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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Crítica de la unidad soberanista

A la hora de la verdad las fuerzas políticas tienen diferentes intereses y percepciones de la realidad muy distintas

Uno de los mitos más peligrosos en política es la unidad. Es más, democracia y unidad conjugan con dificultad, porque precisamente una de las cosas que distingue a la democracia es su capacidad para incorporar la diferencia y el conflicto. Decía Paul Ricoeur: “Lo real es siempre más rico y contradictorio que los discursos con los que se intenta teñirlo”. La unidad tiene muy buena prensa y más en tiempos de desconfianza en los políticos, porque se vive como un triunfo de la ciudadanía sobre los dirigentes y los partidos: han tenido que dejar aparte sus intereses y plegarse a los deseos del pueblo, dicen. Cuando hay un bloque social movilizado, como ocurre con el soberanismo catalán, la apelación a la unidad de los partidos es el argumento más poderoso que los movimientos sociales tienen para presionar a los partidos. Estos sienten pánico a ser señalados como culpables de la ruptura de la unidad, porque temen que los votantes les castiguen.

La unidad entre diferentes es siempre precaria y, por tanto, tiene que ser sobre cosas muy concretas y útiles. Pretender convertirla en el horizonte ideológico insuperable del proceso soberanista es poner a los partidos en una situación casi imposible. Entre un partido nacionalista moderado, que intenta escapar de un pasado cargado de zona oscuras de promiscuidad entre política y dinero, y una organización crecida en el anticapitalismo como la CUP, ¿qué unidad puede haber salvo algún acuerdo muy concreto sobre cuándo y cómo convocar unas elecciones? Y lo mismo cabe preguntarse entre CiU e Iniciativa o entre CiU i Esquerra. El momento de unidad no debe convertirse en proyecto unitario porque tarde o temprano estallarán las contradicciones como así ha ocurrido. Y si no explosionó antes es porque siempre hay lugar para la unidad contra el enemigo común que el Gobierno español alimenta con proverbial eficacia.

La política tiene que ver con el poder y su reparto. Y esto se olvida demasiado a menudo para construir fantasías que nada tienen que ver con la realidad. La alegría con que a veces se ha presentado el proceso independentista como si la simple construcción de una mayoría social favorable bastara y todo lo demás se daría por añadidura, hace omisión del problema de fondo: ¿cómo arrancar unas cuotas de poder muy considerables al Estado que dispone de ellas? Del mismo modo, la unidad, que a trancas y barrancas han ido aguantando los partidos soberanistas, se asentaba sobre inevitables conflictos de poder que han acabado emergiendo.

Detrás de este desencuentro, hay una discrepancia de fondo sobre el camino a seguir. Convocar elecciones, ¿para qué?

¿Por qué se ha quebrado la unidad? Porque a la hora de la verdad hay intereses y percepciones de la realidad distintas. Es evidente que lo más visible es la lucha por la hegemonía sobre el proceso entre Artur Mas y Oriol Junqueras. Se ha dicho y repetido: Mas necesita recomponer su partido, maltrecho por el desplazamiento del eje del catalanismo hacia la independencia y por el caso Pujol, y por eso planteó, como condición para convocar elecciones, una lista única, por lo menos con Esquerra, presidida por él. Y a Junqueras, que hasta ahora había dejado con tranquilidad pasmosa que Artur Mas se abrasara mientras él iba ganando votos, le han entrado súbitamente las prisas y no ve razón para regalar la victoria electoral al president.

Detrás de este desencuentro, hay una discrepancia de fondo sobre el camino a seguir. Convocar elecciones, ¿para qué? Para Artur Mas deberían servir para abrir la negociación con el Gobierno español de una separación amistosa. El mandato de las elecciones anteriores era la consulta, envuelta en el mal llamado derecho a decidir. Ahora se buscaría un nuevo mandato para abrir el proceso de independencia. A Junqueras no le basta, dice que ya no hay nada a negociar con Madrid y que el mandato que busca es para la declaración unilateral de independencia.

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En estos términos, la lista unitaria es imposible. Y es improbable que la haya. ¿De dónde viene esta discrepancia? De la tradición ideológica de cada partido. Artur Mas no quiere alejarse definitivamente del importante sector conservador de su electorado; y de la evaluación de las relaciones de fuerzas. Para Artur Mas, el soberanismo catalán no tiene fuerza suficiente para romper unilateralmente con la legalidad española y hay que seguir acumulando capital político. Para Oriol Junqueras, ahora es la hora. Y a partir de aquí todo son desconfianzas y nervios porque nadie quiere ser el que rompió.

La ANC y Omnium presionan con el discurso de la unidad que tanto predicamento tiene, pero obvian la lista única como condición de unas elecciones plebiscitarias. Saben que el único acuerdo posible es para convocar autonómicas a partir de un pacto genérico que salve la apariencia de unidad, pero cada cual tendrá que buscarse su vida con su lista propia. Y al mismo tiempo crece la exigencia de que los políticos asuman sus responsabilidades. Que la ciudadanía es capaz de movilizarse ya está probado, y volverá a hacerlo el 9-N con éxito seguro de participación. Pero ahora toca a la política. Y por eso se la invita a buscar un nuevo mandato del parlamento para una nueva etapa. El mensaje es: no se distraiga señor presidente, convoque.

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