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Hijos de Madrid y de los Stones

La banda Burning celebra este viernes 40 años de rock auténtico y desafiante

Johnny Cifuentes en su bar, el Cocodrilo, abierto desde hace 27 años.
Johnny Cifuentes en su bar, el Cocodrilo, abierto desde hace 27 años. amuel sánchez

En dos momentos diferentes de la conversación con Johnny Cifuentes, vocalista, teclista y guardián de las esencias de Burning, surgen las definiciones de Madrid como “la mamá” del grupo y de los Rolling Stones como “nuestros papis”. Es probable que esos dos sean los elementos principales del ADN de Burning, de su inspiración musical y lírica, su actitud y sus dejes. Este viernes celebrarán sus 40 años de existencia en Madrid (sala But), con más de dos horas de su repertorio clásico, algún tema de su reciente Pura sangre y al menos una versión de los Stones.

“Son 40 años ininterrumpidos, nunca nos hemos tomado un año sabático, y eso es importante”, señala Cifuentes desde un taburete de su bar, el Cocodrilo, abierto desde hace 27 años y que juega el doble papel de centro rockero del barrio de Lucero y museo de Burning, con fotos, carteles y demás artefactos: “Tocar al día siguiente de Navidad ya es mágico, pero lo hace más especial el que sea en Malasaña, porque nosotros éramos de barrio y cuando empezamos queríamos irnos al centro a vivir, cosa que acabamos haciendo”.

Que Burning eran muy madrileños y muy de barrio se dejaba ver en su desafiante rock desde el comienzo, al menos desde que cambiaron el inglés chapurreado por un castellano muy cheli y titularon su primer álbum como Madrid (1978). Pocos grupos le han cantado tanto y de forma tan intensa a Madrid. Sobre todo, a sus noches y a personajes marginales como ese taleguero Jim Dinamita que declaraba: “En La Elipa nací y Ventas es mi reino”.

El guitarrista Pepe Risi y el cantante Toño Martín, los dos Burning ya desaparecidos, eran de La Elipa, y Johnny es de Carabanchel: “El rock & roll de Madrid se nutre del tesoro de los barrios, la gente aguerrida y con corazón. Mira en la formación actual: Carlos [Guardado, bajista] es de Moratalaz y Edu [Pinilla, guitarrista] de Vicálvaro”. Como segundo nexo con los años heroicos, el saxofonista Miguel Slingluff, Maikol, que volvió hace un tiempo al grupo.

Burning se juntaron en 1974 en los locales de ensayo del Papi, situados en el kilómetro 12 de la A-2: “Currábamos todos, yo vendía piezas en una cooperativa de taxis, salía a las 7 u 8 de la tarde y me iba de Carabanchel a Ciudad Lineal en metro y ahí cogía la camioneta, que era como se llamaba al autobús. Tardaba la de dios. Ensayábamos dos o tres horas y luego de vuelta para madrugar al día siguiente. Buah, me lo merezco todo”, cuenta entre risas Cifuentes, de 59 años.

Ya a finales de los 70, el grupo se fue a vivir a Torrejón, en una especie de comuna rockera: “Era una casa barata y estaba frente a la base, donde nos nutríamos de discos e instrumentos. Si no recuerdo mal, Pepe pilló la Negrita [su característica guitarra Gibson Les Paul] a un soldado americano. Además, podíamos tocar a todas horas porque vivíamos en un bloque con muchos músicos. Y también estaba Bibi Andersen, que aún se llamaba Manolo”.

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Posteriormente, Cifuentes se mudó por fin al centro, a la calle Pelayo. En la canción Chueca (1987) pinta una zona que hoy nos resulta irreconocible, con siniestros camellos y adolescentes toxicómanas embarazadas. “Era una época de mucho caballo, y el caballo genera mucha ansiedad alrededor y hace cometer muchos errores a la gente”, explica el cantante y teclista del grupo, que sabe de lo que habla, pues tanto Risi como Martín cayeron en la cuneta de la heroína.

Hoy, en 2014, Johnny Cifuentes se muestra contento y agradecido por estas cuatro décadas, pese a las muertes prematuras que le empujaron a tomar el mando y el micro del grupo, pese a las jugarretas o el desinterés de las discográficas por las que han pasado (Pura sangre es autoeditado), pese a la leyenda negra de la mala suerte que les habría impedido ocupar el lugar que, como pioneros de una forma muy particular (y madrileña) de hacer rock, se merecen: “Nosotros éramos unos chavales de barrio muy salvajes. Hemos rozado muchísimas veces el cielo y hemos visitado el infierno. Nunca jamás diré que hemos estado minusvalorados, ni pediré una estatua para Burning. No debemos nada a nadie, nadie nos debe nada”, cuenta en su bar: “Y Burning está en un momento superbueno, hay que venir a vernos ahora. Mañana tal vez sea demasiado tarde”.

Burning actúa el viernes, 26 de diciembre, a las 21 h. en la sala But (Barceló, 11). Entradas anticipadas a 22,80 € y 25 € en taquilla.

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