_
_
_
_
_

Brahms sin vanidades

La expresividad y la belleza sonora de Leónidas Kavakos y Yuja Wang crean afición en el ciclo Palau 100

Ni queriendo consigue Johannes Brahms disimular que es un compositor con alma de pianista: su personalidad le delata en el dibujo de las melodías, en la intención del fraseo, en el sentido cantabile. Por ello en sus tres Sonatas para violin y pianono hay vencedor y vencido en el plano instrumental y se impone la voluntad de diálogo, la búsqueda de un espacio común en el que, por encima de previsibles tentaciones divistas, el lirismo y la lógica musical acaban imponiendo su ley. Así entienden esta maravillosa música de cámara el violinista griego Leónidas Kavakos y la pianista china Yuja Wang, que alcanzaron altas cimas de expresividad y belleza sonora en una velada camerística del ciclo Palau 100 de las que crean afición.

Kavakos es uno de los mejores violinistas del mundo. Tiene un sonido de extraordinaria belleza, la afinación es perfecta y su intuición musical, siempre sutil y coherente, le permite cautivar al oyente sin necesidad de deslumbrarlo con ese tipo de proezas técnicas que se gastan algunas estrellas del violín. No hubo, pues, confrontación ni tensión más allá de la que impone el propio discurso narrativo de Brahms, cuya efusividad, elocuencia y vuelo lírico garantizan momentos sublimes.

También Wang juega en la primera división del mundo pianístico, y su destreza técnica y precisión son admirables. No dejó escapar esas frases tan personales de Brahms que establecen la atmósfera de melancolía y nostalgia que caracteriza su música. Quizá ese espíritu intimista brilló más en la Sonata núm. 2, de mayor precisión, rigor y equilibrio, que en la más extrovertida Sonata núm.1.

Pero no cedieron a las tentaciones exhibicionistas ni en la más expansiva del ciclo, la Sonata núm. 3, en re menor, op. 108, y eso que en ella Brahms busca el mayor fulgor virtuoso sin disimulos; al escribirla, el compositor alemán quería reconciliarse, tras años de distanciamiento, con su amigo, el legendario violinista Joseph Joachim, que estrenó su único y deslumbrante Concierto para violín. Kavakos y Wang mantuvieron la vanidad a raya interpretando esta brillante partitura sin divismos ni concesiones.

En el turno de propinas, más Brahms, una pieza de Schumann y un electrizante arreglo de una danza de Petrouchka, de Stravinski, que el público agradeció con entusiasmo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_