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“Teresa Romero ni siquiera nos ha pedido perdón por lo que hizo”

Las peluqueras de Alcorcón que cerraron por el ébola reabren el negocio

F. Javier Barroso
Las peluqueras Isabel Peláez (izquierda) y Miriam Díaz, en su negocio de Alcorcón.
Las peluqueras Isabel Peláez (izquierda) y Miriam Díaz, en su negocio de Alcorcón. carlos rosillo

Después de 21 internadas en el hospital Carlos III, con la angustia de no saber si habían sido contagiadas de ébola, y de dos meses con el negocio cerrado Miriam Díaz e Isabel Peláez, reabrieron el pasado martes la peluquería Studio 84, en el centro de Alcorcón. A este local acudió la auxiliar de enfermería Teresa Romero, infectada por ébola, días antes de que le fuera detectada la enfermedad. A pesar de que tenía fiebre, acudió a su cita para peinarse y depilarse las cejas y el labio superior.

Isabel Peláez está indignada: “Después de todo lo que hemos pasado, Teresa ni siquiera nos ha pedido perdón por lo que hizo”. Miriam Díaz, la dueña del establecimiento, añade: “Mi única prioridad era abrir la peluquería. Ahora veré con mis abogadas si emprendo acciones legales contra alguien”.

El calvario de Miriam e Isabel comenzó el 2 de octubre. Dos días antes, Teresa Romero tenía cita con ellas, pero decidió posponerla para ver si le bajaba la fiebre con los medicamentos que le había recetado su médico del ambulatorio. Ese día, la auxiliar de enfermería acudió a la peluquería sin avisar a las dos empleadas de que había atendido al religioso Manuel García Viejo en el hospital Carlos III y que presentaba algunos síntomas compatibles con el ébola. Primero la atendió Miriam, la dueña. Ella se encargó de teñirla y de peinarla. Comenzó a depilarle las cejas, pero se marchó. Tenía cita con el dentista. Continuó Isabel que le dio los últimos retoques en las cejas y le depiló el labio superior. “Vino como otras veces. Ella lleva toda la vida como clienta, desde hace ocho años, cuando abrimos”, relata Miriam.

Los problemas llegaron cuatro días después, el lunes 6 de octubre. Teresa Romero fue trasladada al servicio de urgencias del Hospital Universitario Fundación Alcorcón cuando todo apuntaba ya a que había desarrollado el ébola. A partir de ahí, se repasaron los movimientos de la auxiliar de enfermería durante los días anteriores. Y se filtró que había ido a la peluquería. “Desde ese momento, se nos vino el mundo encima. La llamamos por teléfono y nos dijo que sí, que era ella la mujer que estaba internada en el hospital”, recuerda Miriam.

Lo que en un principio fueron meras sospechas se convirtió en una pesadilla. Abrieron la peluquería durante el martes y la mañana del miércoles, pero a mediodía del día 8, Miriam decidió cerrar. “Estaba muy preocupada y no paraba de pensar qué pasaría si yo estaba contagiada y se lo transmitía a mis clientas. Llamé a Isabel y le dije que no podíamos seguir”, explica.

Las dos están estudiando iniciar acciones legales por el daño causado
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El siguiente problema no fue menor. Llamaron al 061 (el teléfono del Summa) y nadie supo decirles qué debían hacer. Es más, les aconsejaron que hicieran “vida normal” y que si notaban algo extraño les avisaran. Esa explicación no les sirvió y, gracias al empeño de Miriam, ingresaron en el hospital Carlos III, donde estuvieron en observación 21 días. “Lo que no logro entender es cómo nos pudieron decir que hiciéramos vida normal, con el riesgo al que habíamos estado expuestas”, se queja Miriam. “La madrugada antes de entrar en el hospital, yo sufrí una crisis de ansiedad a las cinco de la mañana y estuve vomitando hasta que nos fuimos. Cuando llamé a Miriam, pensé que ya estaba contagiada”, relata Isabel.

Durante el tiempo que estuvieron en el Carlos III, el local estuvo cerrado. Un cartel pegado en el escaparate explicaba que se debía a “problemas personales”.

Las dos peluqueras salieron del centro el jueves 23 de octubre. Estaban a salvo. Habían pasado la cuarentena de manera satisfactoria. Y se enfrentaron a la cruda realidad. Tras la fiesta de bienvenida de sus familias, se toparon con el local cerrado y sin que nadie se hiciera cargo de su desinfección. Llamaron a un lado y a otro hasta que lograron que fueran a limpiársela. “Después he hecho una reforma, inventario... El tiempo se me ha ido en poner de nuevo en marcha el negocio, que es de lo que como. La vuelta ha sido también muy dura”, reconoce Miriam.

El peaje que ha tenido que pagar ha sido perder un piso que le había adjudicado la Empresa Municipal de la Vivienda de Alcorcón (Emgiasa), ya que no sabía si, en sus nuevas circunstancias, podía hacer frente a los 42.000 euros que le pedían para entregárselo. Su hija también estuvo 21 días (el mismo tiempo que ella estuvo internada ella) sin ir al colegio. “Cuando salí del hospital, le expliqué lo que había pasado con mis palabras y lo ha entendido perfectamente”, añade.

Pero sus mayores reproches son para la auxiliar de enfermería Teresa Romero, en especial por parte de Isabel: “No nos ha pedido ningún perdón a todos los que estábamos allí. Solo se ha preocupado por ella, y menos mal que nos hemos salvado. No se ha preocupado ni siquiera por preguntarnos cómo estábamos y cómo nos iba”, se queja. “La verdad, me esperaba otra cosa de ella. Y no me sirve el que se diga que lo ha pasado muy mal. Nosotras también hemos tenido la psicosis de que podíamos sufrir una enfermedad mortal como el ébola”, le reprocha Isabel.

Ambas han puesto su caso en manos de sus abogadas para ver si demandan a la Administración

o incluso a la propia Teresa Romero. Han perdido dos meses de trabajo, han tenido que reformar el local y es posible que hayan pedido clientes. Tienen que valorarlo en los próximos días. “Si nos hubiera pedido perdón, quizás no estaríamos pensando en emprender acciones legales, pero nosotras también lo hemos pasado muy mal y nadie nos ha pedido disculpas”, concluye Isabel.

Todo el día con el termómetro

Los 21 días que pasaron en el hospital Carlos III Miriam Díaz e Isabel Peláez se convirtieron “en un auténtico suplicio”, relatan. “No paraba de pensar qué podría pasar si había desarrollado la enfermedad y se la había contagiado a mis clientes. Por aquí pasan desde recién nacidos con 15 días hasta personas de ochenta años. No paraba de darle a la cabeza”, declara la dueña de Studio 84 Miriam Díaz.

Su día habitual consistía en levantarse y desayunar. Tras la ducha se ponían a ver la televisión y a chatear con el teléfono móvil con sus familiares, amigos y clientes. “El primer día no nos dejaron el móvil. No tenía ni televisión ni nada y lo pasé fatal”, afirma Díaz. Les tomaban la temperatura tres veces al día. “Yo tenía puesto el termómetro todo el tiempo. Me lo ponía hasta 20 veces al día. Lo pasé fatal”, añade Isabel Peláez.

Para atenderlas, los empleados del hospital llevaban fuertes medidas de protección. “No podemos tener ninguna queja de los empleados del Carlos III. Nos han tratado de manera maravillosa y nos daban muchos ánimos”, destaca la peluquera.

De hecho, tenían un fuerte apoyo de psicólogos y psiquiatras para sobrellevar la situación. Les suministraban bromazepam (una benzodiacepina utilizada contra la depresión). “Los primeros días no permitían que nos vinieran a visitar, pero luego sí que dejaron pasar a un familiar. Siempre era el mismo e iba muy protegido para no contagiarse. Al principio solo podía estar 45 minutos, pero luego le dejaban más tiempo”, explica Miriam.

Gran parte del tiempo lo pasaban viendo los programas de televisión que hablaban de ellas. “Decían muchas cosas que no eran verdad”, se ríen. “Lo peor es que no nos podíamos asomar ni a la ventana porque nos fusilaban los cámaras desde los pisos de enfrente”. De hecho, Isabel fue fotografiada por una agencia de noticias mientras estaba internada.

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Sobre la firma

F. Javier Barroso
Es redactor de la sección de Madrid de EL PAÍS, a la que llegó en 1994. También ha colaborado en la SER y en Onda Madrid. Ha sido tertuliano en TVE, Telemadrid y Cuatro, entre otros medios. Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, está especializado en Sucesos y Tribunales. Además, es abogado y criminólogo.

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