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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Por qué no catalanismo constitucional?

El proceso encabezado por Mas ha destrozado la tradición de la centralidad política y del transversalismo socioconvergente

Síntomas de inoportunidad y candor pueden atribuirse a la propuesta de reconstruir un catalanismo constitucional. Y sin embargo, ¿por qué no? Bueno, se podría argumentar que es una opción invalidada precisamente por el modo en que el crescendo independentista podría acabar rompiendo el vínculo constitucional en Cataluña. El contraargumento sería que la ciudadanía catalana sigue amparada por la Constitución aunque el independentismo amague con sustituirla por otra norma de normas, recurriendo al desacato y dando por supuesto que uno puede ejercer la democracia por encima de la ley. En todo caso, el secesionismo no deja de ser engañoso, porque encauzarlo en la ley permitiría la vía de la reforma constitucional. Eso es lo que, por experiencia y por sensatez, sabía aquel catalanismo que hoy se da por caduco: cambiar las normas requiere ir de la ley a la ley. Cada iniciativa rupturista ha sido perjudicial para la propia Cataluña, y hay poca evidencia de que en esta ocasión no se vaya a producir un resultado similar.

Existía un sobreentendido del catalanismo político: pretendía ser más europeísta que el conjunto de España porque el concepto de soberanía nacional estaba en el proceso de cesión de poderes a Bruselas. Por el contrario, ubicada fuera de la Constitución, Cataluña queda instantáneamente en el extrarradio de la Unión Europea. Aunque el frente independentista no le dé mucha importancia, el temor a situarse fuera de Europa inquieta a porcentajes notables del electorado catalán, especialmente las clases medias de signo catalanista y con preferencia por votar centro.

Retrotraer el catalanismo a las Bases de Manresa de 1892 no es la mejor manera de idear un catalanismo para el siglo XXI. ¿Sería posible hacerlo de otro modo? Incluso en la hipótesis de una Cataluña independiente, readaptar el catalanismo a la realidad de la globalización, a una sociedad bilingüe, a nuevos pluralismos, la sociedad del conocimiento y tantos otros elementos, tendría su valor frente a la ruptura arcaica. Paradójicamente, quizás fuera más necesario que nunca ante los efectos consumados de desintegración.

En lugar de la mayoría indestructible que proponía Mas vamos hacia la fragmentación y las tensiones polarizadoras, sin claro sustento constitucional.

El cuadro clínico de la ruptura aporta un escenario bastante desangelado. De todos modos, si un catalanismo constitucional es posible, lo que no sabremos por ahora es si su envergadura social sería la misma que en el pasado. Más bien parece que lo que llamaríamos catalanismo constitucional, a consecuencia del momento actual, ya no sería una propuesta compacta y representativa del conjunto de la ciudadanía. No una alternativa totalizada. Más bien una realidad que se adapta a las nuevas tendencias ya al margen de conceptos tan peculiares como la centralidad que se autoadjudicaba el pujolismo, el pal de paller, la casa gran del catalanismo y el laberinto de cada vez más irrespirable que es la entelequia de una sociedad transversal, donde la política se rige por competir en demagogia y no por la razón civil. El proceso encabezado por Mas ya ha destrozado la tradición —más bien fugaz— de la centralidad política y del transversalismo socioconvergente. En lugar de la mayoría indestructible que proponía Artur Mas vamos hacia la fragmentación y las tensiones polarizadoras, sin claro sustento constitucional.

Es por eso que, a pesar de las apariencias de la actualidad tan confusa, no es ir gritando por el desierto proponer la readaptación del catalanismo que interviene en la política de España en defensa de los intereses legítimos de Cataluña, con aceptación de los márgenes del constitucionalismo. Al contrario, el sustrato está ahí. Tal vez no fuese una fuerza amplia y mayoritaria pero, dada la incertidumbre en que vivimos, podría ser decisiva. Una vez más, el problema es el tiempo. Al fin y al cabo, hasta la intensificación del secesionismo en las encuestas y manifestaciones, la mayoría de los ciudadanos de Cataluña votaban eso, que la política en el marco constitucional no era la peor de las formas políticas.

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A pesar de la radicalización actual del nacionalismo, un desenlace catalanista de legalidad no es imposible, por improbable que hoy parezca. De este modo, el catalanismo constitucional pudiera recuperar parte de su espacio. Pero solo una parte porque algunas cosas ya no serán lo mismo. La costumbre es decir que Cambó fue un fracaso. En este caso, ¿cómo calificamos al irrealista Macià o al insensato Companys? En coincidencia con lo que llamamos proceso, han aparecido varios ensayos —reediciones o publicación de inéditos— que aportan más argumentos catalanistas para contrarrestar el secesionismo. Hablamos de Gaziel, Claudi Ametlla o Maurici Serrahima, todos ellos tan catalanistas como conocedores de lo que es posible. Ya lo decía Gaziel: “Conocerse a fondo, compenetrarse, transigir, pactar”. Ametlla advertía contra la ilusa tendencia a creer que los catalanes solo tienen un problema, el nacional, y que, una vez resuelto, la felicidad seria indefectible o que la plaza de Catalunya es el centro del mundo. El democristiano Maurici Serrahima argumentaba que el independentismo propende a una Cataluña como encerrada en un gineceo, para que nadie más que los catalanes puedan verla y tocarla. Los placeres que se dispensan en un gineceo acaban siendo muy caros.

Valentí Puig es escritor

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