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Cambio de ciclo en el cielo de Valencia

Nuevas especies de aves se asientan mientras otras declinan afectadas por la evolución urbana

Ignacio Zafra
Las cotorras argentinas se han vuelto habituales en las ramas de los árboles.
Las cotorras argentinas se han vuelto habituales en las ramas de los árboles.MIGUEL PÉREZ

El cielo de Valencia también experimenta grandes cambios. La cotorra de metal que corona el Mercado Central tiene compañía: una bandada de ruidosas congéneres muy vivas impone su ley desde lo alto de la vecina iglesia de Sant Joan. Pájaros de toda la vida, como el gorrión y la paloma, retroceden. Especies hasta hace poco raras, como el mirlo y el jilguero, se adentran cada vez más en la ciudad. Y la tórtola turca, de la misma familia que las palomas, que llegó hace unas décadas del este, ya es mayoritaria en algunos barrios. “Cambia la ciudad, cambia su oferta de hábitat”, dice Mario Giménez, delegado de la Sociedad Española de Ornitología (SEO-Bird Life) en Valencia, “y hay especies que se aprovechan”.

El cernícalo, un tipo de halcón pequeño, es un ejemplo. “Muchos se han especializado en atrapar canarios y otros pájaros pequeños que la gente tiene en jaulas en el balcón. Meten la garra entre los barrotes y lo sacan. A veces se llevan solo la cabeza; es un poco traumático ver a tu pobre mascota decapitada y aún entre rejas”, dice Giménez, que alaba, con todo, la “adaptabilidad” que demuestra el cernícalo.

Valencia se ha sumado al grupo de ciudades con pareja de halcón peregrino. Un verdadero depredador, territorial y casi siempre monógamo que tiene en las palomas “un recurso muy abundante”. Se alojan en repisas de edificios altos, semejantes a las grandes paredes rocosas en las que viven en la naturaleza, donde pueden estar tranquilos. “Por allí no va nadie, aparte de la empresa de limpieza vertical de fachadas una vez al año”.

Giménez desaprueba, en cambio, la introducción humana de halcones para controlar la población de palomas. Una medida que, afirma, no es eficaz y “puede tener un efecto indeseado”. La alta densidad de palomas en la ciudades, favorecidas por lo mucho que algunos vecinos las alimentan, ha extendido la tricomoniasis, una enfermedad causada por un parásito potencialmente letal. “Los halcones comen palomas, se contagian y, como a veces las parejas de halcones se intercambian, se lo pasan a estos ejemplares de fuera. Así es como una enfermedad que era de un ave que vive hacinada en las ciudades va afectando al halcón peregrino, una especie más bien escasa”.

El aumento de pequeños jardines ha facilitado ver pájaros que antes eran raros, sobre todo en las zonas cercanas a la huerta. Hay aves que comen en el campo, pero prefieren la ciudad al caer la noche. “En el jardín tienen mucha más seguridad y además hace más calor. De media hay unos cuantos grados más en invierno”, cuenta el responsable de SEO-Bird Life.

Otros cambios han resultado, en cambio, peores, si eres un ave. No está claro a qué se debe la disminución de gorriones, que en lugares como Londres prácticamente han desaparecido y en España se han reducido en un 25%. Pero hay pocas dudas de que una de las causas es que cada vez hay menos oferta de agujeros para nidificar, una escasez que también sufren los vencejos y los estorninos. “En muchas reformas de iglesias y edificios antiguos se tapan huecos y se pierden colonias de vencejos. En los gorriones puede estar operando eso y la limpieza de la ciudad. No es que esté más limpia con tanto recorte, pero la suciedad es hoy distinta, con menos materia orgánica, más difícil de comer”, afirma el ornitólogo.

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La enseñanza, sigue, es que todo lo que hacemos “tiene influencia”. “Intervenimos en todo el planeta, pero las ciudades, que son nuestra casa, donde más”. Gimeno echa de menos más zonas verdes, que no siempre tomen la forma de “jardincillo cuidado”. Y, prosigue, “a la vida le gustan las grietas. Cuando hay una en una fachada enseguida sale una planta adaptada, y en esa planta hay un insecto, y ese insecto llega un gorrión y se lo come”.

Hoy hay probablemente más especies de aves en Valencia que hace unas décadas. Algunas, sin embargo, son exóticas y potenciales fuentes de problemas, como la cotorra gris argentina, cuyo origen en Valencia está en las mascotas, y que en Suramérica llega a considerarse una plaga agrícola. Y otras declinan. Giménez no tiene claro el balance. Antes de despedirse advierte de que los índices de biodiversidad, que miden número de especies y su abundancia, pueden ser “engañosos”.

Para demostrarlo utiliza el ejemplo del Parque Natural de las Lagunas de La Mata y Torrevieja, un ecosistema hipersalino que acoge pocas formas de vida adaptadas a condiciones muy adversas. “Si a la laguna le metes una gran urbanización al lado, y haces que vierta aguas más o menos depuradas, la dulcificarás. Saldrán carrizales y muchas más especies acuáticas. Un gestor podría decir: ‘Lo he hecho bien, tengo 20 especies más y en abundancia’. Pero lo que ha hecho ha sido cargarse el sitio”.

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Sobre la firma

Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.

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