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En el altar del rock australiano

Reivindicados por Springsteen, The Saints pasaron del punk a vehículo de Chris Bailey

Portada de un álbum de The Saints en 1977.
Portada de un álbum de The Saints en 1977.

El mediático Bob Geldof dictó sentencia: “Tres grupos cambiaron el rock en los setenta: los Sex Pistols, los Ramones y The Saints". Hablaba en términos de punk, claro. Y mientras que el papel de los provocadores londinenses y el de los melenudos neoyorquinos son conocidos, no tanto el de los terceros. The Saints, la banda cuyo rostro visible sigue siendo Chris Bailey (Nanyuki, Kenia, 1957), dio a luz en Australia el primer disco punk editado fuera de Estados Unidos: un glorioso single, (I’m) Stranded. En septiembre de 1976, ganando por la mano a todas las formaciones británicas, pequeño milagro. “En Brisbane no sabíamos ni lo que era el punk, y yo de adolescente no había oído hablar tampoco de precursores como los Stooges o New York Dolls”, asegura Bailey, que liderará a los actuales Santos este jueves en la sala Siroco.

La trayectoria de The Saints no se encalló en la frenética guitarra de Ed Kuepper (colíder hasta su abandono en 1979) ni en el entonces rugido desafiante de Bailey, sino que ha abrazado el pop y el rock de amplio espectro. “En apenas dos años el punk se convirtió en algo parecido a estar en una banda heavy o en una boy band, con restricciones realmente estúpidas”. EMI, la discográfica inglesa que publicó sus tres primeros largos, intentó incluso en vano dotarles de un look típicamente punk. “Creo que Ed conserva los diseños, una imagen parecida a la de Billy Idol en sus tiempos al frente de Generation X”.

Y al igual que no consintieron que su pelo desafiara a la gravedad, para el segundo álbum (Eternally yours) se descolgaron con una sección de metales. Esa misma vía convirtió el tercero (Prehistoric sounds) casi en un disco de R&B. Ambos, en 1978: “Fueron un shock para muchos porque la gente tiende a mezclar la música con las modas, que a mí no me cautivan. Yo de chaval quería ser Otis Redding, piensa que los soldados estadounidenses trajeron a Australia mucha música negra durante la guerra de Vietnam. Y siempre he valorado todos los instrumentos: empecé, por mis orígenes, con la gaita irlandesa…”

La banda seminal del punk australiano (Nick Cave los veía “como dioses”), instalada en Londres, no solo pasó desapercibida para el público de su país sino que además era obra de un irlandés (Bailey) y un alemán (Kuepper), de relación difícil desde que partieron peras. “Me encantan la forma de tocar la guitarra de Ed y muchas de sus canciones [Kuepper cuenta con una carrera de culto], y me gustaría que colaboráramos, pero no podemos estar tanto tiempo juntos en la misma habitación”, zanja Bailey. El guitarrista ha oscilado entre alguna reunión testimonial, concebir una banda para abordar en vivo el añejo repertorio de The Saints (The Aints) o, directamente, criticar a Bailey por el uso del nombre. “Todo viene a raíz de Ghost ships, la primera canción realmente popular del grupo, en 1984. Despertó celos y frases del tipo ‘el irlandés hace caja con ese nombre tan famoso’, cuando Ed sabe que en la época en la que se marchó ningún sello quería saber nada de The Saints”.

Actuación en directo de The Saints en 1977

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De hecho, la etiqueta que hizo viables los Saints de Bailey en los ochenta fue la parisina New Rose. “Francia es sin duda mi país favorito, aunque lleve años viviendo en Ámsterdam. Hace un par de semanas estuve en París grabando con Mano Negra, el grupo de Manu Chao, una versión en francés de un viejo tema nuestro para su próximo disco. No les conocía en persona, contactó conmigo el bajista”.

El bajo eléctrico empuña ahora “temporalmente” Bailey en The Saints, junto al repescado guitarra de la banda en los ochenta, Barrington Francis, y el batería Peter Wilkinson, santo desde 1999. “Barrington me convenció de volver al directo, la esencia del grupo. Y nuestro nuevo álbum, King of the midnight sun, añade a los cortes de estudio recreaciones electrificadas en vivo”. El sabor acústico de los originales enlaza con algunas de las entregas en solitario de Bailey, predominantes en los noventa al verse la banda atrapada durante un lustro en una batalla legal entre dos sellos. “Absurda cuestión de egos masculinos y dinero”, precedida por la repercusión en Estados Unidos de uno de los mejores discos de The Saints, All fools day. Se abría, por cierto, con Just like fire would, el clásico versionado por Bruce Sprinsgteen en su último trabajo tras proclamarlo uno de sus temas favoritos de todos los tiempos.

Bailey siempre ha huido de lo pretencioso (“el rock & roll con el que crecí no lo era”). Aunque tampoco le sirva como modelo, pese a su éxito, el de un grupo australiano como AC/DC: “Los veo una especie de Ramones heavy metal. No tengo discos suyos, y eso que me gustan. Ser una estrella del rock debe ser divertido, pero para mí, que no me interesa la fama, carece completamente de significado”.

The Saints actúan el jueves 11 de diciembre en la sala Siroco, 20.30h. Entradas a partir de 17 euros. 

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