeza, unas pistas deportivas. Pero habría que esperar a los años sesenta, cuando se acometió la última gran transformación del parque, con proyectos como el parque de atracciones y el zoo. En 1968 fue desecado el estanque y convertido en el aparcamiento del lago, donde ahora se puede dejar el coche para dar un agradable paseo, prestando más atención a aquellas piedras porque quizá tengan algún significado.

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Sobre la firma

Esther Sánchez
Forma parte del equipo de Clima y Medio Ambiente y con anterioridad del suplemento Tierra. Está especializada en biodiversidad con especial preocupación por los conflictos que afectan a la naturaleza y al desarrollo sostenible. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y ha ejercido gran parte de su carrera profesional en EL PAÍS.

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