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LOS COMANDANTES DEL PROCESO / JOAN MANUEL TRESSERRAS / 3

El revolucionario exquisito

“Hay un independentismo catalán tranquilo, democrático, progresista, culto y solidario…que engloba sectores de formación y tradición diversa”

Joan Manuel Tresserras, en una imagen de su época de consejero de Cultura.
Joan Manuel Tresserras, en una imagen de su época de consejero de Cultura. GIANLUCA BATTISTA

No estamos ante una de aquellas batallas que se libran para que todo siga igual", asegura Joan Manuel Tresserras, un tipo de razonamiento implacable y sonrisa tranquilizadora; un marxista de libro, ideólogo de cabecera de ERC y enemigo declarado de los lampedusianos, aquellos que gustan de fuegos de artificio para que todo siga igual. Su revolución habrá de ser exquisita en la forma pero radical en el fondo; una guerra pacífica pero mortal para los partidos de la burguesía catalana y para el Estado depredador, sus dos formidables adversarios a los que pretende batir de un solo golpe y ahora mismo.

De muy joven se hizo sacristán, de los de Manuel Sacristán, militante de las Plataformas Anticapitalistas y luego de los CCC, Col·lectiu Comunista Català, con Francesc Espinet, Gil Matamala, Julià de Jòdar y Montserrat Tura, entre algunos otros. En su casa guarda como un tesoro un ejemplar de Fet Nacional Català i LLuita de Classes, un opúsculo de referencia y reverencia, editado por ellos mismos en 1977, en el que los jóvenes militantes de la extrema izquierda obrerista desarrollaron la equiparación teórica de los dos conceptos, el nacional y el de clase. A los 22 años, ya había llegado a la convicción independentista, vía marxismo, y adoptado su tesis referencial: el proceso de liberación nacional debería tener un contenido de clase, pero esta no podría ser la burguesía, la impulsora tradicional de los Estados nación, porque se había vendido al franquismo por una promesa de orden y de acceso al mercado español.

Resistió con sus camaradas la decepción de la Transición y la realidad del independentismo, muy alejada de las posiciones hegemónicas soñadas: “entonces éramos un testimonialismo grupuscular”. Su cuartel de invierno fue la Facultad de Ciencias de la Información de la UAB, allí, con su amigo y cómplice de toda la vida, Enric Marin, escribieron a cuatro manos sobre materialismo y comunicación de masas, imaginaron un espacio de comunicación catalán y mantuvieron alguna actividad política esporádica. Apoyaron a Herri Batusana en las elecciones europeas de 1987 y se arrepintieron al poco, cuando el atentado de ETA en Hipercor, firmando los dos un artículo en EL PAÍS de rechazo a la violencia como instrumento de política democrática. Guarda todavía las cartas amenazadoras de remitentes partidarios de lo contrario. También estuvo en la Crida, hasta su disolución.

Tuvo un flechazo con Carod Rovira y trabajó para convertirlo en "el tercer hombre" entra Pujlo y Maragall

Durante muchos años, hasta finales de los 90, no supo ver en ningún partido nada que le despertara interés. Un día conoció en una comida a Josep Lluís Carod Rovira y al salir llamó a su amigo: “Enric, tenemos líder”. Fue un flechazo político, de inmediato se puso manos a la obra para convertir al secretario general de ERC en el tercer hombre de la política catalana, entre Pujol y Maragall. La campaña hizo posible el pacto del Tinell y descarriló en Perpiñán. De todas maneras no militó en ERC hasta el año 2010, después de haber sido consejero de Cultura en el segundo tripartito y cuando el desastre electoral de su partido, y de la izquierda en general, ya se había consumado.

“CiU ganó aquellas elecciones con el programa de ERC de hacía diez años, el concierto económico; habíamos perdido las elecciones pero estábamos ganando la batalla conceptual”. Con esta tesis por bandera, recorrió las sedes republicanas del país para contagiarles su optimismo natural: la aparición en escena de Oriol Junqueras, con su versión republicana de la teología de la liberación, era la señal divina de la recuperación. En 1992, escribió en El Viejo Topo: “hay un independentismo catalán tranquilo, democrático, progresista, culto y solidario…que engloba sectores de formación y tradición diversa y ejerce cada vez más de núcleo hegemónico”. Veinte años después, creyó llegada la hora de aquella profecía.

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En la primavera de 2012, tras la formación de la ANC, de la que él participó de forma muy discreta, se reafirmó en su tesis. “La Asamblea es una propuesta nacida directamente de las clases populares, con voluntad hegemónica, un desbordamiento de la política institucional”. El adelanto electoral decidido por el presidente Mas aquel año, permitió la recomposición del espacio soberanista en beneficio de ERC, hasta el punto que Tresserras intuyó que las condiciones objetivas fijadas 35 años antes estaban prácticamente cumplidas. “La hegemonía social se había desplazado de las clases tradicionales hacia un nuevo bloque histórico, formado básicamente por los sectores sociales que pretendía representar ERC desde la renovación de Junqueras; se había confirmado la inexistencia de una oferta por parte del Estado español, así como la falta de iniciativa de las clases dirigentes autóctonas y era evidente que los partidos iban a remolque de la sociedad movilizada”.

Considera Tresserras que la ANC surge de las bases y desborda la política institucional

El paso de los meses no hace sino reafirmarlo en su prospectiva. En un acto en la sede de Òmnium exalta “el carácter revolucionario del llamado Proceso y la responsabilidad de los catalanes de ser originales, dado que lo que estamos protagonizando no tiene precedentes en Europa”. Desde el verano del Tricentenario, el marxista persistente que se explica como un profesor educado y apasionado está on fire. Desarrolla su propuesta de la doble revolución catalana, la nacional y la social: “Allí donde hay un Estado fuerte, como en España, que ejerce una dominación con mano de hierro, el cambio es muy difícil; por el contrario, en Cataluña, si rompemos con este Estado, las puertas de la revolución social se nos abren de par en par”. Habla de “un Estado transformador desde el mismo instante de su creación, con una arquitectura institucional no dominante sino protectora de los derechos y libertades de los ciudadanos"; de una nación que “no será hecha a medida de las minorías tribales que quieren un país de barretina”, de una república catalana “mestiza como nuestra nación”.

Dos revoluciones en una sola rebelión exigen un esfuerzo que él sabe “deberá ser monumental” y claramente rupturista respecto del Estado, una vez obtenido el correspondiente mandato democrático. No teme que el desafío institucional vaya a impedir la negociación posterior para hacer efectiva la independencia, dado que considera al Estado español prisionero de la deuda a negociar. Tampoco expresa la más mínima aprensión por las consecuencias de una posible desobediencia civil y fiscal, todo lo contrario, se diría que está ansioso por vivir un episodio tan emocionante. “Creo que sí, que la gente desobedecerá al Estado del expolio y de la negación del derecho a votar”.

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