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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Especulaciones

Si el 9-N no es un fiasco, cuanto ocurra aquel día tampoco disipará la demanda de unas elecciones de carácter refrendario

Dada la situación de extrema fluidez en que se halla el panorama político catalán, me atrevo a afirmar que el único registro desde el cual resulta posible abordarlo hoy es el especulativo. Hacer pronósticos o previsiones con pretensión analítica es como querer dibujar sobre la superficie del agua, y diseccionar una realidad tan movediza constituye una tarea desalentadora.

Así, pues, especulemos. Pongamos que, pese a la confusión que lo habrá precedido, el 9-N se salda con un volumen de participantes digno, superior a las movilizaciones de los tres últimos Onces de Septiembre. Habrá, por descontado, algo del síndrome postelectoral de “todos hemos ganado”, una cierta pugna por arrogarse el posible mérito de una para-votación nutrida, votación que el bloque unionista denigrará con calificativos del tipo “bananera”, “tercermundista” o “a la búlgara”, tal vez incluso “a la guineana”.

Suponiendo, en todo caso, que el 9-N no haya sido un fiasco capaz de poner patas arriba todo el proceso, lo que es seguro es que cuanto ocurra el segundo domingo de noviembre tampoco disipará la demanda —para muchos, la necesidad— de unas cercanas elecciones a las que el electorado y las candidaturas concurrentes infundan un carácter referendario. ¿Resulta su convocatoria evitable? A mi juicio, no, si la fórmula para ello es la de un pacto presupuestario y hasta el fin de la legislatura entre CiU y PSC (hay quien añade incluso “con la abstención del PP”). Para Convergència Democràtica sería un suicidio, pero además un suicidio sangriento, el peor de los finales imaginables. Habría otra posibilidad: que, pasado el 9-N, Mariano Rajoy —transubstanciado en un hombre de Estado— hiciese una oferta seria, importante, con altura política. A medio año de unas municipales y autonómicas que el PP tiene muy complicadas, se me antoja algo ilusorio.

O sea que, a lo largo del próximo invierno —ya ven que avanzo con paso firme por la senda de la especulación— tendríamos elecciones al Parlamento catalán. Unos comicios a los cuales las circunstancias políticas darían carácter plebiscitario en torno al sí o el no a la independencia, y que el campo unionista no podría ningunear ni boicotear como hará con el 9-N, so pena de regalar a sus adversarios una victoria arrolladora.

¿Unas elecciones con lista independentista única, tal como la reclamó el presidente Mas la semana pasada? Lo veo prácticamente imposible

Ahora bien, ¿unas elecciones con lista independentista única, tal como la reclamó el presidente Mas la semana pasada? Lo veo prácticamente imposible: el soberanismo comprende hoy culturas políticas, sociologías y modelos económicos demasiado diversos —de Antoni Castellà a Quim Arrufat, de Felip Puig al veterano ex diputado comunista y activo iaioflauta Celestino Sánchez, por poner unos ejemplos nominales— para encerrar todo eso en una sola candidatura.

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Me parece especulativamente más plausible que existan diferentes listas posicionadas de manera inequívoca a favor de la independencia, pero es difícil que una de ellas sea la de Convergència i Unió tal como la hemos conocido hasta ahora. Si es coherente con las tesis de su sempiterno líder, Unió —o la dirigencia duranista de Unió— no puede sumarse a una opción independentista sin ambages; quizá tampoco algún sector de CDC, el que puedan representar personas como el consejero Santi Vila. En cambio, una hipotética “candidatura del presidente” podría verse engrosada por independientes y otros nombres que, ajenos a la Convergència histórica, apostasen por el liderazgo de Artur Mas para los próximos y cruciales años.

Tampoco es demasiado fantasioso imaginar una lista en la que confluyesen las distintas corrientes de izquierda reformista o socialdemócrata dentro del independentismo: Esquerra Republicana en primer lugar, pero también la Nova Esquerra Catalana de Ernest Maragall, Avancem de Joan Ignasi Elena y otros grupos e individuos del socialismo soberanista, e incluso tal vez Iniciativa per Catalunya Verds, con o sin EUiA.

En fin, la CUP ha izado ya el banderín de enganche de una candidatura “rupturista” o “de izquierda alternativa”. Me refiero al manifiesto, publicado esta misma semana, que lleva por título Crida a construir una candidatura unitària per la ruptura constituent. Su texto rechaza la idea de una lista única “en clave de concentración nacional” y propone asociar en un mismo programa la “ruptura política con el Estado español”, así como “la ruptura con el régimen económico, político, cultural y patriarcal dominante”. Suena utópico, sí, pero el llamamiento ha recogido en pocos días más de mil adhesiones —entre ellas, las del historiador Josep Fontana o el abogado August Gil Matamala—, y podría resultar tentador para Procés Constituent, quién sabe si para EUiA.

La inexistencia de una candidatura independentista única, por otra parte, facilitaría al PP y a Ciutadans atender a su propia pugna interpartidaria y concurrir también por separado, disputándose tal vez el apoyo de Societat Civil y otras plataformas unionistas. Y luego habría una opción electoral seudoequidistante o mediopensionista, que podría articularse en torno al PSC de Miquel Iceta y a los fieles de Josep Antoni Duran Lleida, que por algo parecen estar ya a partir un piñón.

Ya me disculparán que no avance resultados ni consecuencias de tales comicios. Incluso la especulación tiene sus límites.

Joan B. Culla es profesor de Historia Contemporánea de la UAB

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