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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fuego griego

Syriza puede romper un tabú que ríanse del referéndum escocés... Si el 'establishment' se ofusca con Podemos, aquí pasará de todo

Toda acción conlleva una reacción, aun cuando no sea forzosamente inmediata. O, si lo prefieren, en esta vida nada resulta gratis, nada carece de consecuencias. Desde hace casi un lustro, los ciudadanos de una serie de Estados periféricos de la Unión Europea, agrupados por cierta prensa anglosajona bajo la etiqueta despectiva de PIGS's (“cerdos”), a saber, Portugal, Irlanda, Grecia y España, han vivido durísimos ajustes sociales, desregulaciones laborales, recortes fuertes en sus servicios públicos, pérdidas drásticas del poder adquisitivo de salarios y pensiones, etcétera. Todo ello, por obra y gracia de decisiones tomadas en las lejanas Bruselas o Berlín con poco o ningún escrutinio democrático, y servilmente ejecutadas por gobiernos locales, tanto de signo conservador como socialista, que han traicionado los programas merced a los cuales habían alcanzado el poder.

Pues bien, en aquellos de los países citados con sistemas político-institucionales más frágiles, o más deteriorados por factores ajenos a la economía, la presión de tantas restricciones, el malestar por unas tasas de paro siderales, el cabreo acumulado por múltiples motivos está a punto de hacer saltar la tapa de la olla. Las sociedades no son punching balls que puedan ser golpeados indefinidamente sin que devuelvan los golpes. Ni siquiera cuando tienen alguna responsabilidad colectiva (la aceptación del fraude fiscal masivo, la cultura de nuevos ricos...) en el origen de la situación que las atormenta.

Por tanto, lo último que cabe hacer ante los augurios demoscópicos sobre Syriza en Grecia o sobre Podemos en España es sorprenderse. Pero, excluida la sorpresa, tampoco deberíamos caer en la simplificación y pensar que todo es uno y lo mismo. Aun cuando expresen reacciones sociales parecidas, la formación griega es de hechuras mucho más clásicas y tiene un recorrido más largo.

Syriza (acrónimo de Synaspismós Rhizospastikís Aristerás, en griego Coalición de la Izquierda Radical) surgió en 2004 como la alianza electoral entre una decena de partidos que recogían casi toda la paleta de colores de la extrema izquierda europea a lo largo del último tercio del siglo XX: socialistas de izquierda (el Movimiento Democrático Social o DIKKI), ecocomunistas y ecosocialistas, diversas escisiones o mutaciones de los dos partidos comunistas griegos (KKE) bifurcados desde 1968, dos partidos trotskistas de obediencias distintas (la Izquierda de los Trabajadores Internacionalistas o DEA, y la Organización Socialista Internacionalista o Xekinima), un grupo maoísta (la Organización Comunista de Grecia, KOE) y hasta el partido personal del viejo héroe antinazi Manólis Glezos, Ciudadanos Activos.

Los perfiles de los líderes  de Syriza y Podemos tampoco tienen nada de idénticos, por más que ambos sean coetáneos

Aunque en mayo de 2012, y por necesidades de la ley electoral, la coalición se convirtió formalmente en partido unitario (Syriza, Frente Unionista Social), su molde sigue siendo el de una confluencia de grupos muy dispares y fuertemente ideologizados, más parecida a la Izquierda Unida o la Iniciativa per Catalunya Verds de sus primeros años que al fenómeno Podemos. De hecho, y hasta la eclosión de Podemos la pasada primavera, eran IU e ICV los homólogos hispánicos de Syriza, y la formación griega constituía la exitosa referencia internacional de los de Joan Herrera y los de Cayo Lara. Últimamente, Alexis Tsipras ya mitinea en Madrid junto a Pablo Iglesias, y el segundo pronostica una victoria del primero como el presagio de la suya propia.

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Sin embargo, los perfiles de ambos líderes tampoco tienen nada de idénticos, por más que sean muy coetáneos: de 1974 el griego y de 1978 el español. Cierto, ambos militaron, adolescentes, en las juventudes comunistas de sus respectivos países. Pero Tsipras, con formación de ingeniero, trabajó en el sector privado y desarrolló su carrera político-institucional desde abajo: concejal de Atenas en 2006, diputado nacional desde 2009 y presidente de su grupo parlamentario, líder de la oposición tras las elecciones legislativas griegas de junio de 2012, y cabeza de la opción más votada en las europeas de mayo de 2014, a la espera de lo que le deparen las urnas el próximo 25 de enero.

Por su parte Pablo Iglesias, con doctorados en derecho y ciencias políticas, se fogueó más bien en los ámbitos académico y mediático, con alguna debilidad bolivariana y filoiraní, pero ningún riesgo político-electoral hasta el triunfal estreno de las pasadas europeas. Sin exagerar demasiado, podría afirmarse que el primer cargo institucional ejecutivo al que Iglesias Turrión aspira es la presidencia del Gobierno de España, que su primera plaza a conquistar es directamente La Moncloa.

Siendo distintos, Syriza-Tsipras y Podemos-Iglesias tienen otra cosa en común: que su éxito depende menos de los aciertos propios que de los errores ajenos. Si, a lo largo de las próximas cuatro semanas, el FMI, y el BCE, y la Comisión Europea, y el Bundesbank, y frau Merkel, arrecian sus chantajes y presiones, es fácil que Syriza pueda formar gobierno y romper un tabú que ríanse ustedes del referéndum escocés. Si, aquí, el establishment sigue obsesionado con Podemos, descubriéndole escándalos de pacotilla y haciéndole la campaña, en noviembre puede pasar de todo.

¡Y luego dirán que es la incertidumbre sobre el proceso catalán lo que amenaza la recuperación económica!

Joan B. Culla es historiador

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