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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El debate que tanto temían

La ausencia de un debate sobre las opciones que se sometían a consulta revela la falta de pluralismo del ‘procés’

Manuel Cruz

Si TV3 estuviera mínimamente preocupada por el pluralismo político, en vez de entregarse a una adulación del president de la Generalitat de una magnitud que no se recordaba en este país desde los lejanos tiempos de la lucecita del Pardo (con los locutores que retransmitían el histórico acto de la firma de la convocatoria de consulta informando a la audiencia de que Artur Mas había dormido en Palau, de que llevaba el traje del día de la boda de su hija, de que la pluma estilográfica marca Inoxcrom con la que había firmado el decreto quedaría expuesta en el Museo de Historia de Cataluña, y otros detalles de análogo interés), habría organizado la misma noche del domingo, 28, antes de que el TC suspendiera cautelarmente la ley y el decreto de convocatoria, un debate entre las fuerzas que han apoyado la consulta.

Hubiera sido, sin duda, el momento de tomar tal iniciativa, esto es, de, una vez convocada la ciudadanía a las urnas, entrar a debatir sobre las distintas posibilidades de respuesta que se le ofrecen al ciudadano catalán en la ya famosa papeleta. Hubiera sido también un formidable acto de plenitud democrática: las diferentes formaciones políticas favorables a la consulta, una vez superada la etapa según ellas obligadamente unanimista, en la que no había más argumento que el volem votar, empezarían a celebrar la fiesta de la democracia, que —en contra de la simplificación que algunos se obstinan en repetir— es algo mucho más rico que el acto final de la jornada electoral, e incluye un momento tan fundamental e inesquivable como es el de la discusión pública entre opciones diferenciadas, el contraste entre modelos, la confrontación de ideas.

No se organizó el tal debate, nunca sabremos si por falta de imaginación o de reflejos o, directamente, por falta de interés. Es probable que esta última opción sea en el fondo la más lógica. Porque no cuesta imaginarse la situación, que quizás a algún responsable de TV3 le puso los pelos de punta: tras tantos meses de ir juntos, debería mostrarse la pluralidad que supuestamente contenía el bloque soberanista, hacer evidente ante la ciudadanía que, en contra de lo que se empeñan en afirmar los pérfidos enemigos del procés, no estamos ante un referéndum para la independencia sino sobre la independencia. Pero, ¿quién hubiera representado en dicho bloque las posiciones discrepantes con el independentismo? ¿Unió, respecto a cuya posición en ese preciso momento solo se conocía un tuit de Duran i Lleida? ¿Iniciativa, que aún no había tomado decisión alguna?

No es importante, a los efectos de lo que pretendo plantear, el hecho de que posteriormente estas dos últimas formaciones hayan hecho pública, por fin, su posición al respecto. Es más, tampoco hubiera cambiado nada si ICV o Unió hubieran dado a conocer su posterior decisión (libertad de voto pero menos) antes del indeseado debate. Siguiendo con las situaciones imaginarias, no creo que al lector le resulte difícil hacerse una idea del estupor de muchos ciudadanos catalanes al contemplar la siguiente escena, perfectamente verosímil: cuando el moderador del debate les hubiera formulado a los representantes de ICV y de Unió en el plató la inevitable pregunta “y ahora que, por fin, se va a celebrar la consulta, ¿van a decir ya cuál es la posición de las fuerzas políticas que Vds. representan?” se hubiera encontrado como respuesta algo equivalente, en el fondo, a: “este… bueno... lo que a los catalanes les parezca mejor”.

Pero lo importante no son las contradicciones internas de una fuerza política en particular (sea ésta ICV, Unió o incluso CDC, que cada cual arrastra las suyas) sino algo de carácter más general. Tras tanta insistencia en el principio democrático, en la radicalidad democrática, y en otras formulaciones igualmente rotundas y grandilocuentes, estaría resultando que a todas las formaciones empeñadas en que la ciudadanía catalana votara el 9-N les habría parecido de una pulcritud democrática inobjetable que el debate sobre las diversas opciones se hubiera iniciado en el mejor de los casos ¡un mes antes de la fecha fijada! y que hasta ese día el ciudadano no les hubiera escuchado prácticamente ni una sola palabra ni a ICV sobre su federalismo ni a Unió sobre su propuesta confederal. Mientras, eso sí, la Generalitat llevaba tiempo dedicada a auspiciar y divulgar estudios sobre la viabilidad de una Cataluña independiente.

No albergo la menor duda de que plantear el debate catalán en términos de democracia frente a legalidad constituye un interesado equívoco, propiciado por los soberanistas, cuyos términos nunca deberían haber sido aceptados por el resto de la ciudadanía. No solo porque conviene no perder de vista en ningún momento que en un Estado de Derecho pertenece a la sustancia de las leyes la posibilidad de modificarlas, sino también —sobre todo en este momento— porque aquellos a quienes más se les llena la boca apelando a la democracia llevan tiempo generando un severo déficit democrático en Cataluña, del que el planificado secuestro del debate político en el seno del bloque soberanista constituye la más reciente muestra.

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Manuel Cruz es catedrático de filosofía contemporánea en la UB.

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