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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La academia de Don Aniceto

Nos están llenando Valencia de academias como la serie de televisión 'Amar es para siempre'

Durante los primeros días del pasado mes de julio, las clases continuaban en las aulas de Amar es para siempre (Antena 3). En medio de la calina estival, la academia de Don Aniceto seguía con la actividad aunque fuera sin aire acondicionado, al igual que los barracones de estos pagos. Nunca antes el final de curso se había aproximado tanto al inicio del siguiente. En Valencia comenzamos el tres de septiembre para ir de meritorios en el pelotón de la LOMCE. Es posible que Don Aniceto, personaje de ficción y trasunto de nuestros responsables, aún gobierne la academia según el “calendario juliano”.

Hubo hace mucho tiempo un ministro del Opus Dei (Julio Rodríguez) que tuvo la ocurrencia de trasladar el inicio de curso al mes de enero, fue su gran contribución a la mejora de la calidad, sin duda. El santo varón sólo pudo inaugurar el curso una vez, porque al mes siguiente le quitaron la cartera de ministro para dársela al cuñado del Sr. Fraga. Como buen tecnócrata e incomprendido innovador, a Don Julio no le interesaba la educación de los chicos y chicas sino enclaustrar sus cuerpos para evitarles la tentación de exhibirlos al sol.

Don Aniceto, según la popular telenovela, es un emprendedor a carta cabal. Mientras fue militar, defendió con las armas los principios golpistas. Tras la victoria, se dedicó a traficar con las armas en el mercado negro. Y para mitigar los efectos de las libretas de racionamiento, hacía otro tanto con los panes y los peces que sisaba en el cuartel. Cuando lo pasaron a la reserva como brigada, ya tenía una pequeña fortuna. Mas Don Aniceto no se conforma con el estanco de rigor, invierte las plusvalías en el negocio de la educación. Así que abre la academia en un piso de su propiedad, próximo a la plaza de Los Frutos, epicentro de la acción de la telenovela emitida por Antena 3.

Aunque Don Aniceto sea un chusquero, el tipo tiene fondo de caballero creyente. Así que deposita su confianza pedagógica, la jefatura de estudios, en un cura joven, engominado y sobón: Don Isidro. El cura le pone como penitencia, primero, donar a la Obra parte del dinero acumulado con malas artes, luego, como buen gestor, le propone al titular trasladar la academia a un barrio más céntrico y rico de Madrid. El cura argumenta que sólo así se podrá mejorar el “nivel de excelencia” de la academia, expresión más pudorosa que la “libertad de elección” esgrimida por nuestra consellera. De todos modos la idea no le gustó a Don Aniceto, entre otras cosas, porque el traslado sugerido impediría a los niños y niñas pobres del barrio asistir a las clases de repaso.

En la escena de aquel día de julio, Leonor, la hija mayor de Marce y Manolita, entraba en una clase sin estudiantes -la enseñanza es lo menos importante también en la serie- pero con los símbolos todopoderosos colgados de la pared: el retrato del generalísimo al lado del crucifijo y en el suelo, el esqueleto humano. Así rodeada y antes de llegar a la tarima, se le acerca el jefe de estudios para comunicarle que está despedida y no podrá seguir dando clases en la academia. Don Isidro le dice que la despide por tener “antecedentes”, como consecuencia de haber sido detenida por las fuerzas del orden, lo cual daba mal ejemplo a los educandos (alguien se interesa en cómo se capta aquí al profesorado de la privada concertada). La joven profesora, sin dar crédito a lo que estaba oyendo, le pregunta por la relación entre esos hipotéticos antecedentes y su competencia como docente. Pero nada lograba aplacar el puritanismo ideológico del cura, dispuesto a depurar al profesorado, como ahora se hace de modo más sutil con las “bolsas de trabajo” de la concertada.

Ante la negativa de Don Aniceto a quedarse en la academia sin la nieta de su buen amigo Pelayo, la dejan continuar como profesora (por amistad no por justicia). No obstante, tras un par de capítulos, vimos que Don Isidro hace gestiones para que Leonor vaya a realizar sus estudios a una universidad francesa o suiza. Pretende quitársela de en medio, pero la labia tabernaria de Don Pelayo, consigue “templar gaitas” y evitar el despido. Ejemplo edificante de conciliación según la cantina El Asturiano y nada que ver con la del casal Campanar.

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Decíamos que en la clase no se veían alumnos, probablemente porque tampoco se necesite acudir a ellas para aprender. Ahí está el caso de la desdichada Dorita. Huérfana de la guerra, emigra a la capital y la acogen en un hostal. Aquí trabaja a cambio de comida y alojamiento. Dorita, que no había podido estudiar en su Vallecas natal, aprende inglés arreglándole la habitación a una periodista norteamericana. El mensaje no puede ser más directo: al plurilingüismo por el trabajo precario. ¡Tentadora propuesta para la FP Básica en la Comunidad con tanto negocio de hostelería!

A todo esto, ¿por qué hay tantos alusiones en una telenovela a lo que pasa en nuestras escuelas? Es posible que los ideólogos de Amar es para siempre, sabedores de lo mal que andamos con la competencia de comprensión lectora según PISA, optaran por este formato televisivo para hablarnos del presente. Siempre será mejor recurrir a los parroquianos de El Asturiano que a un texto de Roland Barthes para entender el signo de los tiempos. Aunque claro, ¿necesitamos una telenovela, ambientada en los sesenta, para darnos cuenta que nos están llenando Valencia de academias como la de Don Aniceto?

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